Sentidos
E invadida por sus voluptuosidades extraviadas se confiesa dueña de sus mañas
-¡Que no voy a dormir imaginando!-
Le dije antes de que tranquila y perfectamente serena se perdiera, como el momento antes de que salga el sol o el pasmo de sus clases de sinestesia ignorada por la tarde, abarrotada entre sentidos ahogados por la luz del atardecer. De pronto se abre y explota en mil seres como ella, cada uno con algo suyo, este su voz, aquel su mirada y los más solo un gesto suyo que me envuelven como cae la noche, sin sentirla y apagando la luminosidad de mis ojos. Deja de ser ella para desmoronarse en el marisma que se expande a mis pies sin dejar de succionarme cada instante y de a poquitos. En una relación que no me gusta de tanto disfrutarla, de tanto acabármela entre el tiempo en que se seca y evaporada me abandona como serena respiración que cada vez es más imperceptible, intangible como el viento que se detiene ahogando la progresión vital de mi respiración.
Y al final solo queda una fragancia sutil, como el olor de la montaña con frío de amanecer que cierra mi olfato a lo ajeno, cual un leve roce de su cabello sobre mi mano, despidiéndose sin decir adiós mientras deja una estela de ese su olor corporal, siempre tan suyo, tan sin concretarse para formar un solo perfume para mis sentidos acostumbrados a ser ciegos. Tan apretados a su yo, a ese ego que no quiere ser uno solo conmigo.
E invadida por sus voluptuosidades extraviadas se confiesa dueña de sus mañas
-¡Que no voy a dormir imaginando!-
Le dije antes de que tranquila y perfectamente serena se perdiera, como el momento antes de que salga el sol o el pasmo de sus clases de sinestesia ignorada por la tarde, abarrotada entre sentidos ahogados por la luz del atardecer. De pronto se abre y explota en mil seres como ella, cada uno con algo suyo, este su voz, aquel su mirada y los más solo un gesto suyo que me envuelven como cae la noche, sin sentirla y apagando la luminosidad de mis ojos. Deja de ser ella para desmoronarse en el marisma que se expande a mis pies sin dejar de succionarme cada instante y de a poquitos. En una relación que no me gusta de tanto disfrutarla, de tanto acabármela entre el tiempo en que se seca y evaporada me abandona como serena respiración que cada vez es más imperceptible, intangible como el viento que se detiene ahogando la progresión vital de mi respiración.
Y al final solo queda una fragancia sutil, como el olor de la montaña con frío de amanecer que cierra mi olfato a lo ajeno, cual un leve roce de su cabello sobre mi mano, despidiéndose sin decir adiós mientras deja una estela de ese su olor corporal, siempre tan suyo, tan sin concretarse para formar un solo perfume para mis sentidos acostumbrados a ser ciegos. Tan apretados a su yo, a ese ego que no quiere ser uno solo conmigo.