20111029

Muertos 2011


El muro del panteón está cubierto con la enredadera de los chayotes que planto mi tata y en el piso, están las calabazas que se escurren por entre las tumbas, chonchas y verdes. Una vez al año, por estas fechas de muertos, mandaban a cosecharlas para echarlas en la tacha, sacarles las pepitas y ponerlas a secar al sol. Tiene el camposanto sus árboles de tejocotes por fuera y unos sauces llorones por dentro pero ni sombra dan. Es la verdad, y por eso nadie dice nada. Parras perece penando, igual que su gente y lo único que queda vivo es el camposanto.

-Y qué, tanto para aprender a hablar con muertos que ya no escuchan. Estamos en la nada, la pura nada que no existe y ahí se queda inmóvil mientras pasa-

Todos somos un público que se queda quieto, viendo pasar un cortejo fúnebre que avanza por las calles para internarse en el panteón, parece lo más normal. El cura ya espera en el portón con el acólito al lado, aburridos y asoleados bajo la sotana sudan su oficio. No entienden lo que pasa y dedicarse a esperar almas para disponerlas a descansar en la tumba… es algo bastante etéreo que solo se justificó cuando, después de la ceremonia bajaron la caja al hoyo y la madre quiso mirar por última vez al difunto y… ahí se quedaron todos. Observándolo sin siquiera poder cerrar el ataúd para dejar que el muerto descansara. Nadie se atrevía a dar el siguiente paso, a despedirse del muerto y salir panteón, se acercaban a la puerta y regresaban guiados por una fuerza extraña que les impedía seguir avanzando.

-Algo pasa, nada es real, tengo mal agüero-

Señaló con voz atiplada su viuda, mientras dirigía la vista a las torres de la iglesia que estaban como congeladas en la última campanada sin marcar el tiempo.

-Todo es silencio-

Y se dio cuenta que el tiempo estaba estancado, las nubes no se movían y los pájaros permanecían claudicados, inmóviles en las cornisas de la iglesia de Parras, como secos. Esperando, como aguardando por algo que aún no llegaba, mientras nada pasaba. Algo irremediablemente íntimo para lo que no podían salir y su querer se sangraba en los demás… aunque nadie opinaba diferente de la partida de las almas y menos aún sobre su destino.

-Están desatadas todas las ánimas, por eso no las jayamos. Vamos a rezar con ganas y ver qué pasa, para buscarle, pues si no, nunca vamos a acabar con este difunto-

Dijo el cura, mientras se acomodó el libro de rezos bajo el sobaco humedo y se quedó viendo al doctor. Venía con su enfermera al entierro y ellos opinaron que no era algo real lo que estaban haciendo, se abrazaban y tiritaban como pareja

-Para la resurrección hace falta la muerte, y para mí que este cabrón no se quiere ir, está esperando algo o algún nahual la tiene preso-

-¿No será tan sencillo como morirse y ya? Su pinche nahual, no lo deja. Qué diablos hacemos aquí esperando, ya son tres días. Ve sus ojos ya secos y marchitos-

Dijo, observando al muerto y haciendo como que buscaba algo en los alrededores pero solo se quedó mirando sus zapatos llenos de tierra de tanto dar vueltas

-Pues no creo que resucite como El Señor, ya son más de tres días. Es más, ya empieza a heder-

-¿Y cómo no nos iba a renunciar? Si ya era puros huesos y ganas de vivir los últimos meses-

-Si cabe el muerto en la caja… ¡ya no está vivo! despachen a su alma a otro infierno, al menos cierren la caja que ya no soporto verlo-

Dijo algún presente ya muy molesto, que ni tenía vela en el entierro, pero tampoco podía salir del cementerio, ni se atrevía a cerrar la caja para poderse ir

-¡Que alguien le empiece a echar tierra! Me gusta pensar que ya no se saldrá nunca de ahí-

-¿Cómo podemos saber que no estamos soñando?-

Dijo otro mientras se pellizcaba y simulaba dolor para verse desfilando hacia la puerta sin poder salir. El curita, que era nuevo en el pueblo nomas se achicopalaba y se andaba haciendo buey, disque rezando entre las tumbas y echándoles agua bendita con el acólito, iluminado por un cirio que parece no tener fin. No podía ni cruzarse a la sacristía del templo, se acercaba blandiendo el hisopo ya seco, como amenazando al cielo.

