20110512

Puerto Libre a hoy de siempre



Mi niña: Te envío la presente, aunque no sé si el viento la llegará a tus ojos.



Ayer, cuando se acababa la tarde y mientras tenías tu mirada puesta en mí, pues me dio mucho miedo; fue fácil adivinar tus intenciones en el cómo me observabas,  y claro percibí como esa mueca en tu rostro ayudo a amedrentarme aún más. Bien lo sé, era tu adiós.

En la mañana, cuando apareciste, solo me había detenido un poco más de lo prudente en ojear tus piernas y fue suficiente para que esa mirada de odio eterno tuya, se clavara en mí. ¿Por qué no agradeciste el cumplido de mis ojos?, te volviste voluptuosa hacia mí y… estallaste. Me enseñaste un poco más de lo tuyo, como para demostrar cómo se manda y quien es el grumete de a bordo. Después; Vi como levantaste tu mirada y las cejas para dejarme esperando que algo pasara. Y eso fue la primera, porque detrás fue la de esas, tus manos largas, acariciando el dobladillo de tu falda azul marino y dejando congelados mis ojos, solamente por un momento más de lo sensato, que conociéndote, pues solo podía haber sido un instante infinitamente pequeño.

Fueron esas las razones de codiciarte, con la misma fuerza que tú te enojabas de mis navegadas en tú cuerpo, aunque solo fueran con la vista o ni siquiera estuvieras cercana. Aun así, en verdad, nunca comprendí el por qué tú escote no tuviera ningún interés para mí, o preocupación para ti mientras estábamos al pairo, esperando el viento y otras cosas. En cambio, te afectaran tanto que abriera mis ojos cuando te tenía junto. Pertenecías a un auto de fe original en que las insignias eran indiferentes, pues aun cuando fuera una huella en la arena, se podría suponer que fueras desigual y atractiva nada más por evitar ser capturada. Aunque fuera brevemente por solo una mirada de reojo.

Te recuerdo de antes; junto al faro, en la rada dónde está ese pequeño bodegón de turcos con vista al mar que sirve de escondite a todas las personas que no quieren ser vistas y al mismo tiempo estar en un sitio público. Un lugar disimulado de esos que a todas horas tiene clientela circulando afuera para pasar desapercibidos. Aunque la dueña, Esther, que siempre peca de indiscreta en las tertulias nocturnas nunca nos delató.  Fue una cierta sorpresa haber terminado ahí, el saber que lo turbio y revuelto era una manera de ser tuya que terminó por desaparecer como la buena puritana que eres en el fondo. Y ese día en que desembarcamos a conocer el cabaret de mala muerte por la noche y solos, en la parte más apagada del salón… para después quejarnos de que no alcanzamos a ver nada. Con la gorra sobre los ojos para no delatarnos y dedicarnos extasiados a la trovadora ¡Ah que noche¡ ¿Te acuerdas? “Arráncame la vida”, ella cantaba y nosotros coreábamos entre dientes.

Así fue mucho tiempo nuestro paraíso escondido, cuando eran épocas en que el edén solo era tener unas monedas para el café, dormir abrasados y abrazados, escondidos por ratos en ese cuarto oscuro de doble chapa y triples cortinas en que tantas vergüenzas dejamos sobre la cama, guardados de nada y de nadie para levantarnos siempre, polizones el uno del otro. Para después de entrar separados, escondernos de lo que todos saben, salir a hurtadillas. Sin papeles signados ni compromisos, a visitar jardines tomados de la mano.

Bueno, qué más da, al fin me acostumbré hasta a descubrirte en un amor callado. Con la luz apagada en la bodega bajo la proa, pero ¡Como poder perdonarte si nunca te arrepentiste de nada! Si siempre supiste en qué momento volverte altiva para negar haberme conocido, para poder dejarme excomulgado y proscrito de tu vida, nadando las olas de tu recuerdo. Y todo esto porque me salvaste la vida con tu escaso cariño y me es imposible no seguir queriéndote sin condición.

Al final, eso solamente era una práctica inmemorial por joderme, la habías inventado en tus noches de insomnio en que ojerosa, no sabías dónde estabas. Pero adentro o afuera, que importaba donde amaneciéramos yo y mis huesos, si a final de cuentas estabas tan húmeda en el barco como en el malecón o dentro de mí. Y aunque a veces alcanzaba a sentir tus lágrimas corriendo sobre nuestras mejillas, mojadas y pegajosas, en la oscuridad, y nunca pude voltear para ver de dónde venían: Ahora lo sé, desde una tumba acedía de la que se podía salir incólume solo si comprendías que el tiempo recorre lamiendo lentamente tu cuerpo, ya salado de tanto llanto y mar, mientras transcurre la vida sobre tu alma retrasada en una oscuridad perfecta que no me deja encontrar brújula.

