Nada es igual cuando llovizna
El mar abordaba espumoso la
última calle del puerto, y se volvía un estado de ánimo que después de las tres
de la tarde se vuelca desde siempre, lánguido, lluvioso para al atardecer
explotar en furia. Recordando que el tiempo transcurre, para ver que te
acercabas en silencio, para ver como de tranquilo solo tenía la facha, y lo
veías embravecer y retarte. Te retaba como diciendo que nada sería igual si no
te acercabas a probarlo, cada vez más cerca. Y al tiempo te extrañaba, como si
te quisiera abrazar para hacerte daño en un manoseo escabroso. Como esa condena
que te hacía evadirte al acercarte y, ya ni pensar en tentar sus olas de
domingo en la tarde, tan ellas, tan audaces que se metían como espuma entre todas
las ventanas y puertas del puerto mientras yo… me quedé en el lado equivocado
de la costera para ir a tu encuentro, porque, aunque se bien que ya no existes,
aun te espero.
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