Inocente
Diez segundos bastan y sobra, si
me desprendiera de todo lo que falló, del tiempo que perdido aparece entre
sueños y me pesa, las horas que dan vueltas hasta el amanecer, del espacio que
a veces es tan próximo ¡Amate con toda la tinta que pueda escribir tantos despropósitos!
Mientras, trato de tocar ese cielo tuyo tan azul, que revienta las costuras de
tu infinito de días no vividos, de la última imagen que me sobrecoge en la
realidad de la devoción que queda cuando todo acaba, porque no rio de lo que
dices sino de lo que piensas, entre la histeria que se repite en ecos
ahuyentados y miradas perdidas, alentadas por el olvido y la inapetencia del
miedo que se esconde en un manojo de hiervas de olor que en sus orígenes,
fueron árboles y ahora, son hojas de un libro en que lo único que está es una
ausencia, que ya se está escribiendo sola cuando las letras se esconden,
jugando al escondite. ¿Cuál es el opuesto? ¿Dónde están sus correas? Que nada
se toca, ni huele, solo interactúa y se despeja en el éter, mientras tú y yo
nos frotamos, despedimos olores dulces y calores maduros de hipocondría sólida
en doce tonos de esta felicidad que me encanta, porque yo estoy aquí, viendo el
infinito inmóvil. La tierra impotente, crecida de puestas de sol, gira que gira,
en torno de un sol que se desliza entre la galaxia, universo que solo
interactúa con el cosmos, dando vueltas, giros, divulgándose en el eterno. Y
yo, sigo aquí inmóvil, viendo el infinito en el acto de confesar cosas lejanas
pero posibles en donde mucho de mi tiempo camina en la obscuridad, sentado en
la sombra, deseándote a gritos.
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