20120428

Rendibú


Rendibú



Me quedo sentado frente a una taza de café. Yo solitario, una sombra anónima y vacía, rodeado de iguales que no me conocen. Y estoy así para poder ubicarme en el fondo de la taza, el cuenco donde se marean mis pensamientos:

-¡Gané, gané!-

Solo para quedarme absorto inmediatamente

-Tengo tu cuerpo pero sin su aliento, perdí tu respeto, mi dignidad, la manera de ser: pero eso sí, te vencí, ¡gané…! y es algo que me hace sentir bien-

Bueno, es cierto, al final, nos podríamos haber salvado los dos. Si hubiésemos dejado todo en la ilusión y disfrutáramos simulado que fue cierto, mientras el tiempo… pasaba y nos sosegamos. Pero… si ya te poseía, pues ¿Para qué te tomé?

Tomo el último trago de café y salgo de la cafetería arrastrando mi sombra, no tengo ninguna gana de llegar a encontrarte.

20120425

La velocidad, es una sensación.


La velocidad, es una sensación.



Yo nunca pensé que el destino me llevara a la reja donde ahora cuestiono mis recuerdos y me peleo conmigo mismo ¿Y qué son tantas memorias? ¡Solo ausencias presentes vertidas en su forma más sencilla sobre un café matinal! Distancias obsequiadas de tiempo, en que mis abandonos son parte de lo perdido. Eso es solo lo que se quedó a la mitad, ahí entre lo cierto y lo olvidado, allá donde siento como si el silencio me colmara sin hacer ruido y solo es el arrebato para mi deleite de café con leche. Mientras, bebo sueños y respiro placeres de aventuras contadas en su mejor recuerdo de pocas palabras, de tazas térmicas y tapas inútiles. Estoy en suspenso de lo que pasó, de como las cosas se suceden y hacen de pequeñas historias todo un cuento, que es una verdad diferente cuando estamos solos. Porque acompañados, tejemos las historias lejanas en puntos de agujas muy gruesas. El tejido quiere ser más cerrado y necesitamos tanta luz que no hay claridad que alcance. Quizás al final del relato. Descubramos que todos somos algo distinto, que yacemos en otro y que lo único que no es sencillo es tener respuestas y regresar al retruécano de la existencia. Porque la ironía es consecuencia de la sencillez y la tolerancia de nuestra humanidad, en que solo pagamos con la muerte mientras los recuerdos que son como rescoldos o asientos de café en una taza vaciada que se abandonan. Y estas, mis ausencias, son parte de lo perdido, eso que se quedó a la mitad entre lo cierto y lo olvidado. Siempre están conmigo pero no siempre me siento solo con ellas. Son rutinariamente aburridas y peligrosamente irritantes.



Esto es mi terreno pero fue ayer y ya no me acuerdo, estábamos dispares, sentados entre los dos dominios, su cafetería de caffellatte con galleticas y mi parque, de negro con dos de azúcar, bien cargado y frío. Con la reja que los separa en forma de taza (o, será un corazón) y me recuerda sus formas. El viento comenzó a mover las copas de los arboles, y las figuras sentadas en los bancos del ínterin empezaron a inquietarse, entonces un cortejo fúnebre atravesó la calzada que nos aleja y me llama la atención que entre los del desfile sobresale uno que canta. Una canción campirana que seguro le recuerda al muerto. Ellos ya no pueden platicar y solo les queda una canción para recordarse, pero el muerto contesta llevando el ritmo de la música mientras avanza y se ve como, los que cargan la caja se alinean y acompasan al responso mientras tararean la música y se pasan una botella disimuladamente. ¿Quién dice que una buena conversación necesita tema, y no puede ser un monologo, disciplinado, al borde de un dedal de café exprés?

-¡Qué quieres! Solamente tengo cariños encuadrados entre las baldosas del camino, me tienes encajonado en el tiempo encuadrado entre las aristas del espacio. Me visto para la faena, preparo todo y siempre resulta que se posterga en cada desmanicomialización, cada carcelero sale de trabajar y tiene a un celador que lo encierre en las noches, pero, quedarse de guardia en el fogón un viernes es tan pésimo que ni café hervido es tan malo. Ni ganas de prender fuego para calentarme un té-

