“No
la vi venir”
No
es que no sepa correr, ¡Pero, apareció muy rápido y quemando llanta! Y, qué,
pues un mal día cualquiera lo tiene, después te puedes desmembrar para reinventarte
y todos los amaneceres pruebas y repites para siempre ser un alma nueva.
Esto,
era lo que se considera ella cuando amanecía para verse nueva ante el espejo,
como lo que era, una niña bonita de porte altivo que se sentía opacada por los
jeans raídos que cubrían sus largas piernas y alargaban las frases cortas con
las que se comunicaba. Era mujer de pocas palabras y acción retardada pero
efectiva. Salió hacia donde se relajaba, se fue cubriéndose la cara para llegar
adonde estaba el convertible y le dio marcha, pero no arrancó a la primera
porque piso antes de tiempo el acelerador. Se ahogó el motor, lo que aprovechó
para verse en el retrovisor. Estaba inundado en gasolina el carburador y sintió
el olor incitante a velocidad, cuando al final el motor arrancó tosiendo, se
fue a toda rapidez. Sentía como el asfalto se acababa entre los cerros y yo no aparecía
al final, yo también necesitaba algo más que autoestima para caminar y alcanzarla.
Al poco rato la lluvia empezó y no hubo manera de cubrir el auto y el
parabrisas empezó a llorar, ni el apego a un pasado que regresa mientras aun no
ha sucedido. Como cuando se interrumpe la inocencia dentro de la prudencia de
la virginidad y bien se sabe que el destino depende de sus relatores y ella,
está llegando al origen del miedo. Ese impulso que la limita a continuar lo
cotidiano. Como contrato social inútil en que si no hay algo que coartar, todo
es anarquía.
Cómplice
en miradas y palabras sabe que la parte más secreta de nuestra historia es una
ficción que solo recuerda entre sueños mientras yo idealizo sus redondeces
compartidas, descobijas de playa nudista en cualquier trato es de tú a tú, en
que no deja duda de quien manda mientras las gotas de sudor perlan su frente cuando
platica y convence. Parecía que le importaba cuando en realidad ella era el
único motivo para comer larvas como deporte y la pasión que se convierten en
una colección de cuentos que ya son leyenda en sus pláticas en que siempre
firma cambiando el nombre del protagonista y exaltándose.
Sé
que le importa porque ella también envidiaba el abandono de las flores póstumas,
pero es todo lo que se y le agradezco, fue su atención porque algo había de
ocurrir, ¿Pero, donde y cuando?, el con quien, pues ya lo sé. A menudo le
recuerdo, pero ese día soñé que me empezaban a crecer dos pies más y que mis
manos alcanzaban cualquier parte de mi cuerpo que crecía y sentía como si esta
vez yo fuera quien perdiera la identidad. Ahora, ya pasó el tiempo y no creo
levantarla a base de palabras dulces o dibujitos mal hechos. Hoy ya no creo en
mi, que ni con ni con versitos plagiados la convenzo. Hay paredes ocultas a la
vuelta de la esquina, con sus ventanas obscuras y portillos silenciosos de
colores arcoíris que aun se acuerdan de lo dulce de su espalda y lo ardiente de
mis manos, testigos del dulce escape de los exaltados pesares míos que se
cocinaban en un caldillo de frutos, lo suficientemente jugoso como para unos decantados
ardores. Y lo tan intensos como la penetración didáctica en que me encapuchaba
para conquistarla mientras soñaba con la sexualidad hablada, ¡Por escrito y en
tercera persona! Salí a caminar, el pueblo estaba calmado, caminé y un perro
triste me siguió de cerca hasta que llegué a la casa… ¡Que no es la nuestra!
Yo
fumaba mis impertinencias, herido y queriendo sanar, mientras ella se veía las
uñas indiferente, era feliz vestida. Ese fue mi deseo, un deseo ajeno que sordo
se enterraba entre mis sienes y me hacía consciente de mis carencias entre el
triunfo y el desastre, nunca lo había planeado, pero esta tarde estuvo esperando
que saliera para seguirme, me centró y me atropelló. Uno de los dos tenía que
desaparecer y yo me ofrecí frente a su auto. Siempre hay una oportunidad para
morir en la tarde y una primera vez para eliminar a alguien.
Solo
por esa tarde se preocupó por revisar el espejo retrovisor, apago las luces
mientras llegaba a casa, nadie la seguía. El día siguiente limpió el auto y
respiró tranquila mientras conducía a ninguna parte, se detuvo, descansó
reposada sobre el cofre y prendió un tabaco mientras planeaba una coartada a mi
ausencia. ¡Qué mejor para llorar que el humo del cigarro! Y sola, volvió a la
carretera con mi despojos a cuestas, sobre el nido de alas que es su espalda.
1 comentario:
Qué hermoso relato sobre el amor, el desamor y el crimen.
Lo has bordado, Manuel.
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