¿A que sabe el otoño? A
inmenso. Sí, es toda una recolecta de sabores y sombras del fogón, que son
joyas ocultas entre colores y texturas escapadas, para poder ser degustadas de
a poco, en un convite casi sin fin.
Los hombres se alimentan
de dinero y poder, los dioses de colores, olores y sabores. ¡Y la que se armó! Nos
homenajearon celestialmente Beatriz y Friedhelm. Primero una maravilla de
texturas y aromas en el mousse de ostión rodeado de los verdes y morados de las
hojas de lechuga. Las uvas perfectamente enfriadas entre anís para el cambio de
tiempo. La sopa de nopal, exquisitamente mediando los ácidos y la sal. Navegada
por la pira fúnebre vikinga, que en este caso… fue de oaxaqueños chapulines
navegando en barco de maíz y aderezada por flor de sal marina (¿La silabaria y
el mar?). Y el plato fuerte, entre los tonos escondidos del blanco y negro del
arroz con los últimos rosas del piñón. Todo contrastando en la envoltura verde
obscura de la delicada presencia de la Hoja Santa, esperando su lugar junto al
filete dorado para los adorados de Bea (¡Que no son los aDorados de Villa!),
que veía su exterior alineado con tocino del que aún sabe a tocino (no al bacon
gringo que se usa ahora) y los negros sabores de las especias. Todo esto entre
amarillos profundos de aceite, obscuros de pimientas, que le dan paso y aderezo
a la guarnición. Son tallos de chayotes
formados uno a uno, como huestes de Villa, uniformados de calzón blanco para la
batalla (¡Una cruzada perdida de antemano! No quedó uno vivo).
Y el postre, mmmmm, para
invitar y convencer que no se olvida nada a los amaneceres caminando en que Bea
se escurre planeando hasta el último detalle. Que se culmina en una corona de
crema batida y guayabas ajuaradas por las campechanas miniatura de las monjas
de la cinco oriente. Eso sí, ¡La perfección del café fue mérito del metódico
temperamento teutón de Friedhelm!
Y así, magnifica y
esplendorosa, se escurre por la ventana la tarde. Entre la plática amable y el
último rayo dque luz forzó a los fuereños a tomar carretera, cuando anochecía
entre ardores irracionales que tienen una fe insensata en el amanecer y
recuperar el cuerpo. Ese rejuvenecer que es el objeto último para el mantel
inmaculado (bueno, ¡por un rato! hasta que el vino, se desparrama gracioso en
el lino exquisitamente almidonado que cubre la mesa)
Y ya después, en la
tranquilidad de la noche me puse a ordenar tantas ideas. Trataba de imaginar la
vida sin esas fiestas o sin compañía (vete pobre, pero no te veas solo ni
enfermo), sin el sueño ni las fantasías en que asendereado, me paseo por la
cama. Esperando que aparezca el mago de los sueños, expectante, nervioso.
Bea nos lastró para
mantenernos atados a las sillas, pues de otra manera abríamos levitado entre
tantas sensaciones. Como el sentirse acuchillados por el espíritu de Obregón y
saber que por suerte, no apareció ningún Toral a deshacer la fiesta (¡para
suerte de Bertha! Que esperaba ansiosa noticias de su tía).
Y así pasó lo
que pasó, esas cosas suceden, somos pupilos aprendiendo a disfrutar la comida y
lo que sigue, paladeando la mezcla de sabores y personalidades de los convidados.
Desde la lucida mente educada de la historia de Pedro, o la plática amena de
Jaime, las anécdotas de la política de Toño, que ahora no vino como senador de
la republica sino como comedor del fogón de Bea. Y qué decir de la mente
educada de Reyna que nos deleitó con su sonrisa franca y sus anécdotas y
experiencia analítica (La vida en pareja se puede decir que pasa por 4 etapas,
la parte impetuosa cuando nos conocemos, la etapa reproductiva en que crecemos
y nos hacemos más, la época que ansía por tener dinero y atesorar para el
futuro y la última, donde queremos compañía y piojito. Ahí nos quedamos en la
plática que después derivó en la coincidencia de las tortugas y los peces con
Bertha ¡Que se las sabe todas de ese tema!).
Las amables
atenciones de Bea y Friedhelm que se desparramaron en el convite, y así; sin
diferencia entre comer y el quererse, el mismo deleite y pecado. Que se debate
entre el hacer y el dejar pasar. Ambos a la carta, escogiendo y combinando
sabores, texturas y colores que se arrastran para descubrir el fogón. De
calores inmensos y flamas de colores que adornan la carta tan elegante y
precisa para no estomagarme antes de decidir por empezar el primer mordisco. Porque
este es lugar para la voluptuosidad de la comida y la amistad.
A lo más, la
antojadiza muestra de sabores que se quedan impregnados entre fuente autista
del blanco del mantel, impredecible liso y alisado por la plancha y el almidón,
la mesa desmantelada que ahora es una incertidumbre menos. Navegar entre la
adrenalina de los platos calientes, que sin sobras antojadizas se guardan después
de una semana de abstinencia, en la fuente autista del blanco del lienzo
impredecible. En la alacena que guarda las vituallas para la próxima batalla. Que
ahora nos quita una incertidumbre: “Entre los peces el mero; entre las carnes
el carnero; de las aves la perdiz; y entre las doncellas, Beatriz”
Gracias mutuas: Beatriz
y Friedhelm, Pedro y Reyna, Bertha y Manuel, Antonio, Jaime, y Enrique (en
ganas)
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