20090323

ménage à trois

Pasaron unos días, nos encontramos en un café de esos que son irrazonablemente adictos a lo simple. Ella cuelga su brazo, ve en el reloj la hora de sus culpas, marcada puntualmente, pero no contiene ningún tiempo porque sabe que algo va a pasar y quiere guardar ese momento cuando aún disfruta la poltrona, el café y la compañía. Mira con el rabillo del ojo para atrás, para adelante, solo para pensar algo y no darse tiempo para ser escéptica, pues siendo tan lúcida no quiere darse el lujo de caer para la carne y si para rodearse de disimuladas ideas en que esconde pensamientos. Porqué retratarse, no de cuerpo entero sino solo de cara. Algo más sólido que la monomanía de estar sola, algo que la lleve a una agonía más rápida para su sensatez de estar cuerda y declararse sana. O acaso, recuerda que el cuerpo tenía un dueño en la obscuridad y la cara otro patrón para la luz. Y que, la imprudencia al fin solo es quitarles el freno a los deseos reprimidos. Siempre será mejor ser nosotros mismos, aunque no estemos de acuerdo con ello. (Manuel, no seas imprudente y no opines de lo que no sabes, sabes lo que vale el riesgo y te sientes realizado)
- ¿La hurtaste? -
-No, le gusté y se quiso venir conmigo-
-No hagas ruido, ¡Deja todo como estaba y vete sin hacer ruido! -
- ¡Me gustaría saber sobre cual cadáver caminé! -
Y nos queríamos tanto que mi mayor miedo era que me hiciera daño tanto apego. Cuando se paraba intempestivamente y corría a abrir la puerta de la casa para asomarse y pensaran que alguien tocaba, la abría y cerraba rápidamente.
- ¡No era nadie! -
-…Solo tú conciencia, tú conciencia solamente-
Se termina apresurada la taza de café que casi no había tocado, toma disimuladamente el libro que había estado ojeando mientras yo la espero en la media luz de la cafetería, aprovecha, se para y se encamina al tocador, para ya no regresar en una huida de explicación que no de disculpa. Yo, me quedo, esperando, escuchando la música de fondo y ojeando el libro entre sombras, disimulado mi soledad entre las mesas.
Cae la tarde por entre las calles, la iluminación empieza y aun no deslumbran ni ciegan las luces, mientras, permiten caminar a ningún lado. Parecería que algo va a terminar, pero… no, todo tiene un orden y concierto y la paz baja con la noche mientras una mujer corpulenta que camina frente a mí me increpa cuando casi nos topamos.
-Perdón, vengo distraído-
-Adiós-
No estoy seguro que fuera un accidente, pero no pasó nada, sostengo el teléfono en la mano, pero no lo uso, siento una atmósfera enrarecida y dolosamente húmeda y pegajosa.
 Los extremos se complementan porque ella debe ser muy bonita por obligación y en varios frentes para hacernos caber en una sociedad, con su nombre y apellido uno y su alias para el otro. En una mentira, tan encantadora y bien dicha que enamora, aunque sepa que es una farsa y sabe que soñar es peligroso cuando no es quien es, sino quien quiso ser en la tranquilidad de sus treintas. Voy de paso transitando entre emociones y alaridos con todos mis yos, veo como la vida me lleva envuelto entre sus patas sin saber a ciencia cierta en que creo, ni a quien respeto y sin embargo me veo satisfecho en ella, no hay la menor duda. Siento que estoy vivo y el sobrevivir me está pelando como a una fruta madura que es dulce y jugosa. A final de cuentas; mi vida es un conflicto crónico ¿Y quién no desea existir en una vida más emocionante y menos empatada? O acaso impúdicamente soñadora en el lapso que pasa entre ser joven y viejo, recorrer el camino sin que este se vuelva cada vez más estrecho y tan peligrosamente recto. En que el tiempo no es un lugar a donde llegar para tener conciencia tan temprano de lo que es real y verdad. En lágrimas húmedas de ojos secos, llenos de la grata amargura en que se convirtió la experiencia de ser su propio sueño, contaminado de la marea que baja de su mente tan falazmente que produce un vértigo que la lleva más rápido hacia el fondo, se quebranta y desencadenando tormentas a su paso en el Ménage à trois en que quiere apartar las palabras con su aliento para que se queden vagando entre los tres, confundiendo nombres y apodos. Ha sido mucho tiempo en su soledad para encontrarse súbitamente consigo misma en un punto que solo está ahí y no significa nada esconder sentimientos para después echarlos de menos, en una casa llena de puertas que no permiten escapar, están tapiadas con explicaciones y rodeos. Claro, todo lo anterior de golpe ya no significa nada y cae a pedazos al pasado en un mudo silencio que oprime sus oídos, como droga que evade y da placer entre los fogonazos de ruido y luz a su mente que no sabe con cuál de los dos comparte. Se ha convertido en una sacerdotisa y deja pasar los rituales según el día de la semana, la hora del día y siempre tratando de voltear el destino que insiste en regresar para ver pasar su propio entierro.
El teléfono suena, y en lugar de dar, pide explicaciones. El mismo café y ahora ya estoy leyendo otro libro que escogí porque tenía algo en común para ambos. Musito una respuesta que no lo es mientras ella observa una página en blanco del final del libro, toma su pluma, quiere como escribir una posdata, pero solo la raya transversalmente, como para anular la hoja. Me toma de la mano y me lleva fuera, ambos miramos hacia atrás, nadie nos sigue.
Sale de la regadera, el chorro de agua se llevó lo que ya no le gustaba, siente como le resbala entre el cuerpo, por entre las piernas y los dedos, acaricia sus vellos. Mientras la acarician, musita algo entre dientes y cree encontrar la palabra clave atrás del lunar que acrecienta su sonrisa, en sus palabras no se discute nada. Se relame la piel para buscar un último sabor antes de vestirse de a poquitos enfrente de quien la observa y no deja en el fondo de admirarla
-¿A quién le importa?-
-Pasión, amor-
-¿Entre dos mundos? Lo particular y el colectivo-
-No le importa regresar porque ya está aquí-
Si, fue como enamorarse y dejarse morir en dosis diarias, abandonarse en la realidad cuando no es la fidelidad sino una vista en el espejo, distorsionada y al revés. ¿Cómo ser? Si cada día tendremos menos y la relación se acrecienta en donde no se puede tocar ni alcanzar porque contar la historia es manipularla para acercase y comprobar que el olor que desprende no es precisamente agradable
-¿Quién dejó a quién? ¿Cuál de los tres es el clavo que une? -
-¿Te acuerdas  que te dijo antes? o de qué platicaban, cuanto añoraban...-
¿Quién imposta a quién? Porque alguien se tiene que hacer cargo del cadáver que quede al fin, pero ¿Qué hacer a más de quedarnos viendo de costado uno al otro y tomar el silencio como un sí? ¿Terminar como un enemigo intrínseco e incondicionalmente solidario? O solamente cada cual a su propio asunto en una malversada amistad y yo cargo con tener que decidir que es bueno o malo.
Recuerdos, solo recuerdos en que todo el día nos recreamos cuando nos dejamos de ser en el trío de invierno, totalmente seco y recalcitrante que despide desasosiego, al final de una que cama no tiene palabra de honor. Todos muertos o fingiéndolo, para vivir dejándose caer a la locura y el olvido. No lo comprendo socios y solo alcanzo a valorarlo en las carencias que me suplen, abrazos que lastiman para lo que aporta el ser y estar aquí en que no tengo la menor idea de donde es aquí y solo finjo una excentricidad perfectamente estudiada, disfrazada de adicción, para ocultar mi paupérrima manera de ser y mi prudencia para pasar inadvertido tanto tiempo.
Ahora lo mejor, debajo de la tranquilidad de la boca misma del sexo: piensa que todo sigue igual, pero no. Bulle, hierve algo que no está bien. Se levanta de la cama, corre las cortinas para provocar algo de intimidad en que maldecirme, suave y delicadamente. Y todos sabemos que hay atrás, un hueco, un agujero devastado por el que algo se escapa y a nadie le pertenece, no tiene dueño. Ahora ya no hay deudos ni desconocidos para la reciprocidad, aunque… ¡no lo sé! Quizás

