El muro del panteón está cubierto con la
enredadera de los chayotes que planto mi tata y en el piso, están las calabazas
que se escurren por entre las tumbas, chonchas y verdes. Una vez al año, por
estas fechas de muertos, mandaban a cosecharlas para echarlas en la tacha,
sacarles las pepitas y ponerlas a secar al sol. Tiene el camposanto sus árboles
de tejocotes
por fuera y unos sauces llorones por dentro pero ni sombra dan. Es la verdad, y
por eso nadie dice nada. Parras perece penando, igual que su gente y lo único que
queda vivo es el camposanto.
-Y qué, tanto para aprender a hablar con
muertos que ya no escuchan. Estamos en la nada, la pura nada que no existe y
ahí se queda inmóvil mientras pasa-
Todos somos un público que se queda
quieto, viendo pasar un cortejo fúnebre que avanza por las calles para
internarse en el panteón, parece lo más normal. El cura ya espera en el portón
con el acólito al lado, aburridos y asoleados bajo la sotana sudan su oficio.
No entienden lo que pasa y dedicarse a esperar almas para disponerlas a
descansar en la tumba… es algo bastante etéreo que solo se justificó cuando,
después de la ceremonia bajaron la caja al hoyo y la madre quiso mirar por
última vez al difunto y… ahí se quedaron todos. Observándolo sin siquiera poder
cerrar el ataúd para dejar que el muerto descansara. Nadie se atrevía a dar el
siguiente paso, a despedirse del muerto y salir panteón, se acercaban a la
puerta y regresaban guiados por una fuerza extraña que les impedía seguir
avanzando.
-Algo pasa, nada es real, tengo mal
agüero-
Señaló con voz atiplada su viuda,
mientras dirigía la vista a las torres de la iglesia que estaban como
congeladas en la última campanada sin marcar el tiempo.
-Todo es silencio-
Y se dio cuenta que el tiempo estaba
estancado, las nubes no se movían y los pájaros permanecían claudicados,
inmóviles en las cornisas de la iglesia de Parras, como secos. Esperando, como
aguardando por algo que aún no llegaba, mientras nada pasaba. Algo
irremediablemente íntimo para lo que no podían salir y su querer se sangraba en
los demás… aunque nadie opinaba diferente de la partida de las almas y menos
aún sobre su destino.
-Están desatadas todas las ánimas, por
eso no las jayamos. Vamos a rezar con ganas y ver qué pasa, para buscarle, pues
si no, nunca vamos a acabar con este difunto-
Dijo el cura, mientras se acomodó el
libro de rezos bajo el sobaco humedo y se quedó viendo al doctor. Venía con su
enfermera al entierro y ellos opinaron que no era algo real lo que estaban
haciendo, se abrazaban y tiritaban como pareja
-Para la resurrección hace falta la
muerte, y para mí que este cabrón no se quiere ir, está esperando algo o algún
nahual la tiene preso-
-¿No será tan sencillo como morirse y
ya? Su pinche nahual, no lo deja. Qué diablos hacemos aquí esperando, ya son
tres días. Ve sus ojos ya secos y marchitos-
Dijo, observando al muerto y haciendo
como que buscaba algo en los alrededores pero solo se quedó mirando sus zapatos
llenos de tierra de tanto dar vueltas
-Pues no creo que resucite como El
Señor, ya son más de tres días. Es más, ya empieza a heder-
-¿Y cómo no nos iba a renunciar? Si ya
era puros huesos y ganas de vivir los últimos meses-
-Si cabe el muerto en la caja… ¡ya no
está vivo! despachen a su alma a otro infierno, al menos cierren la caja que ya
no soporto verlo-
Dijo algún presente ya muy molesto, que
ni tenía vela en el entierro, pero tampoco podía salir del cementerio, ni se
atrevía a cerrar la caja para poderse ir
-¡Que alguien le empiece a echar tierra!
