Vedado, es de nuevo el moto.
De repente, ella siempre tan
cauta, tan tímida, tan lejana y ajena se dejó llevar por una voz interna que le
exigió despertar al mundo entero. Saber que tanta dulzura podía ser mundana y
tan distinta de lo que se esperaba de ella: “Quiero ser” Ahora yo también me
acuerdo de como quería ser, pero solo era un frenético y delirante fantasma en
casi todo.
Le perdí la pista hace muchos
años, a propósito la buscaba donde sabía no estaba, así encontré las ganas de
extrañarla, porque era tan complicado tenerla, que preferí solo extrañarla.
Desde aquella ocasión en que me llevó a enseñarme el mar, a tomar el sol bajo
un pelo y disfrutar la lluvia sin techo, todo transcurrió, solo pasó. Los
delirios que me acompañaban en esas ocasiones, sin prisa, me llevan a donde
nadie espera. Es más, creo que nunca fue, todo lo soñé y ni siquiera estuvo
cerca. Pensé que así la tranquilidad regresaría a mi vida y que extrañarla ya
era poseerla lo suficiente. Y de cuando en cuando, visitarla era como meterle
un traspié a la tarde, encontrar mentiras cazadas con medias verdades para
justificarla. Era como ver como se quedaba obscureciendo la tarde de a pocos y
trastabillando. Sintiendo esa sensación de temblor y cosas desacomodadas que se
escurre en las paredes de su casa, todo en un perfecto desorden que se trata de
evadir por las ventanas al horizonte infinito y este, no se deja, permanece
verde y esplendido sin apenas enterarse que es completamente intemporal e
inocuo.
Y todo al final centrado en su
escote, en esa profunda cañada que abre miradas y fija atenciones. Y en su casa
tan azul, tan pintada de cielo, con el árbol del centro del patio que deja
entrar la última luz de costado a su puerta siempre abierta, como para robarle
un poco de espacio a sus tinieblas y sacar un rato las sombras del abandono
descuidado que tanto se esmera en permanecer. Y lo entrometido es que esa
obscuridad piensa que la protege, que la encostra y oculta de las atenciones de
los demás, entre los que me incluye sin excluirme del todo, solo soy un rato
más, solamente un espacio que llenar.
-Te espero dentro- Entro en la
ridícula idea de que solo sea una vez, y yazca la última. Oigo su voz que me
llama como canto adormecedor, un susurro entre reclamo y llanto, recorro el
pasillo con la mirada buscando dejarme caer en algo que vea al verde del
horizonte. Me descalabro tratando de pensar como ella, me oculto del sol tras
la columna que sostiene el portal. Y ahí está, cuidadosamente escampada y sobre
una toalla que no quiere abrazarla, y recostada en el marco de la ventana como
para impedir que la obscuridad se escape del pasado, como consagrando la
felicidad.
Quizás antes vivíamos para un
mundo que sabíamos estable y seguro, ahora es una feria de emociones y cosas
nuevas. Y claro, no lo sabíamos, este ser se desmoronaba. Era tan metódica y brava que parecía que esta
era su última resurrección.
Ahora ya no hay remedio, ¡Hay que
vivir el momento! Enamorémonos y seamos felices- Se lo suelto de sopetón y ella
se queda impávida, sabe que yo no quiero que abandone su espléndida lasitud,
solo quiero que me integre a ella. Quedarme en ese abandono en que nada
transcurre ni envejece, solo se repite en un transcurrir de tardes soleadas y
lluviosas, enjambres de moscos y pequeños colibríes que los acaban.
Empezar de la nada y sin querer
decir algo, deslizarse en la noche sin ir a ningún lado, mientras, la vida se
concreta en solo una tarde sin nada que hacer para dormir en la parte final del
sueño. Dejarse llevar sin causa que justificar, arrimarse a la orilla sin
querer avanzar.
Yace mojada,
paz, entre inclemencias
de madrugada
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