Atardecer
(Corín Tellado bis)
El atardecer es algo incierto que
ni es, ni está. Es el bien de las vísperas en que ya empieza a soplar el viento,
mientras, el calor mengua porque en las tardes se sufre con el clima. Aquí son
frías y despejadas, se ve el fondo del valle y como avanza la noche manchando
de mil tonos de gris el valle; las tardes son como el clítoris de la noche en
lo profundo de las piernas abiertas de las cañadas. Ese atardecer, casi noche
en que ella solo fue un inconveniente, algo menor lo que cambió todo cuando salimos
a caminar una vía sinuosa, llena de polvo, que cuando terminó, nos sorprendió
mirando el horizonte. Ella sentada en el filo de una roca que dominaba el
paisaje. Era su cumpleaños y ver el horizonte esos días es como respirar con el
alma y en esas estábamos cuando después de un silencio me susurró
-Mi vida gira alrededor del sol y
cada año se renueva-
-Y eso ¿Te preocupa a ti?, si
eres toda una genial metódica - le pregunté
-No, solo busco en la nada, veo
signos, señales a lo lejos que me hablan mientras pasa el tiempo, lo difícil es
hacer visibles esas señas, darles profundidad y peso. Son como unas escaleras
que bajas acompañada de fantasmas, que te persiguen y cada vez te
apresuras más, y en cada descanso
aprovechas para ver hacia arriba. Hasta que un descanso te encuentras con un
apagador que no funciona y te tienes que aventurar a seguir bajando sin luz ni
guía-
-¡Este barco se hunde!
Despostillado y todo descascarachado en las nostalgias de una soledad
maravillosa- Y se rio, muy forzosa
-Solamente miro el silencio. Siente
como se olvida mientras pasa el aire zumbando y ve en el fondo como todo se
aleja entre los grises- Y se quedó con la vista perdida y los sentidos abiertos.
Con eso siente que escarmentó sus culpas y queda contrita en un ensimismamiento
que suena a cosecha perdida.
La noche se acercaba entre los
chirridos de los grillos y graznidos de cuervos, y con ellos la obscuridad que
avanzaba apabullante, tan llena de sombras en que el tiempo se muere para
enfrentarse a la penumbra acompañada. Para poder disimular el miedo en frío,
llegó y se durmió el viento. Carraspeó, como para decirme que cambiara el tema
porque a final de cuentas solo eran tentaciones en que ella siempre confundía
la emoción de estar cerca y ser tocada con el deseo carnal. Y yo con los impulsos
que me quedan cortos para permanecer relativamente cuerdo, que siempre habían
sido parcos con ella y, así, era de esperarse mientras apenas eran retos que se
escapaban como tristezas. Después, un pequeño rasguño que fue la mecha
encendida que la detonó, aunque siempre había dicho que nacían muertos sus
pecados y se iban del olvido al no me acuerdo. Yo la observaba, su espalda
arqueada e invitadora en posición de relax evadido, parecía estar esculpida en
el tiempo que la rutina mantenía esplendido. Siempre me gusta observarla por
detrás, ella no tiene la culpa y yo no tengo remedio y esto es porque me aterra
tocarla, sentirme cerca de la veintena de puntos que no sabría como manejar o
para qué sirven. Sus ojos siempre me ponen nervioso con esa mirada tan
penetrante que no soporto más que por instantes. Me gusta su espalda, la
miríada de pequeñas pecas que forman siluetas y dejan adivinar sus formas mientras
se reducen en su cuello y acallan cualquier duda de que al menos, esas pecas
son más mías que suyas porque solo yo las veo. Y me cuentan historias de deseos
ocultos que son la teoría de conjuntos dispersos, en que delicada y bella se
volvía infernal entre el enamoramiento que me producía la conciencia de estarla
disfrutando, sentirla mía y al tiempo tenerla tan distante y fría. Solamente
con esa aura que es parte luz, parte perfume y nada de tacto. No la alcanzo de
tenerla tan cerca, y pasé toda la noche tapando las rendijas por las que se le
colaba el frío en el alma, recordando fechas inconcretas y olvidos. Los vientos
que pasan quedan entrelazados con mis dedos que se aburren de solo escribir
cartas y el tiempo pasa resignado mientras espero algo substancial y ella me
platica algo sobre la luna y las estrellas que yo solo alcanzo a afirmar, con
pequeños sis que trato que sean confusos para que la incoherencia la haga
volver para cuestionarme. Pero solo es un regreso para cuestionarse ella misma,
en el que yo no estoy involucrado, que se esconde en un recodo entre las
plantas de la terraza que deja ver el camino de subida al mirador y sirve de
advertencia para ver si alguien se acerca. Ella es mujer de un solo hombre, al
que yo no recuerdo y nadie ha visto, aunque ella insiste en respetar.
Mientras, esto solo es emoción
que juega con la palabra nunca… con mucha cautela, en la tentación de querernos,
porque aunque muchas personas han entrado, aun quedan lugares vacíos. La
montaña es un lugar vacuo donde no encajan los cariños
-Mucho amor, pero falto coraje…- Alcanzó
a decirme
-No, ¡No puedes vivir sin deseos!-
-Pero yo… necesito sentir miedo
para vivir. Querer por placer esta mal visto ¡Necesito sufrirlo para quedar
extinta, padecerlo para estar consumida!-
Ella es la mujer más cariñosa que
recuerdo… y no sabe amar. Y los grises se volvieron negros cuando el frío
alcanzo a la montaña con la noche en que, ya sin ausencias, caminamos cuesta
abajo. Y me dijo, tengo miedo, bajamos en un abrazo, por primera vez íbamos
juntos, uno al lado del otro.
2 comentarios:
Acerca de todo lo que es y no es.
Acerca de todo lo que es y no es...Ese es el punto, emplear lo que es para dar el toque al contraste o sea a lo que no es, creando la ficción. Ese es tu arte, Manuel.
"Aunque siempre había dicho que nacían muertos sus pecados y se iban del olvido al no me acuerdo", propio de los mexicanos esta habilidad léxica.Lindo texto !!
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