20110704

La máscara de la displicencia



Creo que necesito regresar a consultar a mi siquiatra (¿De nuevo?), quizás solo llegue a pagarle un mes de sesiones porque no es nada grave, pero ¡Ah como me trae loco este absurdo! Y será solo para platicarle mi obsesión de siempre por los vellos y la suerte de las que no se los afeitan. Y, ya lo sé, seguro lograré ver detrás de sus lentes (Chiquitos y absurdos) que le esconden una mirada de incredulidad. Y si no se aguanta, pues, hasta una risita entre suspicaz y burlona se le escapará. Se resignará a escucharme y aunque ya sé que me dirá al final, -Son cincuenta minutos por quinientos varos, por favor en el cajón de la secretaria- (Eso será ahora mi cesión) Y que, ya sé que me hubiera salido más barato no obsesionarme con algo tan sinsentido, pero no puedo evitarlo, despierto sobresaltado en las noches y me sorprendo a mí mismo en el día, siempre con la misma imagen:

Ahí estamos (Aún me imagino mesmamente, como si fuera hoy) en el prado junto a la alberca. Tú con esa sonrisa de “Que bonito” y el traje de baño que holgado por el cloro en el agua de la piscina me llenaba los ojos de codicia (¡Lujuria! dirías tu), lleno de esas florecitas lilas sobrepuestas que estaban de moda (¡Bien que me acuerdo!) y… los vellos, siempre ese vello acicalado en pequeños risos, en nostalgias que vienen a mí una y otra vez. Me obsesiono alrededor de su memoria y el destino fatal. Tú ahí, mostrándote, enseñándote solo para mí, casi insensible y toreando al chivo (¡Ese soy yo en esta historia!). Con esa fragancia que desnuda el aire, que me perturba hasta la fecha con un aroma  que muy de vez en cuando percibo en el aire, te evoca y te desentierra. Siempre tan cuidada, muy bien formada y blindada bajo el yugo materno que te guardaba y preservaba, bueno hasta que te liberaste y mandaste a todos bien lejos (Mejor dicho, ¡Tú te fuiste!). Para después de estar junto a tus formas, la nerviolera de recordarte mientras caminabas a cambiarte de ropa. Mis ojos en tu traje de baño y diantre… esos tus vellos que salían sin pudor de tu traje de baño, pelillos (¿Te los teñías de güero?) que sin remedio llevaban mi calentura al sol de lleno bañándome y después, al agua fría de la alberca.

A mí no me importó, ya estaba fuera de tú vida (nunca estuve dentro), solo me quedé en una misteriosa prisión húmeda en la que me veo, siempre a punto de huir, siempre mojado. ¡Cuántas veces me tuviste que recordar que así era eso de ser la mujer ausente! Para después dejarme ir solitario a mi intimidad y recordarte (Santa manuela bendita… cuídame mi manita)

Pero si, florece algo, después, mucho después crece dentro de mí. Muchas veces estas aquí, para volverme loco. Lo hecho está hecho y obviamente, si no tuve el valor (¡Te faltan tompiates! siempre me recuerda el compadre) y me obsesione por olvidarte –Vete con tu niña-, que así me decías, y yo, patético y desperdiciado, desquitaba mis ganas poniéndole nombres falsos a mis dedos mientras nos tocábamos desde tan de lejos, pero siempre eras tú la que me ordenaba las papas con salsa y me contabas las historias que enmarañabas tan guardadas (Eso ¡lo vale todo!) bajo el sol y nunca detrás de algo como tu toalla tan blanca (Tan blanca que me recuerda mi conciencia contigo, ¡yo, siempre tan cobarde!), ¡Me falto con qué!

Solo eran un par de años de diferencia a tu favor, pero a esa edad, imagino que era difícil para ti andar con alguien menor, ¿ligártelo? Pues sí, pero nomas a piquetes y solo para presumir tus temores, superando ausencias y miedos. Entonces eran otros tiempos, cuando la pulcritud y la castidad valían y costaban. Y entre las pláticas con tu amiga, esa que se burlaba y ¡bueno! porque no reconocerlo, ¡Bien que nos conchababa en los bailes! cuando ya de a tiro no había con quien y ahí estaba tu baboso abstemio, cachondo y bien trajeado quitándose las moscas y esperando para llevarte a casa con la autoestima en el cielo -¡Algún día, yo seré el efectivo!-.

El tiempo no transcurre ni pasa, no es una línea recta que caminamos; es solo un zigzag que me atrapa entre sus ires y venires (El doctor puso cara de incrédulo, vio el reloj para checar mi teoría del tiempo y me facturo antes de los cincuenta minutos) cuando yo me encuentro desprotegido de la circundante manto con la que aún me ciñes, y tú aún continúas en lo mismo… cambiando pañales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡¡¡Jajajaja que bien! ¡¡¡¿quien los tuviera güeros y rizados?!!!

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