Siempre fue así y nunca estaba ahí, solo está el sendero callado. Marcado por piedras inservibles me sella tus formas con las mismas líneas que son el principio de todo, dibuja el paisaje mientras nos encontramos con personas que queremos recordar, para entregarme a un oficio y amarlo, dejarme llevar por el tacto que te desabotona y me lleva a tantos vacíos tan llenos de pisadas anteriores, que se cruzan como victimas del tiempo en que yo escojo los daños, y estas bajas son como texturas que rozan mi cuerpo. Tu voz ordenada y serena se deja resbalar sobre la cabellera flotante, que entre las luces de la tarde, ansiosas se apagan por recuerdos de caminatas anteriores. Me senté y abrí el libro que tenías entre tus piernas para dejarme llevar solo por los olores del vaso junto a mi y las texturas de tu falda cercana, el tacto termina mandando, mientras, recorro con las yemas de los dedos las páginas. Yo, si quiero poseer tu cuerpo, tengo que pagarlo. Entregando el mio y aliñando el tuyo con aceites resbalosos, y si siento que algo me persigue, es solo mi propio pasado que no se resigna a perder su soledad entre este mujerón que eres y mis dedos siempre aquí, siempre en otra parte. Hay quien es en si, todo un vendaval que se desvía en el último momento de la costa.

Soy el secreto, que entre la fe y la razón se siente encerrado en su caminar, me platicaba al tiempo que caminábamos, los dos tomados de la mano, cursis a la antigüita, ella con su tunícula mínima y yo en vilo con mis nervios recorríamos el sendero en curva, lleno de bordes, matices y objeciones olorosas a flores recién regadas. Este es el camino más largo para cruzar la alameda, entre su café y esta banca donde aparque mi alma. Entre las sombras de los árboles que escondían las palabras de los vivos y sus raíces que se alimentan de penas de muerto que se escurren cuando alguien las camina en solitario. Ahora ya no hay tanta gente es sus veredas, que solo cimbran con sus pasos las raíces y espantan los pájaros y los recuerdos míos, nulos, se convierten en vacua presencia y vana compañía que sin vida propia, se arropa de mis penas para hacerlas suyas. Pero ella no puede llorarlas porque son mías. Para cuando salimos de la arboleda, ya era hora de comer, y decidió subir, llegamos a la cima y era demasiado alta, ahí me habló -Déjame bajar- pero no había más que resbalar para llegar más rápido y ahí se veía el tentadero, con tanta gente adentro que no se podían nombrar y opto por señalarla una a una y por colores, llegaremos para desatar a los locos que se habían encajonado tomando el sol, entre los laureles y los manzanos, permanecíamos quietos, esperando las cagadas de los pájaros al pasar la arboleda para decirme que el viaje ha terminado y llegamos a un lugar muerto en que el destino no es muy juicioso con sus decisiones y ahora, ya nadie la camina. Porque vivir es eso que les sucede a todos cuando ella se queda llena de recuerdos y no sabe si el sendero, va o viene, entra o sale del santuario y su objetivo es solo circular la frágil vida de los hombrecitos que la miman y acompañan y claro, se niega a revelar el nombre de su amante. El que la dejó inacabada, para que los pasos la continuaran fluyendo sin pasado ni futuro, solo un eterno hoy en que ningún ágora aprueba enterrar al muerto mientras no hieda. O al que sus cara aun ese húmeda y llorosa cabellera al viento que me tienta.

Eso le entendí, aunque no dijo nada, y solo una fugaz mirada se despidió con un sarcasmo de su humor implacable, pero… ¿Puede ser tan despiadado el humor? Se levantó, sacó un bello revolver pavonado, me disparó entre las costillas, tomó el revolver para guardarlo entre mis ropas y me dejó sentado en la banca en que siempre la observe, y ambos, mirándonos como si siempre lo hubiésemos hecho, nos despedimos de nuestros miedos. Eso si, muy respetuosos porque es bien sabido que no se debe jugar con el miedo ya que es un arma de dos filos que en sus vaivenes nos embrutece mientras nos toca. Tomó camino por el sendero abrazando su bolsa y se fue a buscar unos mariachis para mi cortejo. Y hasta ahí yo, fui yo mismo.

-Él nunca quiso que lo cafetearan, llévenle mariachis al cortejo y ¡tóquenle boleros y pasodobles! Que quiere terminar en un grito, bueno por conocido. Antes de irse a acostar con la nostalgia, y que se lleven su calaca al zompantli para colgarla con las demás-

Todo regresa, pero no siempre, dejen este muerto en paz que tanto miedo le tuvo a la iglesia y pidió que lo enterraran entre la sombra de su torre y un naranjo. Y a su tiempo, aunque reniegue y bien sepa que la reja que los divide, es la cerca del panteón. Déjenlo aparearse con alguien, que no le gusta estar solo. Antes disfrutaba mi gracia y simpatía, ahora desconfío de mi mismo con devoción.

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