Todo lo que hay
Bien me lo decía Concha –¡Ya
ni me quieres!- y es que a su primer
amor, siempre lo tuvo enfrente, y era real; el merito mero. Siempre, su querer,
fue como el de una piedra caliente del fogón, que de tan caliente piensas que
te va a durar para siempre ardiente, pero se me fue. Y como arrinconar su
recuerdo, si siempre aquí estuvo, ella, con todas sus modestias y ausencias,
que dé a pocos se hicieron una conmigo. Sí, no había necedad en buscarla,
porque siempre aquí estaba, y ahora aquí se quedó, manque ya no esté. Todo fue,
de siempre, hermoso y salvador con mi Concha. Era todo lo que había y se acabó
cuando las fiebres se la llevaron, ¡ni para donde menearse!, se me murió como
pajarito, en mis brazos y diciéndome –¡No me dejes!-. Cuando ya no estuvo y de
a pocos la casa perdió su olor y sus sonrisas, dejó de llenarse de luz cuando
ya no había quien abriera el viento para orear las mañanas y sacar el humo de
la estufa, que ya no ardía. Solo de vez en vez, yo la prendía para calentar
café, pero no era igual, la vida se me puso chiquita y la cocina se me llenó de
recuerdos. Y de cuando en cuando, mientras pasaba el tiempo y las cosechas
llegaban; su herencia se volvió las flores en el jardín que yo aún regaba y la
pintura vieja en las paredes de la casa vacía de mis ausencias, para solo
quedarme el refugio del trabajo en la parcela.
Y ahí fue donde se me metió la
Lupe; ladina y de a pocos, que digo; tranquila y desde el primer día que la
recuerdo, aunque siempre ahí estuvo. Ella vivía en su chamba y ¿Qué le iba a
pedir? si la Lupe solo quería vender sus tacos y hacerse de su dinerito, porque
era solita de siempre. Y pues donde, sino donde había chambeadores que tuvieran
hambre y como aplacarla.
-Hija de toda su madre, ni con
que dejarla venirse, si nomás quiere fregar- Pensaba pa mí mismo y malpensaba,
pero como ella siempre me insistía en que le comprara de comer cuando me
encontraba en el campo, me atosigaba, mirándome todo el tiempo; pero yo sabía
que era igual que con todos. Ella era sola y llevaba el lonche a los hombres
del campo, le daba la vuelta al ejido vendiendo, y yo bien ladino que no me
dejaba, prefería pasar hambres. Y aunque la conocía de bien por toda la vida,
la Lupe se me hizo presente desde chiquilla y por siempre. Varias veces nos
agarró el agua en la arboleda y ella bien prudente se hacía chiquita para no
despertar astucias, ni habladurías. Daba de comer y punto, ella era derecha con
todos porque le rajaba que fueran a hablar de ella sin dar motivo.
En fin, era difícil aguantar la
brega que deja el no resignarse a pasar hambre, y solito me quedé plantado,
nomás esperando la friega del campo con el bastimento que me llevaba. Bien que
cuando pudo, no quiso y ahora ya no hay pa donde voltearse, ya no se va a
poder. Y, pa qué, ahí se me viene de nuevo con sus tacos recién hechos y la
jícara del pulque. Y yo, con el hierro a la mitad del campo, partiendo de a
pocos el surco, y con el sol de frente, hundiéndome en la zanja y oliéndole a
las mulas el sudor agrio; así, todos los días.
Creo que ya, ni para cuando se
acabe la jornada, y llegue la tarde con algo de lluvia y viento para refrescar
mañana voy a irme a descansar. Después, la noche todo solito, y al día
siguiente a cuidar el campo y levantar la cosecha para volver a empezar. Y así
de a por siempre me imaginé el destino, esperando las lluvias para quedarme
solito en la casa, esperando los brotes.
