20110630

A rajarse al cerro




-Pos no está su mercé para entenderlo, pero antenoche que me chinga el frio allá onde la milpa... ¡pos no, mesmamente que me sorprende! Jue merito donde endenantes  se llenaba el jagüey, ahí mesmo aonde me agarro el escampado y me quede sin mirada. Pos que me hubiera chingado en el jacal y ¡Otra cosa mi señor!

Sí, ansína que empecé a sentir como temblores, pero no eran míos, se me trepaban como del fondo de la tierra y me daban de vueltas haciendo un titipuchal del ruido que nomás a mí me friega, ¿Pus ustedes, que no lo oyen?, es como si soplaran un carrizo y después, como que se entienden voces rezando y repiten “Esto ya es difunto, esto ya está muerto”, cada vez más lejos. Y me agarra el miedo y la sed, pos qué, ¡Tráite la jícara y convídame agüita por favor! Que tengo el reseco muy adentro.

Al final uno se abre dondequiera ¡Y más qué; puras mentiras! Así, mejor me quedo quieto porque si no; nomas hay vamos cruzando campos, cada vez más secos. Pero uno ¡bien que escoge el camino pa llegar más endenantes! Y agarramos el rumbo, como que no queriendo hasta donde aúllan los perros.-

Haga usted la cuenta que su primera muerte fue más contenta y, aunque la recordaba, prefirió no hacerle caso. Se había encanijado sin sentirlo mientras caminaba el sembradío, la hierba estaba bien verde y regadita. El atardecer dejaba un aire agradable en la obscuridad que circulaba entre él y la alfalfa, esa que parecía una almohada suave y le recordaba sus chilpayates arrejuntados, jeteando en su cama. Así, hasta que la noche lo encandiló, o quizás alguien nomas le cerró los ojos y se le apagó el alma. Ya no comprendía nada y decidió dormirse ahí mismo, y si no lo ve el Jesuso de chiripa, ahí nomás se queda, achicalado y lleno de moscas. Hablándole al chile, con el morral del itacate junto y las tortillas aposcaguandose. ¡Ni supo cómo se llegó onde el jacal!

Abrió un poco los ojos, solo para encontrarse echado en la penumbra de su sala y si, ahí los endeviso. Se me estaban todos con su alipuz, los veía libando y ya medio borrachos con su taguarniz del corriente. Los cirios que estaban a su alrededor humeaban a parafina y sebo, nada que ver con las ceras que le llevaba al santísimo en la semana mayor o la feria del pueblo.

Ahora, ya jura que capto como que la mano de su Micaela le apapachaba y hasta sintió ganas de hacerle un huequito. Se puso chípil cuando sintió una gota que le escurría entre los ojos a su hija la mayor, y vio que las flores no despedían un aroma precisamente agradable, eran corrientes y estaban casi cáidas en sus cántaros delante de las chilmoleras que nomás se cuchicheaban pendejadas.

Sintió algo húmedo que le escurría en la entrepierna mientras estaba acostado e incómodo, sobre una mesa con su manga de hule frio que lo envolvía. Un anafre calentaba la pieza y ya empezaban las echadas con la viuda, “nomás pa quitarse el frio” de los cuates. Y el, ¡Ni pa emputarse, pos como! Nomás se acordó de los labios y los amores de su prieta y se quizo llorar pa dentro.

-Dios se me apiade ahoy, que asín que semos y pa podrirnos venimos-

Recoger recuerdos no tiene un final feliz, y por un rato se sintió rete triste, como tizo. Vio que no valía la pena y decidió mandarse solito a la tiznada, ya nada lo ataba a lo que veía en su velada, ni a esta chiga de todos los días.

Y al fondo nomas escuchaba unas voces ya viejas de tanto penetrarlo:
-¿Qué cosa te falta pa morirte ntonces? ¡Nomas encanijarte y hacer ecos! -
-Échenle unos jicarazos de agua, ¡Que se nos pele limpito!-
-¿Quiuvole, pos ora pior? Este cabrón no se ha entiesado, segurito es de los que no se quieren petatear y todavía nos está oyendo, ¡Órales cabrón, vallase a culearse al cerro!-
  Y ansina también, los aullidos del perro llamándolo…

20110611


Matilde y el tiempo



¡Qué bonito es no hacer nada, y después de no hacer nada, descansar!



