20131217

Corín Tellado de fin de año

Y ahora el Corín Tellado de fin de año…

Quiero hablar del miedo, de esa angustia que no nos permite enfrentarnos a nosotros mismos, a decidirnos. De esa sensación de vacío que todos alguna vez tuvimos y para otros solo es alimento para tener una razón de vivir. Para unos es un desgaste y para otros modo de vida que los vuelve cínicos ante el dolor. Buenos o malos, indiferentes o trastornados por no poder ser en otra persona, su personalidad los consume en el ego de su ser, fingiendo una demencia que los exculpa de pecado y rellena el hueco que les queda.
Hay alguien escondiéndose, me es posible imaginarle tratando de disimularse tras un libro. Es un escritor esperando en la primera mesa de un café de medio pelo junto a la ventana. Se encuentra esperando, sentado en la cafetería de la estación de trenes del pueblo hacia Termini, pendiente del reloj. Divaga en su interior y es fácil adivinar su pensamiento, ella, la María que se va y no sabe si a huir de él o a buscar algo nuevo. Siempre será Roma al final, que lugar más fácil para esconderse, para olvidar, la imagina rodeada de hombres y mujeres que viven en la punta de una flama que calienta su existencia. Mientras, él, espera sentado para solo verla pasar por última vez, se esconde el rostro con el libro que no está leyendo mientras garrapatea una libreta muy ajada, llena de apuntes “por si algo brota”, que esta manchada con gotas de algo que parece una mezcla abstracta de manchas de café y vino tinto. Solamente evade, se esconde de la despedida que sabe que ya no será y solo desea verla pasar por última vez antes de que parta el tren que sabe se la llevará. Como si de eso dependiera algo que va, o puede, pasar después de esa imagen de alguien despidiéndose, o, quizás de un solo adiós de reojo para dejar el pasado atrás. El pelo sobre el rostro no lo hace parecer descuidado, solo le da un aire interesante que no lo ayuda a encubrirse. Este sería su último compromiso con María, despedirse sin ser visto, y bien sabía por qué huía, esta ciudad no era la Roma que soñaba. Ni él, el hombre con que fantaseaba.
La libreta de notas se encauza en un libreto sin pies ni cabeza con diferentes tipos de letra y tachones de quien no quiere seguir algo que ya terminó y se quedó sin final:

-Yo, soy ese abandono, el caos y María cuando me ve, siempre se encarna en desdén que sueña con el desorden. María, observa, voltea y me arremanga despacito las mangas de la camisa, como cuando éramos niños, como cuando nos estancábamos en las esquinas, con ansia, volteando a todos lados para cruzar seguros a la otra acera. La verdad es que vivíamos felices cuando nos visitamos las grandes extensiones de piel virgen, y lo mejor era cundo nos encontrábamos en mitad del camino y nos perdíamos en el parque para jugar juntos Ahora me ve, la veo y queda solo como cuerpo que dejo de ser memoria de sexo y amores para volverse recuerdo ahogado. Despropósito por transformarse en el fetiche de mis delicias insensatas, que mejor dentro que fuera se aplica a entenderme, el que solo veo para ser opuestos porque el diablo no se puede enamorar. Es cuerpo que acaricio como nube errante que pasa flotando y húmeda. Notaba como los miembros se le templaban y la cara volteada para molestarme, solo por molestar porque bien que me quiere y yo lo sé, porque solo una noche me gusto para pasar la obscuridad guardándola y ella nunca me lo recriminó. El pelo le escurría sobre la cara y le dejaba caer sombras irregulares en el rostro huraño y lacónico de nunca jamás ¿Qué hace que el tiempo no corra para esperarla y se vuelva agua para retenerla? Y solo se despedía con el sonsonete arcaico de “Dios te cuide y la Virgen te acompañe” y yo me encarrilaba por donde el sol se desplomaba y la rabieta me esperaba, sabiendo que soy osco pero buena persona. Y María se dedicaba a dar envidias para que quisiéramos ser como ella y no el extraño extranjero que aparece en el espejo y no está, es alguien vestido de negro que no refleja. Extraña como es ella prefiere no involucrarse y dejar trabajar a sus sueños en donde siempre me asustaban sus senos mientras me apabullaba su vagina con el veneno de mi cuerpo dentro, que se desliza en el gran cuento que es la vida, un muerto no se puede defender , eso es un hecho-


Todo sin pies ni cabeza, lee y repasa sus apuntes que sin sentido la quieren retratar y no pueden, recuerda tantos años de compañía y no se da cuenta que algo paso mientras se escondía para esperarla y verla pasar por última vez. María entró, ella está en la barra observándolo desde atrás, él no la vio abrir la puerta y dirigirse a la barra. Desde ahí María lo observa. Nadie la había notado cuando entró silenciosa por la puerta lateral. Solamente se apoyó en la barra para despedirse desde lejos por un par de minutos, sabía que ahí estaría escondiéndose por un buen rato observándola y ahora, él, resultaba el cazado. Toma ánimos, se arranca y pasa junto al escritor, le acaricia el pelo, sorprendiéndolo, para simplemente decirle “Adiós y recuerda, en los cuentos puedes ir a la deriva, en la vida no” y sin darle tiempo de verle la cara, lo deja sembrado, pasmado, mientras se encamina a la estación con apenas un maletín de mano, sin que él se atreva a seguirla. Se queda mudo observándola, baja la vista, ya tanto le era costumbre que se dejaba caer sin pensar en las consecuencias -¡No pasa nada!- toma su libreta y apunta algo entre dos manchas de vino tinto. -La inseguridad es un motor- y piensa, “al menos es invierno es benigno y no pasará mucho frío” Y solo le viene a la cabeza un trillado, “No toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido”

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