Me gusta pensar que ya no se saldrá nunca de ahí-
-¿Cómo podemos saber que no estamos
soñando?-
Dijo otro mientras se pellizcaba y
simulaba dolor para verse desfilando hacia la puerta sin poder salir. El
curita, que era nuevo en el pueblo nomas se achicopalaba y se andaba haciendo
buey, disque rezando entre las tumbas y echándoles agua bendita con el acólito,
iluminado por un cirio que parece no tener fin. No podía ni cruzarse a la
sacristía del templo, se acercaba blandiendo el hisopo ya seco, como amenazando
al cielo.
Lo único cierto es que la tumba
permanece abierta, algo oculta de un sol que ni calienta ni se pone entre los
dos árboles de manzanas panocheras que este año dieron de a madres. Mientras,
se parten entre su sombra y el alma del muerto que se niega a salir del cuerpo,
para mantenerlos a todos atados al funeral que no termina, aunque ya han pasado
días. Los deudos ya están entre nerviosos y desesperados, pero el cuerpo está
incorrupto, absurdamente radiante se mantiene sudando una serie de gotitas,
como de rocío, que perlan su frente. Y la humedad es síntoma de existencia, vida
que no es ser cuando que se transpira en pedacitos de cielo y eternidades. Se
acerca al agujero para observar fijamente el ataúd, buscando algún inexistente
signo de vida y lo trata de cerrar mentalmente pero sus dedos nerviosos no le
obedecen. Un vahído espeso y oloroso se desprende en ese momento del cuerpo
muerto y hace que las gotas que perlan la frente del cadáver escurran. Denso y
lleno de sapiencia, el regüeldo flota y se coloca entre los deudos, que ya
reniegan de serlo después de una semana de penurias, ahí sin poder terminar,
esperando que se vaya el alma para ponerse a llenar la fosa. Uno de ellos, el
más valiente, toma un puño de tierra que avienta encorajinado sobre la frente
del compadre muerto y al grito de
–Vámonos, que el mole se pasa-
Pero la tierra se desvanece en polvo
antes de tocar el cadáver. Se pone el saco como quien se dispone a partir con
lo que queda de su planchado. El ambiente tenso de todos es más que sombrío y
apesadumbrado y toma su pañuelo para evitar el hedor. Estaba acicalado para el
duelo. Pero después de una semana de malpasarla, encerrados en el panteón, para
intentar despedirse del alma y atreverse a acercarse para escapar, para abrir
el portón del panteón quedo hecho un andrajoso. Las puertas del panteón crujen,
las hojas se apartan pesadamente sin que nadie las empuje y se observa una
calzada bien ancha que se deja ver enfrente iluminada, pero no va a ninguna
parte. El más osado, llega al frontispicio y aunque está abierto se queda ahí
parado sin cruzar el umbral, esperando por los demás. Nadie lo sigue y él; no
se atreve a cruzar la puerta. Se queda viendo las huellas de animales que pasaron
todo ese tiempo
-Ahí pasó mi nahual-
Y ve que su huella es profunda. Guardar tantas
almas dentro del camposanto… es el amor adultero del nahual, que no sabe
escoger y se los llevó a todos. Ellos no lo saben, se fueron para no regresar,
son como la última malacopa, la que no debimos tomar.
-No pienses en la muerte, ¡tú eres la
muerte!, todo Parras está muerto-
Desde las bardas del camposanto observan
las calles vacías, las casas cayendo a pedazos, los árboles secos de la calzada
y una torre, es lo único que queda de la iglesia que ya sin campanas, callando
llora sus glorias
Ni modo, el que no oye es como el que no
ve...
3 comentarios:
Manuel, sólo decirte que te sales, como dicen los españoles, te sales, querido amigo. No sabes el placer que me produce leer tus cuentos. Es que me meto en ellos, como si formara parte de esa gente que describes, que nos acercas.
Y entonces, me entra la nostalgia por mi Mexico. Es esa saudade de la que hablan y que solo entiende, quien la padece...
Besos, Manuel
Baby
Manuel: se te dan muy bien esta clase de relatos, donde pintas rico los los caracteres de los personajes, y nos enseñas el entorno y costumbres y pensamiento de la sociedad que los alberga .
Los españoles dicen "te sales", los sudamericanos decimos "te pasas".
Pero es con estas historias que estás "en tu salsa".
Me gustan los personajes, medio vivos, ya muertos y esa creencia en la "otra vida" que perdura.
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