20060413

Era la menos secreta opinión de la discreta insensatez por la hondura con que trataba de ser ella misma, siempre dependiendo, siempre buscando para salir de ese agujero negro de no saber. Al final, Reina sabía que eso ya no era ella misma, ese juego de palabras en que se envolvía para esconder sus noches de soledad, los enredos y el tratar de evitar ser comprendida, era su manera de ocultarse de si misma.

Junto a ella estaba la maleta hecha, y en la mano el boleto de ferrocarril, que sin fecha esperaba ser confirmado, una cosa era segura; el destino a que no quería llegar. En la estación, esperaba entre ráfagas de viento los primeros pasos que rompieran la tranquilidad matinal para dejar caer unas monedas en la maquina de café, volteó y ahí estaba, impresionantemente largo y con las puertas abiertas, como para devorarla, el tren a ninguna parte esperando ser abordado.


Claro que sabía algo, y era que no regresaría, ha muerto su alma melancólica y se quedó sola con muchas tardes grises juntas y solo un orgasmo compartido, hilvanado frase a frase sin hacer ninguna oración completa. Atrás quedaban las tardes de angustia en que no podía intuir si su apasionado cariño se despediría con algo más que un beso y la mano sudada, nerviosa sobre ella misma.

Si, la sensación de mejor amiga era unida a sus sentimientos encontrados cuando sentía los toqueteos distraídos y casi ingenuos con los que ya no podía convivir, pero que a final de cuentas aun le quitaban el sueño, cuando llegaba a su cuarto, entraba, se desnudaba y se recargaba contra el espejo para sentir esa necesidad imperiosa de besar el cristal, de continuar tocándose y diciéndose ella misma esas palabras que sonaban a declaración de amor, sin compromiso, sin interlocutor, y que en los labios de otra mujer que no estaba ahí, se entreveraban con sus suaves quejidos cuando se colapsaba en llanto al final de hacerse el amor solitaria, imaginando cosas que ya no serían y que al final nunca fueron.

Sus ojos tenían la perfecta serenidad de a quien no le importa ser examinado y su tranquilidad azulosa me recordaba las tardes en que se quedaba quieta, esperando ser hurgada por los dedos livianos que ya no están adosados a su piel en las tardes calurosas que ya no transcurren.

Lo recordaba perfectamente, había llegado a la estación por su propia inercia y se quedó esperando una salida a cualquier parte, tenía esa cara larga y la nariz afilada que ahora de desvive en otear el infinito en las tardes, esperando que la alcance, ahora ya solo habla con dependientes o clientes de oficios que no tienen nada que ver con su vida en el fastidio, de oír a otros contar sus penas, como herramienta inútil en que su memoria la hace regresar a prometerse ella misma…

–Ahora si, bajaré hasta donde quieras y empujaré más y más, hasta que tus labios lleguen a esa rosa que dejaste caer en mi falda-

Dejar hacer y dejar pasar, aunque solo sea por cinco minutos para recordarlo siempre, sin otro motivo que volver a tener sus labios cerca y sentir cerca su respiración, dulce y tranquila.

Ahora, no recuerdo con certeza el porqué me fije en ella, si solo era una maleta abandonada en la estación, inconciente de que el tiempo pasa y no iría a ninguna parte, daba vueltas abandonada en la banda transportadora de la terminal, con estúpida exactitud anunciando el nombre de su propietario, Reina, Reina. Uno piensa en una gran ciudad para destino, pero termina acostumbrándose a una pequeña estación a medio camino en un pequeño pueblo húmedo y mal iluminado para dejar las miserias arrumbadas y solas, mientras… transcurre la vida.

Mientras, la dueña de la maleta abandonada, baja la vista en el cuarto de un pequeño hostal que no tiene nombre, algo totalmente inédito en su vida, vuelve a pensar en que será de su pasado, olvidado a propósito en la maleta dejada en la cinta transportadora a su suerte.

Se desnuda de la única muda de ropa que le queda y se mete abajo del chorro de agua caliente de la regadera, cierra los ojos y lentamente se va del pasado mientras siente escurrir sus recuerdos con el agua que escurre haciendo ruido sobre su cuerpo y llevándose el tiempo.

Sus miedos, uno a uno, se van disipando en su mente mientras el ruido del agua apaga sus recuerdos, sus dedos van tomando forma de palabras mientras se encuentran nuevamente con un cuerpo, cada vez más terso y se figura, apretando sus manos contra su cuerpo, otra vez viva, es como si nada hubiese pasado y no sabe si extraña o no, si esta ahí o no.

Cerró la llave del agua caliente con fuerza y jaló aire profundamente tratando de conservar la respiración, mientras, la lluvia fría del chorro la hacia volver a la realidad y aspiro una bocanada profunda que llenó sus pulmones para exhalar después lentamente sintiendo que el aire es totalmente nuevo y sus pulmones lo aprovechan al máximo.

Como si se quisiera esconder de ella misma, tomó la toalla y la extendió, pero prefirió dejar que el agua escurriera de a poquitos entre su cuerpo y guardar la toalla seca para el día siguiente. Abrió la puerta y la ventana del baño que dejaba ver a lo lejos las montañas, se acostó aun húmeda sobre la cama para dejar que la brisa que entraba entre las cortinas la refrescara.

Los muertos están tapados con la tierra de su pasado, ella solo se hecho una sabana blanca encima para que la acariciara placidamente mientras conciliaba el sueño. Si es capaz de dormir, sabe que podrá despertar sin sus memorias, para dejarse llevar de nuevo por la vida.


Desgraciadamente si la soledad solo es nuestra, ¿Por qué insistimos en que ese desierto es de dos?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tal vez por miedo, por costumbre y quiza por esperanza. Ay.
Saludos y abrazos de semana santa

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