Hay días interminables. Matilde abre los ojos y siente lo pesado de sus parpados, afortunadamente aún no hay luz que la lastime, la cama está tibia y acompañada. Prende la luz y adivina mi rostro entre las sábanas, sí, ese era yo completamente ausente. Se levantó, y se desembarazó de la noche sin hacer ruido, y me dejó amanecer guardado entre las sábanas para poder despertar en mi soledad. Ese día fue todo un acontecimiento, yo esperaba que me sorprendiera muchas veces y terminé extrañado del tiempo que perdí dándole tiempo al tiempo. Y creo que es una cualidad (O vicio, de los hombres como género) esa capacidad de abstraerse y soñar despierto.

-¿Qué haces?

-¡Nada!

-Claro, ¿Tu teoría de que todo es vano y fugaz?

Y es algo tan efímero como el sueño, que si no pasa por tu cuerpo es mejor desecharlo porque no puedes dejar de gritar en sus consecuencias. Tiene que ser un gozo tan irritante como el de coger tu hucha y romperla para encontrarla llena de nadas, vacía. Y mientras nadie se da cuenta que ahí estas, rellenarla solo con olor a felicidad; como el de una mujer que nos observa cuando estamos sin hacer nada y no puede entender que estemos con la mente en blanco, sin movernos y aun así… nos concentremos en ello. Cuando a mí me importa la forma que no el contenido y aprovecho todas las desventajas para no hacer nada y me aplico en terminar de no hacer nada en el envés del día. Igual es la inspiración y el quehacer cuando estoy en blanco y obnubilado, siento que trabajo y no produzco nada, eso sí, con el entusiasmo envidiable de un dios eterno que no cambia, porque ser otro le restaría a su condición divina. Después de todo… es más bonito dejar que te sueñen que soñarte tú mismo. Matilde regresa, y yo aún estoy sin hacer nada, el tiempo me ha traicionado mientras todavía le sigo apostando tildes a este escrito. ¡O sale, o no sale, porque al último… ni yo le entendí!

20110606


El cuento



Érase una vez… el más común de los mortales que buscaba tener un cuento que narrar, pero tenía que tener una particularidad; había de ser sobre algo vedado. Algo que no se pudiera casi describir, entre irracional e irrepetible, incontenible e incondicional para el resto de los humanos. Que se pudiera censurar y exponer a los cuatro vientos, y en todas las cuatro estaciones se comentara (De tren o aeropuerto, del año y los climas). Y así empecé, no sé por qué o como, pero las manos se me escapaban del cuerpo para abrasarla, prenderle lumbre y calentarme con ella. Se escondían sus sensaciones en aromas y gustos humeantes de vaho sobre mi pecho. Por dejar pasar las cosas y que simplemente se transcurrieran, pero… chiras pelas, ¡Naufragó! Ni para cuando. Todo fue en la chiripa de un momento de descuido, que no se dio cuando como burbuja explotó. Y no quedó nada, ni un final feliz, ni siquiera un recuerdo vago sobre un cuerpo húmedo o cansado.

¡Yo no sé que tengo con lo prohibido! Pero desde siempre soy inconformista, me enojaba con los “no” y había de experimentar siempre en un blanco y negro, sin tonos intermedios, el sabor de lo prohibido de los volados en un sí o no. No deseo saber tantas cosas, porque se vuelven mías, y si son mías yo soy responsable de ellas, mas aunque las tenga en letra palmer caligrafiada por mi teutón, sobre una bitácora cosida, con margen rojo y hojas numeradas de atrás para adelante. En la que siempre sabré cual es la última, y la primera quedara con un espacio en blanco entre sus muslos abiertos para al final ponerle el título.

Encomienza la calor, y las chicas pasiones se nos vuelven amoríos exultados, llama, se encandilan a farolazos, y dejan su huello entre las pequeñas mentiras en que me pongo a explorar valles y montañas, hondonadas y picos. Y eso sí, es una lúcida experiencia de putas sin que hacer, en que las güilas se esconden, en ese único suyo tan singular. En que dejan su vaso boca abajo y apartando su lugar en la barra. Llega alguien, este es un forastero, y si, es interesante. Voltean el vaso para pedir que lo colme el cantinero, y empezar a seducirlo, tratar de encantarlo ¿Cómo imaginar que esas manos tan suaves y perfumadas podían contener tanto ardor?

En ocasiones, ¿Quién sabe? el sexo, simplemente no se daba y entonces aprovechaban sus poderes de seducción, para dejarse llevar e inventar cuentos para entretener al cliente. Ya eran unas patronas adultas que pensaba que Dios, bien podía estar equivocado, pero bien sabían que aún le quedaba el humor para componer las cosas antes de voltear la hoja. Mas aunque lo escrito no se pudiera borrar, y coger sea algo pasajero, que lo asentamos entre las cuentas mal llevadas y el encantamiento… por no decirle hechicería, que implica perpetuarse.

