20110330

“¡Sé breve y dímelo todo!”




“Mire compadre, algo está mal, mejor vamos a checar” Porque para cuando pasé los viñedos y las nogaleras, logré llegar al panteón de Parras que está por el Santo Madero, ahí nomás me quedé parado frente a mi tumba, confundido leyendo mi epitafio, y eso porque siempre estuve enamorado de mi dictado, y claramente… no se correspondía con el mandato que dejé explícito. Pa luego es tarde, dudé de ser yo, cuando vi que esa piedra, hosca y opaca… no era el basalto glamouroso que yo había ordenado desdendenantes. Y además ninguno de mis arrepentimientos anteriores se veía rondando por ahí. Ya no estaban ni abajo, ni a los lados, que era donde los había escondido. Y a más de que ya sin enamoramientos, las flores se quedaron marchitas en sus vasos rotos y secos.

La refolufia que organicé había encomenzado ahí mismo, entre la sombra de los laureles, con sus clamores sin ruido y la contemplación brillosa de los estandartes ondeando sin aire en la capilla. Le dimos con todo a las veredas, pero, para cuando llegamos hasta el lindero del cementerio, me aplaqué como lamento de buenas intenciones, en lágrimas que se vuelven lagañas y no te dejan ver. Bien rápido se me acabó el levantamiento de los insurrectos que no se quieren desahuciar, “nos dan maña porque no estábamos listos para reclamar por cosas tan burdas” Algo había que hacer y la única persona que parecía adecuada y nos escuchaba era el velador a la puerta del panteón, pero él, nunca terminó de entenderme. Sereno, eso sí, me indicó que no estaba permitido alzarse y menos… levantarse como lo estábamos haciendo.

Ese día, ahí nomás me planté, se me olvido vivir, ni la hora avanzaba, ni el reloj daba vueltas. Así me quedé peleando con mis diablos hasta que los vi de mi lado, ya sin odiarlos. Eran como unos perros, perros descarnados con babas chorreantes, ojos rojos y dientes amarillos que parecía que tenían prisa por ahuyentar almas y descarnar cuerpos en secreto, “Porque ya no tienen voz y ni sienten, están bien jodidas” y ahí se quedaron desahuciados a costa de su soledad de canallas en el lugar correcto, pero en la mitad de ninguna parte, enterrados junto a su dueño con la trompa amarrada, entre un desfile de deudos llorosos al saber que ya no se conocieron sus cuitas y ahora van a experimentar al diablo en otra cancha, en la que rascan con sus patas y tratan de vencer las bisagras que chillan y las cadenas que arrastran.

Que las cosas parecieran rendidas al borlote y se quedaran secas sin posibilidad de reverdecer me jodía, porque para cuando la quimera es real para ser lo mismo, hay que dejarse llevar todito, ya no hay remedio porque queda un único silencio. “Ahí la llevan” me fijaba, pero no entendía, pasmado me cegaba a ver. Y si no creo en lo que veo, menos en lo que se queda a medias en los ojos y no ve la tregua que nos da el sol, la vista del odio clavada en un punto negro, un solo pinche punto negro. Y está con puntos y estertores cosida en la memoria, ¡Pero si esta lápida ya no es la mía, estamos bien fregados! Porque la hace irreflexiva y tosca, pero está en su derecho de mentarmela. ¡Dañe un poder peculiar, el de ser libre por la propensión que se acabó en el último estertor! ¿Cómo podía quedarme y permanecer sin tratar de levantar un pedazo de mi alma? Nadie debería tener miedo porque aunque somos muchos, no nos sumamos. ¡Valemos madres!

Horteras y muy cachondas, con sus trapos viejos se deslizan las ánimas a mí alrededor, ¡Que coraje!, moviendo las ramas de los sauces llorones, recordando los afectos de su morada. Y el velador, al alba, sentado al quicio con la espalda en la piedra que fue mi lápida ¡Que cabrón y yo buscándola!, echando volutas del humo de un cigarro que parece eterno, se deleita mirando las tumbas tan ordenadas y limpias, con sus lozas aseadas. Abre su morral y se pone un mezcal entre pecho, espalda y madre, no obtiene ninguna réplica, mientras veo como se faja, porque cree que cuando aparezca la muerte, se gozará en sus ojos mientras todo agoniza a su alrededor, y bien sabe que cualquier rezo me salvará, incluso una pinche y simple jaculatoria me ahorrará tener que averiguar mañana donde estoy.

                                                   No supo nada

                                          vio lo pequeño que son

                                                 las nimiedades

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