Lo único cierto es que la tumba permanece abierta, algo oculta de un sol que ni calienta ni se pone entre los dos árboles de manzanas panocheras que este año dieron de a madres. Mientras, se parten entre su sombra y el alma del muerto que se niega a salir del cuerpo, para mantenerlos a todos atados al funeral que no termina, aunque ya han pasado días. Los deudos ya están entre nerviosos y desesperados, pero el cuerpo está incorrupto, absurdamente radiante se mantiene sudando una serie de gotitas, como de rocío, que perlan su frente. Y la humedad es síntoma de existencia, vida que no es ser cuando que se transpira en pedacitos de cielo y eternidades. Se acerca al agujero para observar fijamente el ataúd, buscando algún inexistente signo de vida y lo trata de cerrar mentalmente pero sus dedos nerviosos no le obedecen. Un vahído espeso y oloroso se desprende en ese momento del cuerpo muerto y hace que las gotas que perlan la frente del cadáver escurran. Denso y lleno de sapiencia, el regüeldo flota y se coloca entre los deudos, que ya reniegan de serlo después de una semana de penurias, ahí sin poder terminar, esperando que se vaya el alma para ponerse a llenar la fosa. Uno de ellos, el más valiente, toma un puño de tierra que avienta encorajinado sobre la frente del compadre muerto y al grito de

–Vámonos, que el mole se pasa-

Pero la tierra se desvanece en polvo antes de tocar el cadáver. Se pone el saco como quien se dispone a partir con lo que queda de su planchado. El ambiente tenso de todos es más que sombrío y apesadumbrado y toma su pañuelo para evitar el hedor. Estaba acicalado para el duelo. Pero después de una semana de malpasarla, encerrados en el panteón, para intentar despedirse del alma y atreverse a acercarse para escapar, para abrir el portón del panteón quedo hecho un andrajoso. Las puertas del panteón crujen, las hojas se apartan pesadamente sin que nadie las empuje y se observa una calzada bien ancha que se deja ver enfrente iluminada, pero no va a ninguna parte. El más osado, llega al frontispicio y aunque está abierto se queda ahí parado sin cruzar el umbral, esperando por los demás. Nadie lo sigue y él; no se atreve a cruzar la puerta. Se queda viendo las huellas de animales que pasaron todo ese tiempo

-Ahí pasó mi nahual-

Y ve que su huella es profunda. Guardar tantas almas dentro del camposanto… es el amor adultero del nahual, que no sabe escoger y se los llevó a todos. Ellos no lo saben, se fueron para no regresar, son como la última malacopa, la que no debimos tomar.

-No pienses en la muerte, ¡tú eres la muerte!, todo Parras está muerto-

Desde las bardas del camposanto observan las calles vacías, las casas cayendo a pedazos, los árboles secos de la calzada y una torre, es lo único que queda de la iglesia que ya sin campanas, callando llora sus glorias



Ni modo, el que no oye es como el que no ve...




20111014


Arreando mulas



-¿Y ese quién es?

-Gervasio, el arreador. El mugriento que a las cuatro de la mañana de todos los días, nomás se arremanga el pantalón y se echa encima un café negro con su pan. Saca las mulas del encierro y las parea “porque cada una tiene su lado bueno”. Se fija su morral al hombro antes que salga el sol, y sale con todo lo que necesita para encarrilarse al monte. Ahí se va, pisando la tierra cuando todavía esta fría para que no le arda el camino-

A eso se dedica, a arrear mulas. Todito en él, es bien poco; su litro de pulque, tres tacos de tortilla y un aguacate por recaudo. Con el machete a su izquierda y el fuete a su diestra se calza el sombrero, se arrima su cobija y se pone a arrear el atajo. Irse a bajar la sal de los llanos allende las tierras negras, al cerro del Tecual, es su obraje, es su tarea traerla seca y limpia para mercarla a los noqueros que preparan las pieles que salen del rastro.

-Oye tú

-Si te hablo a ti, ni modo que a las mulas

Pero sigue como si nada, es más sordo que una tapia y vive platicándose solito y sin oírse. Parece un beato, siempre musitando cosas que solo él entiende. Y si algo aprecia es la soledad del camino con las animales, más que mancomunado con alguien. Solo él y sus mulas pintas, con las nubes de polvo y moscas revoloteando alrededor. Y siempre cuidando la carga, manque se le viniera el cielo no se le moja la sal porque la traiba bien tapada y hasta que no las pone en la artesa llegando, no descansa.

-¡El infierno te queda corto!

-Gervasio, ¡no te hagas buey!

