20180823


La calle huele a muchedumbre: Vendedores herrumbrados se estacionan en las banquetas, fuerzan a muchos a caminar presurosos al centro de la calle, en las aceras los charcos se pudren con el calor y la basura maloliente de tres días. Niños sudados de después del colegio dejan su estela de olor a lápiz y recreo mientras estorban el paso con sus mochilas llenas de útiles. Hay comida grasosa en enormes anafres que se vuelve fritanga apestosa y turbia. Perros lacrados con manchas de mugre y olores indescifrables circulan buscando que comer y donde arrimarse. Más gente, masas sin ocupación, sensacionalmente sucias, que se dejan llevar por la corriente adversa hacia ninguna parte, caminan, ignoran a los merolicos que tratan de engañar a alguien con un producto ya quemado de muchas tardes, vendedores que gritan con su voz chillona para llamar la atención y solo fastidian. Algunos borrachos salen de ver a su cantinero y arrastran su vicio, despojados de su raya, tratando de no vomitar su ignorancia. Solapado entre las sombras un grupo de personas espera el autobús y se comparten su prisa para regresar a casa, irritables por todo hacen una fila inútil. Una ráfaga de viento no alcanza a disipar el calor almacenado de tanta gente que parece no ir a ninguna parte mientras permanece casi sin avanzar esperando algo que no pasa y el viento se estaciona pesado, denso, agobiante.
En medio de la calle, María camina rozagante con el vestido ligero color violeta que la hace verse tan glamorosa y fresca, la falda vuela espectacular abriéndose paso, sin contaminarse avanza gloriosa. Su cara tan limpia no disimula ser feliz mientras avanza entre la gente fingiendo pasar desapercibida. Sonríe a todos y a nadie mientras camina con su cabellera tan suelta y etérea de “mírenme”, deja una estela de perfume fresco.
Calle abajo estoy yo, disimulado contra un poste y esperando.


20180807


Me conformaría con estar ahí, pero allá, ya no hay lugares extraños, solo adoloridos y ahorita estaría buscando un abrazo o algo que me anime, sería la hora que nadie recuerda, quizás el amanecer que se copia en memorias. Quien aquí se queda es el único raro mientras anda por ahí soñando cuentos sobre una tierra que ni siquiera tiene sombras, caminando entre tanto vivo que nomás se la pasa fregando, y ni siquiera te dan tema para noticias. A veces pienso que más que lugares extraños necesito pesadillas nuevas y procuro cenar cosas diferentes, te emocionas y eso te cuesta recordar cosas que ya creías haber olvidado. Fantaseas con aventuras nuevas y tienes la mala leche de hacerlas realidad, no siempre por recientes son más interesantes o atractivas. Sueñes donde sueñes siempre hueles la venganza de tu pasado, dejando huellas que no lo son, te entierras sin avanzar.
No la pasamos en el cuidado de no ofender a nadie y en la angustia de ser parte de la nube, sin salir a refrescarnos, por miedo, puro miedo y tanta ansiedad te agota de tan tranquilo, para cuando vemos, ya sabemos que pasó en el camino mientras andamos en los derrumbes que se hunden sobre nuestra ermita. Un día desaparecemos en una de esas peregrinaciones y nomás no se sabe nada, pasan como cuervos volando bajo y acompañándose de su sombra en el piso. Oyes el miedo pasar mientras te agarran sus sombras y sientes que ya ni sirves, corres duro y te aferra la lluvia a la tormenta, entonces entiendes para que volaban bajo, sentían la tormenta llegar mientras se esconde la luna de poco para ensombrecer todo.
Somos duros para entender, llevamos los fríos dentro cuando sabemos quien fue, y esperamos que se alarguen las sombras con los primeros rayitos de sol en los confines del tiempo. Nos agarrotamos esperando que el calor nos asga para hacernos al lado del sol, la mirada se pierde esperando poder descansar bonito y agarrar la faena con enjundia y escuchamos ruidos que salen de muros sin techo que ya ni nos cubren, ahí hubo vivos y solo quedan sombras que se esconden en las grietas y las madrigueras de los nahuales. Sombras que ni siquiera mueven el viento de tan viejas y perdidas, huyen todos los días abandonadas en el vuelo de los pajaritos que pepenan los últimos pedacitos de sus huesos que ya no huelen a nada. Ya hasta los matorrales que alimentaron se están vencidos de agujeros.
Retumba ese silencio irreal como mito del desierto que es lo único que queda del desgaste de la muerte feroz que abona el desierto, un quejido de cabra que ya no regresó nunca cuando se fue a parir al monte. Retumba crudo, desmenuzado por el frío de la tierra que se agarran al filo de lo que queda de las ruinas, del adobe comido de lluvias una vez de ves en ves cada año se llena de truenos y retiembles. Arranca recuerdos feroces que no se han podido escapar del rumor que sale del hueco mientras avanza con el día, cuando el terregal se vuelve gris de tan apretada la tierra, imaginando terrones magros de tequesquite que ya perdieron todo. Se vuelven rezos de surcos en el pedregal abandonado a fuerza de estar sin lluvia entre el sol desbocado, de colores muertos de tanto tiempo crudo de esperar. ¿No sientes las lombrices culebrear? Ahí nomás se arrastran escondiéndose de los perros que las escarban, queriéndoselas comer a lengüetazos para arrancarles la ultima humedad que queda bajo los nopales, esperando el mal día en que se seque sin retoños y se quede dormido parado, para ya no conformarse con despertar en el fastidio de desear algo que ya está rete hecho.
Parece que se encapota el cielo, al ver para delante, me checo dejando el rastro de alguien que pasa pero la llovizna ni siquiera mojo, y por ratos pienso en un muerto que no deja verdad cuando sale a pasear al yermo, guiado por el viento se escamotea en mis cuentos, escucho mis gemidos como responsos secos. Rezo padentro y pienso como los quejidos me redimen en una congoja perpetua que se repite eterna, solo es mi voz sin cuerpo que ya se fue, ya no es mía.

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