20070311

¿Con esto pago mi libertad?


Cuando llegó a Paris, ella ya lo esperaba y al verla parada en el lugar indicado supo quién era y que quería, se sintió embelesado por sus ojos verdes, creyó que la cara se le ponía roja sin saber disculparse por su manera de observarla fijamente. Si, pensó que estaba en el último lugar del mundo y que no pertenecía a esas callejuelas que están entre la Gare Du Nor y la Gare Du L´est, en un barrio que se sentía peligroso a esa hora, tan lleno de inmigrantes y hoteles de mala muerte. Ella tenía la cara envuelta entre una bufanda roja de seda que dejaba escapar el vaho blanco de su respiración pausada y una cabellera espectacularmente larga que solo permitían adivinar un rostro peculiarmente atractivo, que no era muy explícito para la curiosidad que lo apaleaba después de tanto tiempo de imaginarse el encuentro y quien sería el contacto.

Metió su mano en la bolsa interior del abrigo y comprobó que ahí seguía la pequeña caja cuidadosamente amarrada con un listón blanco que era su pasaporte a la libertad, el viaje en tren para evitar las revisiones de los aeropuertos lo había puesto nervioso y se sentía cansado, hambriento, necesitaba un café.

Se acercó y la identificó. La invitó a buscar un lugar más propio para hacer el trato y entrar en calor pero solo se le ocurrió señalar con el dedo la avenida ancha que tenían enfrente para caminar –Habrá una cafetería adelante- le dijo con cierta aprensión en español sin saber si le entendería. Como si no fuera suficiente para la ocasión la prisa y las contrariedades que venía arrostrando para enfrentarse a algo que no conocía adelante en la calle obscura ni siquiera sabía si hablaban el mismo idioma. Ella provenía de una pequeña aldea de Rumania que era famosa por sus argintari que nunca dejaron de ser nómadas con el paso del tiempo, siempre en el camino buscando que hacer para sobrevivir y, claro, su estancia en Paris solo era circunstancial. -¿Será suficiente?- -Es lo acordado- dijo la gitana en perfecto español y tomó, casi arrebatándole, la pequeña caja que temblaba entre sus dedos para abrirla, viendo que efectivamente era lo convenido, y casi sin despedirse ella desapareció entre las sombras de una calle lateral.

Se quedó parado un momento tratando de ver si alguien más los había observado y sonrió por primera vez en el día mientras, aliviado, tomaba el camino de regreso a la estación, tranquilizado, procuró no pensar en ella y se concentró en regresar a su libertad. Sería la única vez que la viera en persona y siempre se arrepintió de no preguntarle su nombre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Esperemos que haya sido suficiente....


Un abrazo.

cheguevara dijo...

gracias por tu visita
CHE

Unknown dijo...

y de no invitarle una crepa de azúcar en las orillas del Sena. Seguida de un vino tinto furtivo en las bancas de cemento empotradas a medio cesped.

Pero se fue, y bien por ella. Irse fue siempre lo mejor que supo hacer.

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