20121204






 
Dentro del viejo parque

 

Nunca fui muy sutil ni sensible, más bien desenfadado y equívoco, creo que sin proponérmelo… pero esta vez, lo iba a pagar:

Los paseantes se habían acostumbrado a nuestra presencia en el jardín, pasaban errantes por todas las esquinas y sabíamos que nos observaban mientras discurrían, una y otra ves alrededor de nuestra presencia habitual en la tardes de frío. Fuimos un par de almas vagabundas, ¡las estrellas del parque! y el deleite de los curiosos.

Tomé su mano contra mi pecho y la apreté con la suficiente fuerza para llamar su atención, el viento corría plácidamente entre el follaje, ella lo observaba con la mirada perdida, la mente en blanco y la boca llena  promesas. Yo, solo tenía palabras para despedirme, hacía frío y las frases me surgían entrecortadas y cortas. Tenía ganas de terminar, pero el último abrazo era indispensable, noté que su pelo estaba empapado, estaba sudando y yo no tuve fuerzas para irme primero, aunque deseaba correr, escabullirme y desaparecer. Me aparté para dejarla ir, pero yo fui el que se fue, contando los pasos para cambiar de tema, las manos en los bolsillos sobando un sentimiento de culpa y abandono por nunca haber pasado de esa banca de parque con ella. Entonces, consideré que lo mejor era separarnos y yo tomé la decisión porque considere que era mi deber. Avancé procurando no tropezarme ni encariñarme con el sendero, porque al final soy la suma de las mujeres en mi vida entrecruzadas con lo turbio y sombrío de mí ser. Pasó el tiempo…

 

Levanté el teléfono y reconocí su voz, quizás un poco más apagada, quizás más lejana

-Voy a negociar con Dios mi regreso y quiero saber ¿qué harás?- y me citó al lugar de siempre, insistió que en la misma banca.

-Voy a regresar a esperar, aunque no vuelvas completo, pasó lo que pasó y ya no me importa- y no terminé de entender lo que quería

-Fue un largo impasse- se despidió y yo quise renunciar a verla, a la experiencia de regresar y tener que resignarme de nuevo a empezar a olvidarla, el pretexto estaba en mi superficie pero me negué a aplicarlo y acepté ir.

Llegué pronto a la cita, caminando el parque, oliendo a hierba húmeda, despacio, buscando imágenes y recordando lugares. Ella habló poco de su vida y yo en verdad nunca creí conocerla ni me importó su pasado. El paseo es un lugar abrigado, con personalidad propia y un fin definido, lleno de plantas y sombras entre senderos, que aparentemente no van a ningún lado y dan la vuelta en curvas marcadas por arboles gigantes que se dejan caer sobre sus linderos y casi velan los atajos que ocultan nuestras citas y recuerdos (cuando me la jugué robándole el primer beso)

Cuando me llamó, no entendí que quería, pero había pasado mucho el tiempo, año sobre año, y sentí curiosidad por volverla a ver. La recordé hilvanando recuerdos, como cuando la hierba crecía parejita alrededor de la banca en que siempre la esperaba y siempre habíamos frecuentado. Ahora el pasto es una cortina que casi oculta la banca y forma unas aristas entre verde-quemado que apuntan al cielo en las esquinas y esconden el lugar.

Apareció y caminamos un poco, cuando nos sentamos vi que traía el abrigo de siempre (o uno muy parecido) y una mirada verdosa que sentí familiar, se puso junto a mí como un espejismo que cayó en mi vacío

–Vamos a hacer lo que fuimos- Y traté de entender que quería. Ahí estaba y me provocó una rigidez que solo se disipó cuando ella se dejó venir en una sonrisa, que ahora me suena hueca y noté que parecía estar desnuda dentro del abrigo que la cobijaba.

–Solo necesitaba estar segura de existir en tu recuerdo- Me dijo mientras sus manos la abrazaban y, así,  mientras rozaba sus dedos en el abrigo, vi como su rostro se convirtió en un una mueca en que se transformó en el último recuerdo que tuve de ella, una tarde gris en que se entregó y me juró eternidad

–Si no estoy en tu recuerdo, fracasé- Una música lejana marco el tiempo y la tensión del espasmo continuó en un gemido, complicado en el humor que escurría despacio mientras no hay risas para tantos chistes que se cuelan enamorados en esa, su sonrisa que madura entre besos amojamados de tantos apretujones, desgastados de tardes escondidas que por alguna razón me recuerdan mi infancia, cuando rogaba sonrisas para despertar en el espacio que se extiende, ahí, justo en el final cuando ya no hay tiempo para corroer el tiempo que pasa sin aprovechar. Es de un lugar que pasa entre las huellas del viento, brinca y se convierte en pájaro, se convirtió en algo que me persigue, me acosa en las sombras.

–Nunca regresaste- Porque pensé que te habías ido

–Solo morí, pero… no puedes decir impunemente “Te quiero”-  Me increpó y sonó a reproche, cuando vi el reloj, estaba parado pero el tiempo seguía corriendo, estaba vivo y sin alma mientras cada cual resuelve sus angustias como puede.

Se escuchaba una campana repicar cerca, la que rompió la tirantez del momento,

-Llaman a misa- le dije

-Tañen a muerto- me contestó sutil, acariciándome tiernamente la cara con unas manos muy frías, se me quedo viendo fijamente y no supe interpretar su mirada. Algo me cubría completamente, empecé a oler mí alrededor, era algo como hierba mojada. Dejé de respirar y me dormí obscuro para empezar este sueño en que arrojé sus cenizas al viento y reuní mis pedazos cuando ya era inútil desmembrarme. Ya no sentí nada, solo sé que amanecí aquí, donde viven los muertos y se esconden los vivos, en este viejo parque que ahora es panteón.
...
...

4 comentarios:

Emma dijo...

Cada cual resuelve sus angustias, sus pesares, amores y desamores como puede.El amor abriga sin abrigo. Las campanas no siempre tañen a muerto, algunas veces, a pan caliente. Escúchalas.
¡Otra Gravidez adentro, Manuel!

BB dijo...

"Qué solos se quedan los muertos"... Allí, junto a la hierba mojada, soñando acaso, esperando...

BB

Anónimo dijo...

Todos vivimos los segundos que nos quedan antes de la muerte.... empezamos tal vez a los cinco años de edad o así, cuando descubrimos azorados que no somos inmortales sino finitos.

Anónimo dijo...

Todos vivimos los segundos que nos quedan antes de la muerte.... empezamos tal vez a los cinco años de edad o así, cuando descubrimos azorados que no somos inmortales sino finitos.

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