Y el camino se hace más corto cuando ve como lo saludan al pasar y se ríen, y el tan como si nada de cómo lo chotean, sigue en sus pensamientos. Tronando la fusta y avanzando en el trajín, en la tranquilidad de quien no entiende. En el pueblo lo ven pasar de al diario, cuando nació nada más le pusieron las aguas del socorro para ponerle el Gervasio, creían que se moría del parto con su madre, de prematuridad. Por eso así se quedó, así; sin bautismo con señor cura y todo re lleno de marcas en el cuerpo por la chinga que fue que naciera y con la boca pegada a la pared. Dicen que no se quería salir de su madre manque estuviera muerta y después, quesque se quedó sordo a propósito, para no enterarse de nada. Él no era de aquí, dicen que porque nunca lo legalizaron y el agua que le echaron no era de la bendita, por eso se veía re enclenque. Pero era mejor que nada ese bautizo, por eso se quedó flaco de por vida y sin aigre. ¿Pero y qué?, la bebía o la derramaba

-Gervasio, ¡hay te ves, mula desorejada!

-¡Chíflales que se te quedan!

Y ahí se va muriendo solito y día tras día se cuenta a si mismo las mudeces que solo él se entiende, un día se dio cuenta que se largaron sus hermanas y ni siquiera se quedó con quien le arriara. Ya andaba medio muerto del espíritu y, eso sí, aguijando las mulas de al diario y comiéndose los alacranes que se encontraba debajo de las piedras. Nada lo afectaba, nadie lo pelaba solo los chamacos que apedreaban las mulas cuando pasaba el caserío de donde las cañadas empiezan.

-¡Cuantas mulas y yo sin fuete!

-¡Ahí se ven!

Y el chasquido del fuete y la funda del machete era lo que le daba a respetar. Y no es que no platique, ¡es que no entiende nada! y nomas le gusta andar lleno de polvo por las veredas contándose historias él solito. Ya se ve, no es ningún coyón, ¡hay van tres muescas en su funda!

20111012

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Corre la cortina



Cuando apareces ¿Qué decirte que te consuele? Y escribirte ¿Para qué? Si veo en mis notas que nunca sé cómo empezar, y cuando las releo no sé qué te dije. Demorarme en ti es un bálsamo en que siempre eres lo mismo; una actitud de entrega y una sonrisa.

Pero hoy, no. Te acercas al ruedo de a pocos y le das un par de vueltas antes de resolver a entregarte. Abres la puerta con esa llave mágica de tu erotismo y, poco a poco, reduces tu ropa a su mínima expresión. Solo te quedas con un par de prendas minúsculas que coquetas cubren la pubertad y tus pechos, erguidos por el fresco.

Ahí están, solo son esas pasiones depravadas que hacen infeliz a la gente. Y ¿sabes qué?, si te toca, aunque te quites, y si no es tu hora, aunque te pongas. Ahora que todo es desconocido, denso, indiferente… tiemblas: Tienes una inquietud que te cuesta trabajo disimular. Tu cuerpo ya no es lo de menos, es lo de más, porque ahora tu anticuada voluptuosidad se convierte en una colección de zanjas y bordes que tiritan, te rodean sin dejarte ser.

Tus manos se estremecen mientras te acaricias, primero el rostro y después tú desnudes. Caminas, avanzas, uno dos pasos. ¡Decídete a hacerle caso a tu rebeldía y grita!

-¡No!-

¡El agua de la ducha aun sale muy fría! regrésate a la cama y espera un rato a que caliente el día.
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20111008



¿A que sabe el otoño? A inmenso. Sí, es toda una recolecta de sabores y sombras del fogón, que son joyas ocultas entre colores y texturas escapadas, para poder ser degustadas de a poco, en un convite casi sin fin.

