Dentro del viejo parque
Nunca fui muy sutil ni sensible,
más bien desenfadado y equívoco, creo que sin proponérmelo… pero esta vez, lo
iba a pagar:
Los paseantes se habían
acostumbrado a nuestra presencia en el jardín, pasaban errantes por todas las
esquinas y sabíamos que nos observaban mientras discurrían, una y otra ves
alrededor de nuestra presencia habitual en la tardes de frío. Fuimos un par de
almas vagabundas, ¡las estrellas del parque! y el deleite de los curiosos.
Tomé su mano contra mi pecho y la
apreté con la suficiente fuerza para llamar su atención, el viento corría
plácidamente entre el follaje, ella lo observaba con la mirada perdida, la
mente en blanco y la boca llena promesas.
Yo, solo tenía palabras para despedirme, hacía frío y las frases me surgían
entrecortadas y cortas. Tenía ganas de terminar, pero el último abrazo era
indispensable, noté que su pelo estaba empapado, estaba sudando y yo no tuve
fuerzas para irme primero, aunque deseaba correr, escabullirme y desaparecer.
Me aparté para dejarla ir, pero yo fui el que se fue, contando los pasos para
cambiar de tema, las manos en los bolsillos sobando un sentimiento de culpa y
abandono por nunca haber pasado de esa banca de parque con ella. Entonces, consideré
que lo mejor era separarnos y yo tomé la decisión porque considere que era mi
deber. Avancé procurando no tropezarme ni encariñarme con el sendero, porque al
final soy la suma de las mujeres en mi vida entrecruzadas con lo turbio y
sombrío de mí ser. Pasó el tiempo…
Levanté el teléfono y reconocí su
voz, quizás un poco más apagada, quizás más lejana
-Voy a negociar con Dios mi
regreso y quiero saber ¿qué harás?- y me citó al lugar de siempre, insistió que
en la misma banca.
-Voy a regresar a esperar, aunque
no vuelvas completo, pasó lo que pasó y ya no me importa- y no terminé de
entender lo que quería
-Fue un largo impasse- se
despidió y yo quise renunciar a verla, a la experiencia de regresar y tener que
resignarme de nuevo a empezar a olvidarla, el pretexto estaba en mi superficie
pero me negué a aplicarlo y acepté ir.
Llegué pronto a la cita, caminando
el parque, oliendo a hierba húmeda, despacio, buscando imágenes y recordando
lugares. Ella habló poco de su vida y yo en verdad nunca creí conocerla ni me
importó su pasado. El paseo es un lugar abrigado, con personalidad propia y un
fin definido, lleno de plantas y sombras entre senderos, que aparentemente no
van a ningún lado y dan la vuelta en curvas marcadas por arboles gigantes que
se dejan caer sobre sus linderos y casi velan los atajos que ocultan nuestras
citas y recuerdos (cuando me la jugué robándole el primer beso)
Cuando me llamó, no entendí que
quería, pero había pasado mucho el tiempo, año sobre año, y sentí curiosidad
por volverla a ver. La recordé hilvanando recuerdos, como cuando la hierba crecía
parejita alrededor de la banca en que siempre la esperaba y siempre habíamos
frecuentado. Ahora el pasto es una cortina que casi oculta la banca y forma
unas aristas entre verde-quemado que apuntan al cielo en las esquinas y esconden
el lugar.
Apareció y caminamos un poco, cuando
nos sentamos vi que traía el abrigo de siempre (o uno muy parecido) y una
mirada verdosa que sentí familiar, se puso junto a mí como un espejismo que cayó
en mi vacío
–Vamos a hacer lo que fuimos- Y
traté de entender que quería. Ahí estaba y me provocó una rigidez que solo se
disipó cuando ella se dejó venir en una sonrisa, que ahora me suena hueca y noté
que parecía estar desnuda dentro del abrigo que la cobijaba.
–Solo necesitaba estar segura de existir
en tu recuerdo- Me dijo mientras sus manos la abrazaban y, así, mientras rozaba sus dedos en el abrigo, vi
como su rostro se convirtió en un una mueca en que se transformó en el último
recuerdo que tuve de ella, una tarde gris en que se entregó y me juró eternidad
–Si no estoy en tu recuerdo,
fracasé- Una música lejana marco el tiempo y la tensión del espasmo continuó en
un gemido, complicado en el humor que escurría despacio mientras no hay risas
para tantos chistes que se cuelan enamorados en esa, su sonrisa que madura
entre besos amojamados de tantos apretujones, desgastados de tardes escondidas
que por alguna razón me recuerdan mi infancia, cuando rogaba sonrisas para
despertar en el espacio que se extiende, ahí, justo en el final cuando ya no
hay tiempo para corroer el tiempo que pasa sin aprovechar. Es de un lugar que
pasa entre las huellas del viento, brinca y se convierte en pájaro, se
convirtió en algo que me persigue, me acosa en las sombras.
–Nunca regresaste- Porque pensé
que te habías ido
–Solo morí, pero… no puedes decir
impunemente “Te quiero”- Me increpó y
sonó a reproche, cuando vi el reloj, estaba parado pero el tiempo seguía
corriendo, estaba vivo y sin alma mientras cada cual resuelve sus angustias
como puede.
Se escuchaba una campana repicar
cerca, la que rompió la tirantez del momento,
-Llaman a misa- le dije
-Tañen a muerto- me contestó
sutil, acariciándome tiernamente la cara con unas manos muy frías, se me quedo
viendo fijamente y no supe interpretar su mirada. Algo me cubría completamente,
empecé a oler mí alrededor, era algo como hierba mojada. Dejé de respirar y me
dormí obscuro para empezar este sueño en que arrojé sus cenizas al viento y
reuní mis pedazos cuando ya era inútil desmembrarme. Ya no sentí nada, solo sé
que amanecí aquí, donde viven los muertos y se esconden los vivos, en este viejo
parque que ahora es panteón.
...
...
4 comentarios:
Cada cual resuelve sus angustias, sus pesares, amores y desamores como puede.El amor abriga sin abrigo. Las campanas no siempre tañen a muerto, algunas veces, a pan caliente. Escúchalas.
¡Otra Gravidez adentro, Manuel!
"Qué solos se quedan los muertos"... Allí, junto a la hierba mojada, soñando acaso, esperando...
BB
Todos vivimos los segundos que nos quedan antes de la muerte.... empezamos tal vez a los cinco años de edad o así, cuando descubrimos azorados que no somos inmortales sino finitos.
Todos vivimos los segundos que nos quedan antes de la muerte.... empezamos tal vez a los cinco años de edad o así, cuando descubrimos azorados que no somos inmortales sino finitos.
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