Ambos habíamos participado mucho tiempo de la penumbra del cuarto y compartido nuestros cuerpos, ahora todo es anecdótico porque cuando desperté sobresaltado me sentí solo; me levanté a tientas, busqué la botella de ron y solo encontré la jarra de agua. Corrí la cortina triple; deslumbrado, busqué algún rastro adentro o afuera que me indicara dónde estabas. Ahí, supe que no regresarías a bordo, mientras, sentía como pasaba el agua fresca entre mis labios lastimándolos. Y así, después de la algarabía para cargar tus penas, aprendes a convivir con ellas y las escribes en la bitácora. Hasta que llega un momento en que entiendes que todo el mundo sufre algo y que lo tuyo, a más de llevadero… te empieza a acompañar en el camino y te gusta. Hasta que llegas a un barco nuevo que te hace suspirar, invitándote a abordarlo, participando de un insano dolor. Cuando entiendes que nadie es perfecto, siempre hay alguien más fregado y puede caminar con la sonrisa frente a la vida. Porque quejándose siempre, sobretodo… de la propia existencia y sin orden ni continuidad tasable ¿Quién va a buscar pasión en tus caricias, ángel de mi vida? O a dejarse querer solo por tu compañía sin entrega. Así eras, tú mi marinera: en la mañana un ejemplo, en la noche una pesadilla ahogada con olor a mar. Navegando a la alborada que era simplemente el dulce de los dioses, para llegar a acostarse con tu ego y cambiar tu regazo por mí pecho. Para contar las penas como si fuera algo cotidiano y no una casualidad tu andar sin uniforme, disfrazada de aristócrata pasada de moda en la añoranza de levantarse a extrañar la mar.

Ayer, cuando me desabotoné la camisa, con aire ausente te paraste a apagar la luz como siempre, suspiraste y, regresando a la cama, te quedaste quieta, esperando como nunca ¿O no eras tú quien regresó, acaso? Nunca lo supe pero me sentí un extraño. Girando sobre tu costado para quedar a mi lado en una empatía de sol y luna, con la ropa puesta y el cuerpo tenso susurrando algo como tempestad. Para hacerme sentir como profanaba tu cuerpo anhelante mientras te desvestía debajo de las sabanas, para encontrarme con tus senos firmes sobre la brevedad de la cintura, mientras subían mis dedos explorándote; y yo, no daba crédito de la oscuridad, ni percibía nada más que tu aliento a mandarina y algo como una invocación saliendo de tus labios mientras exploraba tu cuerpo. -¿Yo casarme?- Y terminamos sin azahares, haciendo el amor como locos cerca del mar y a escondidas de las travesuras de la luminiscencia en que nunca terminé de saber con quién me acostaba.

Algo si supe en esa oscuridad; que tu sonrisa no terminaría nunca, que eras más suave, que quien teme a la luz ama desenfrenadamente, y; que cuando despertabas sobresaltada en la noche para abrazarme sudorosa, era yo muy feliz porque en vez de prender la luz a esa melancolía congénita tuya, nos amábamos otro rato empapados de amor y era siempre para terminar, ambos, riendo de nuestra suerte juntos.

Recuerdo cuando salíamos del pequeño hotel atrás del puerto y veía tus ojos llenos en la algarabía de la calle, buscando el rocío en las velas de las barcas y escondiéndote del sol. Llegábamos al mar, a esa playa oculta en que siempre te quitabas la ropa para refrescarte e ibas hacia las olas, mientras yo te miraba avanzar desnuda, ahora extasiado con la luz. Uno puede estar equivocado, pero ¿Qué tiene que ver lo azul de tu falda con esto? Solo que te cambiaba el semblante cuando te la ponías y te sentías capitán de grado. Mientras, escuchabas atentamente para no prestar atención, entre la ternura de solo depender del tacto, de tus labios y tus ojos para esconder lágrimas de mi vista, de la nostalgia de mi vida en esa despedida en que solo fue tuya ¡Porque yo, algún día regresaré a la cubierta de los suspiros a esperar el buen viento!

Ahora entiendo que tu huida salvó mi vida y tengo que agradecerte a ti esta segunda oportunidad y sé que, ni soy especial, ni guardo almas para decirles todo el tiempo lo bonitas que son o que su leche es la más dulce de todas. Te enseñé mi desasosiego, ahora me arrepiento, después de tantos embates, mientras aun pretendo que tormentas y lluvias no me alcancen. Mientras, me quedo esperando absorto, pretendiendo que alguien me recuerde:



En este viejo bar junto a los ultramarinos y extrañando.



                                         Eternamente tuyo



                                                    YO


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