Y para qué lo niego, algo que
nace y punto; hace tanto frío en las madrugadas que un día se me salió un
-¿Adónde?- y mi Lupe, que bien sabe que me gusta el pirul para comer y
esconderme entre los azares del día sin buscar un albur para pasar la noche, se
hizo chiquita y que ni me pela. Y yo, aquí me quedo para esperar a la Lupe si
se decide, pero, nomás resopla cundo le pregunto -¿Pa cuándo?- Me respondió -Mi
nombre es mío, nomás mío- Pero al día
siguiente llegó con su canasta de vender y el pelo suelto, ¡Nunca la había
visto así! y le pregunté el ¿Porqué, tan suelta? -No te habías fijado,- me
dijo.
Pero no hubo necesidad, ¡El
destino manda!, esa tarde me sentí mal, algo se me retorcía en las tripas y me
hizo caer de un vahído a medio campo, Lupe, que por ahí andaba pizcando algo en
el cultivo de junto y que le llama la atención que la yunta se quedara
enganchada. Corrió, y ni se dé donde agarró fuerzas para ir a alzarme; soltar
el arado del tiro y arrastrarme hasta el rancho, ella tan menudita, ni se cómo
pudo aguantarme pero doy gracias de sus fuerzas. Pa cuando me di cuenta ya
estaba acostado en mi cama con las fiebres y supongo que ella fue hasta el
médico por la consulta, y me cambió de ropa de tres días huido que se quedó a
cuidarme. Dice que yo sudaba como si no hubiera agua que me alcanzara, me cuidó.
Y el comal se prendió de nuevo, solo asaba chiles, echaba tortilla y la olla de
los frijoles recién cortados, era lo único que había en la casa porque ya hasta
las gallinas habían pelado. Pero bien que se aguantó la pena para consentirme y sacarme
para adelante porque sin ninguna obligación no tenía necesidad, al fin ella
también era solita y lo hizo por el puro gusto de ayudar al prójimo. De ahí pal
real ya se me hizo costumbre verla en la casa, a veces me iba a prender la leña
y preparar caliente los domingos y así la llevábamos… hasta que este año el
cura nos arrejuntó por lo legal, nos animamos a ponernos catrines e ir a darle
las gracias a la virgencita de la piedad por sacarme de mi mal. Pero yo bien
que sabía que era por ella que yo andaba de nuevo, mi Lupe, ya le decía por su
nombre para esos días, me respetaba. Y ahí, mientras regresábamos nos fuimos de
tiendas, por lo que hacía falta en el rancho y ahí fue donde le compré su
vestido, ya no era de novia pero bien que le gusto, ese, el de florecitas rojas
que todavía se pone los domingos y para las fiestas, el par de zapatos de
taconcito para ella y mis botas nuevas. Gracias a la buena cosecha, a que nomás
éramos dos y yo, pos ya estaba bueno para disfrutar a mi Lupe.
La quiero recordar de nuevo
ahora, tan bonita, tan ella. Soñar la fijeza con que me prendían sus ojos para
no dejarme bajar la mirada a su pecho, todito inflamado de respirar rapidito,
como para acabarme de los nervios. Relamiéndome sobre su presencia y
acordándome de lo que ya no quiero echarme en cara. Preparándose para la
obscuridad de la noche y allende el miedo de la primera vez por la noche,
viendo de reojo como si alguno nos espiara y con cierta luz escondiéndonos de
los demás. Como quedándose ciega y poniéndose a temblar mientras se quita su
vestido nuevo y se apresta a meterse a mi cama por primera vez. Sentir como mis
sombras la rodean y me acompaña de naciente, porque han de saber, que antes,
nunca se dejó. Y la verdad ¡Qué bueno! nada arruinó esa noche.
Y qué, a estas alturas de la vida
quedé más cerca del cielo que de calor del campo, ahora ya tengo quien me cuide
del diario. Y pos como no, pa celebrar nos fuimos a tomar la foto del recuerdo
ese domingo, ella tan chiquita y yo tan asoleado que parecíamos otros, pero,
eso sí, bien juntitos y rete contentos ahí íbamos chiflando porque, cuando el
pájaro canta, es que está contento. Y eso sí, ya de tardecita nos regresamos al
rancho y, -A lo que te truje… Chencha-
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