-Solamente hay cuartos sencillos- Acompañados de murmullos de los pastas duras que separan una de la otra, que se tenían cariño y afecto, sin saber qué era eso, cuando la visitaban los pecados en un ataque de pena ajena y golpes de suerte que convertían en amor las infidelidades. Al dejar obras por mitad y empezar a escribir en una libreta pautada de pentagramas anchos que deja una sombra de desliz, como si fuera concordancia entre lo que quiere y lo que hace, toda una ópera prima.

Le embarraban sus pecados y la declaraban loca, lo único es que ya sabía era de qué pie cojeaba y como desmenuzaba pecados en solo malas intenciones. Sabía que antes de empezar a contar quimeras, ya había olvidado la trama y para qué estaba sobre la cama. Pero, por cierto, después de eso, ya siempre quise más, y cualquier cosa que se me ocurra, ahora la quiero experimentar dentro de una necia trama. Para más noche, dentro de la obscenidad de buscar el fondo, llegar a un final y acabar por desnudar el texto. Que ahora, ya no es solo un libro, hoy es el talismán. ¡Y no hay nada que permita intuir todas las aventuras que contienen sus hojas!

20110602

Maestro Pepinos



¿Su nombre? No lo recuerdo, quizás nunca lo supe. Pero desde que tengo memoria y vivía en la 21 sur lo veía, con su canasto de frutas y el taburete plegable al hombro. Como no recordar al “Maestro pepinos” siempre rondando el Instituto Oriente y el Club Alpha Uno (Estaban pared con pared). Cuando era viejecito, su pelo blanco se volvió hirsuto (Que yo, siempre lo vi igual) vivía en la nueve poniente en un cuarto a un costado de la secundaria y prepa del Oriente. Ahí le daban albergue los Jesuitas, vivían él y su esposa en un pequeño cuarto, a un lado de mi salón de clases y ahí… descubrí el secreto del chile piquín con que aderezaba la fruta, el más famoso y buscado de Puebla. En las tardes lo preparaba su esposa mezclando los pequeños chiles rojos con sal de grano "de mar, porque a la otra le echan químicos y se sabe" y los molía ¡En metate! Ese era el secreto, pasarse una hora tosiendo, hincada de rodillas y dándole a la molienda entre las piedras.

Dicen que la historia de la humanidad cambió, o empezó, el día que descubrimos los condimentos y que de estos, los dos primeros fueron probablemente la sal y el chile. Y debe ser cierto pues hasta la fecha son imprescindibles, como realzan el sabor de cualquier alimento, ¡Y en especial la fruta!

Yo, recuerdo mucho una ocasión en que le di albergue al maestro pepinos, venía corriendo con todas sus avituallas al hombro y su canasto de sombrero. Todo apurado pasó frente de mi casa y le pregunté que le pasaba, “Salubridad” me contestó y le hice señas para que se escondiera en la cochera de la casa mientras se iban los inspectores de vía pública que lo acosaban, estaba lívido pero no pasó nada y conservó su mercancía. Desde entonces fuimos más cuates y me escogía buena fruta.

Preparaba los pepinos en un rito, todo un arte, que incluía cortarles un pedacito de la punta y restregarlo firmemente contra el corte “Para que no se amargue” después tomaba su súper filoso, desgastado y oxidado cuchillo (antes los cuchillos no eran de acero inoxidable y tomaban un color obscuro con los ácidos del limón)  y le hacía un corte en forma de corona (como el sombrero de Torombolo). Le ponía su famoso chile piquín y a disfrutar… un tostón era el costo.  

Las jícamas eran de a veinte centavos, de esos de cobre que servían para hablar por teléfono. Los perones verdes eran una delicia de a diario, porque los pepinos y los cocos eran para los sábados y domingos que salíamos de nadar y había con qué $$$$$$

Y claro, no recuerdo haberme enfermado algún día con sus delicias, a lo más la lengua escaldada de tanto picante. Ni con él, ni con las nieves del Colima o los merengues de a volado. Tampoco me enfermaban los churros y las papas del Ruso con esa salsa que usaba para limpiar metal. ¡Y mucho menos las tortas de Enrique! Mi chofer del camión escolar que prepara tortas hasta la fecha (Su familia). Y nones con los molotes o las chalupas, las picadas o las gordita del puesto de a la vuelta. Bueno, ¡Ni beber agua de la llave afuera de la escuela me enfermaba!



Y qué remedio, seguiremos caminando y aprendiendo, ¿Será eso a lo que llaman vivir?

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