20090313

¿Alguien pidió perdón?

 

Es un sobreviviente obstinado, tiene el aspecto reservado de quien quiere pasar inadvertido entre una puebla de iguales, el capitán José Antonio de Cárdenas se interrumpe a sí mismo una y otra vez volviendo a empezar las jaculatorias de siempre. Repite plegarias que ya casi pierden sentido de tanto decírselas a su memoria, el sonsonete de viejas preces que trajo su padre de la España pero que está prohibido decir en voz alta entre gentiles y solo las musita. De repente mientras siente que ya no son las mismas que aprendió en su niñez cuando salió de Cuba ni recuerda el sentido que le daba cuando las aprendió mecánicamente entre los duelos y quebrantos de sus abuelos expatriados.

Es demasiado joven para tener prejuicios y muy grande para no tener miedo. Se levanta del incomodo catre, había colocado sus pertenencias sobre el barril que usa como mesa en cuarto que tiene del mesón en las afueras de la puebla los Ángeles y una a una se las guarda con cuidado entre sus ropas, en especial una vieja llave que le había dado su padre para conservar con el siempre pero que no abría ya ninguna puerta y solo representaba un voto, se trabó la espada que había visto tantos duelos dejándola caer en su funda haciendo ruido. Los franciscanos le habían llamado y no sabía que pensar, se detuvo frente al imponente convento tan pesado y lleno de gente nueva, se santiguó mientras miraba como unos nativos colocaban talavera para adornar la fachada –Aquí hay plata- se dijo a sí mismo. El fraile que lo atendió se la puso fácil, ir al norte guardando una caravana, su sueño.

El contrato, para él y su espada fue proteger una hilada de mulas con las provisiones para irse al norte a establecer un poblado por cuenta de los franciscanos, Se alquiló para proteger el cargamento y ocultar su pasado y pobrezas. Llevaban al marrano que los protegiera a falta de ayuda del virrey y su tropa, aunque de este también se rumoreaba de su origen judío perdido en los laberintos del poder.