Los hombres se alimentan de dinero y poder, los dioses de colores, olores y sabores. ¡Y la que se armó! Nos homenajearon celestialmente Beatriz y Friedhelm. Primero una maravilla de texturas y aromas en el mousse de ostión rodeado de los verdes y morados de las hojas de lechuga. Las uvas perfectamente enfriadas entre anís para el cambio de tiempo. La sopa de nopal, exquisitamente mediando los ácidos y la sal. Navegada por la pira fúnebre vikinga, que en este caso… fue de oaxaqueños chapulines navegando en barco de maíz y aderezada por flor de sal marina (¿La silabaria y el mar?). Y el plato fuerte, entre los tonos escondidos del blanco y negro del arroz con los últimos rosas del piñón. Todo contrastando en la envoltura verde obscura de la delicada presencia de la Hoja Santa, esperando su lugar junto al filete dorado para los adorados de Bea (¡Que no son los aDorados de Villa!), que veía su exterior alineado con tocino del que aún sabe a tocino (no al bacon gringo que se usa ahora) y los negros sabores de las especias. Todo esto entre amarillos profundos de aceite, obscuros de pimientas, que le dan paso y aderezo a la guarnición. Son  tallos de chayotes formados uno a uno, como huestes de Villa, uniformados de calzón blanco para la batalla (¡Una cruzada perdida de antemano! No quedó uno vivo).

Y el postre, mmmmm, para invitar y convencer que no se olvida nada a los amaneceres caminando en que Bea se escurre planeando hasta el último detalle. Que se culmina en una corona de crema batida y guayabas ajuaradas por las campechanas miniatura de las monjas de la cinco oriente. Eso sí, ¡La perfección del café fue mérito del metódico temperamento teutón de Friedhelm!

Y así, magnifica y esplendorosa, se escurre por la ventana la tarde. Entre la plática amable y el último rayo dque luz forzó a los fuereños a tomar carretera, cuando anochecía entre ardores irracionales que tienen una fe insensata en el amanecer y recuperar el cuerpo. Ese rejuvenecer que es el objeto último para el mantel inmaculado (bueno, ¡por un rato! hasta que el vino, se desparrama gracioso en el lino exquisitamente almidonado que cubre la mesa)

Y ya después, en la tranquilidad de la noche me puse a ordenar tantas ideas. Trataba de imaginar la vida sin esas fiestas o sin compañía (vete pobre, pero no te veas solo ni enfermo), sin el sueño ni las fantasías en que asendereado, me paseo por la cama. Esperando que aparezca el mago de los sueños, expectante, nervioso.  

Bea nos lastró para mantenernos atados a las sillas, pues de otra manera abríamos levitado entre tantas sensaciones. Como el sentirse acuchillados por el espíritu de Obregón y saber que por suerte, no apareció ningún Toral a deshacer la fiesta (¡para suerte de Bertha! Que esperaba ansiosa noticias de su tía).

Y así pasó lo que pasó, esas cosas suceden, somos pupilos aprendiendo a disfrutar la comida y lo que sigue, paladeando la mezcla de sabores y personalidades de los convidados. Desde la lucida mente educada de la historia de Pedro, o la plática amena de Jaime, las anécdotas de la política de Toño, que ahora no vino como senador de la republica sino como comedor del fogón de Bea. Y qué decir de la mente educada de Reyna que nos deleitó con su sonrisa franca y sus anécdotas y experiencia analítica (La vida en pareja se puede decir que pasa por 4 etapas, la parte impetuosa cuando nos conocemos, la etapa reproductiva en que crecemos y nos hacemos más, la época que ansía por tener dinero y atesorar para el futuro y la última, donde queremos compañía y piojito. Ahí nos quedamos en la plática que después derivó en la coincidencia de las tortugas y los peces con Bertha ¡Que se las sabe todas de ese tema!).

Las amables atenciones de Bea y Friedhelm que se desparramaron en el convite, y así; sin diferencia entre comer y el quererse, el mismo deleite y pecado. Que se debate entre el hacer y el dejar pasar. Ambos a la carta, escogiendo y combinando sabores, texturas y colores que se arrastran para descubrir el fogón. De calores inmensos y flamas de colores que adornan la carta tan elegante y precisa para no estomagarme antes de decidir por empezar el primer mordisco. Porque este es lugar para la voluptuosidad de la comida y la amistad.

A lo más, la antojadiza muestra de sabores que se quedan impregnados entre fuente autista del blanco del mantel, impredecible liso y alisado por la plancha y el almidón, la mesa desmantelada que ahora es una incertidumbre menos. Navegar entre la adrenalina de los platos calientes, que sin sobras antojadizas se guardan después de una semana de abstinencia, en la fuente autista del blanco del lienzo impredecible. En la alacena que guarda las vituallas para la próxima batalla. Que ahora nos quita una incertidumbre: “Entre los peces el mero; entre las carnes el carnero; de las aves la perdiz; y entre las doncellas, Beatriz”



Gracias mutuas: Beatriz y Friedhelm, Pedro y Reyna, Bertha y Manuel, Antonio, Jaime, y Enrique (en ganas)

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