Después de todo el fray Sebastián había muerto en este convento y fue el que empezó con bueyes a transportar por todo la colonia.

-Nos reuniremos en Tlalnepantla para salir, en el Corpus Christi - la promesa de fanegadas de tierra había juntado a más gente de la pensaban. Las carretas de ocho bueyes solo servirían para la primera etapa del camino hasta Zacatecas en la senda que había abierto Sebastián, después, todo sería con las mulas y los tamemes que se alquilaban entre las postas y aduanas. En la última etapa dejarían atrás a los Chichimecas y se enfrentarían a lo poco que quedaba del los Apaches y Comanches en el norte.

-Hoy empiezan mis recuerdos- Se dijo a sí mismo y pensó en las gamuzas y cueros de cíbola sin beneficiar que le habían encargado las tenerías que estaban junto al convento en la puebla, era lo más preciado para empezar a comerciar porque aún tenían valor para vender a los citadinos después de tratarlas con la grana de Tlaxcala. El oro de la Cíbola que nunca apareció y los demás cuentos eran para engatusar recién desembarcados, para ir a buscar las riquezas que ya eran un mito, eso era, al fin, lo que ellos querían creer.

Pasaron Saltillo y pagaron su respectivo recuaje -A real la mula- Las que venían sin carga pagaba solo un cuarto de cobre y los escudos de oro los escondían en los calzones para las emergencias y comprar la mercancías para el viaje, los tlaquehuales y terrazgueros ya venían pagados desde la salida.

El camino apenas es una vereda, la recua se ha detenido atrás del desfiladero. La reata de mulas está nerviosa, ya no hay posadas para descansar. Un indio en lo alto vigila que no invadan sus tierras más de lo pactado, aun dominan sus tierras aunque ya están más en el norte del rio, es invierno y bajaron de las praderas a refugiarse en las cañadas y beber mientras pasa el frío. Ellos arreaban con algunos animales y sus mujeres y chamacos, puros Tlaxcalas que habían convencido de ir a encontrar Cibola o al menos alguna de sus siete ciudades pero solo encontraban a los descendientes de los que habían ido antes de ellos a colonizar, pasando hambres y sembrando una tierra dura.

Las campanas tocan a difunto mientras salían de la última hacienda, se alborotaban las mulas que no se acostumbraban a ir atrás de la caballada, pero era necesario para esconderse para que no oyeran los resoplidos. Las diligencias ya no eran un lugar seguro para viajar y escarbar para esconder siempre era una solución.

Seis mulos nomás para llevar el agua para una semana cruzando la sierra, atajando lo más que se podía a los indios, eran los más engalanados aunque bien se veía que necesitaban un baño con lejía

Pararon la recua y se dejaron caer a las orillas de la vereda, llevaban leguas y leguas de polvo y camino encima. Los recueros estaban atónitos al ver venir una yeguada salvaje y cada uno se apresuro a juntar sus doce mulas y se llamaban uno a otro para contarse mientras aprovechaban para sacarse la tierra de sus abarcas

La capitanía tenía órdenes de dejarlos pasar a la gran chichimeca, solo les advirtieron que cuidaran sus cabellos y la piel de sus caras mientras norteaban, las dadivas permitieron que las mercancías no fueran declaradas en el repostaje, al fin el no llevaba más que ganas de sobrevivir, estaban felices dándole alas a su lujuria con los que sometían en el paso. Esta caravana tuvo suerte y paso sin ser violada ni molestada con el hato de mulas, llevaban sus biscochos y prefirieron no abastecerse en el paso de nada que pudiera ser un problema después. Al final la tropa era una recua también que trajinaba de una estancia a otra cobrando alcabalas, desgraciando familias y pasos regulares para joder parejo y no hay quien ponga orden para que no les cueste trabajo pasar, fue un trabajo fácil para el capitán Cárdenas

La arria de puras yeguas venía atrás del hato de mulas que salían a tropel de la cañada, como tratando de disimularse sin zambullirse en la arena del piso flojo de los arenales. Los zagales se acostumbraron a dormir arriba de su mula para cuidarse de los ataques de las gavillas que asolaban la región y no dejaban guarnecer las mulas  El único paso de recua es muy peligroso y los pujidos de los arreadores se dejan escuchar entre el atardecer y el látigo truena de vez en vez. Se convierte la fila en una caterva de mulas sin orden negándose a caminar más, presienten que los comanches andan arriba husmeando y preparándose,

-Esto no va a ser una guerra de flores-.

Un capitán con licencia casi en la alegalidad y servidores clandestinos traficados sin familia llegaron al destino a salvo. Extrañaba las cucharas de Cuba y la puebla pero en estas zonas inhóspitas también se comía bien, más sencillo pero bien. Aquí no había ningún sepulcro que visitar, y el velo que cubría sus orígenes ya no tenía sentido ocultarlo. Sintió la vieja llave dentro de su bolsa y sonrió recordando la maldición que cargaba de ser siempre errante

¡Ria! ¡so! ¡jo! ¡arre! Su alma está viva en esta tierra nueva…

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