Fátima
Es tan fácil imaginar nuestras
vidas, que para cuando nos damos cuenta, pues ya son reales y todo es verídico.
Todo pasa en un futuro que recordamos como si fuera ayer. Contamos historias
para vivirlas, transformarlas en cuentos y aspirar que sobrevivan, tan intensas
como el recuerdo. Imaginamos futuros y
recreamos pasados en que todo sucede, lo difícil es ponerles letras, hilarlas y
escribirlas para hacerlas creíbles, porque reales, ya son. Pero, cifrar nuestro
día sobre la ociosidad de un acto, o sobre la obsolescencia de una idea es
pecaminoso ¿Cómo? Viviendo y recordando como si fuera lo más natural del mundo,
para dejar que la imaginación estire y afloje las ideas antes de plasmarlas,
sino en un cuento al menos en una canción. Sospechar que hay algo detrás de
nosotros que nos sigue y motiva para tratar de adivinarlo entre lo que
tecleamos. Lo normal y natural es vivir, no imaginar ni soñar con lo que fue y
ya no será, ni con lo imposible y escondido entre la tramoya de nuestro escenario.
Porque a veces, hay que quedarse quieto y dejar a las cosas sucederse una tras
otra para que tomen forma y fuerza. Para que cuando rebasen, nos arroyen entre
precuelas y secuelas que nos lleven arrastrados entre su laberinto, este sinfín
en que el ocio es la fuerza que nos motiva y mueve, sin dejar de fluir a
nuestro lado. Esto, es la mejor de las indigencias y una indulgencia para el
alma que quiere contar y sabe que los cuentos deben ser más creíbles que la
realidad.
Covadonga tiene una historia que
todos saben al dedillo, llena de una lozanía en que fluyen tantos y tantos
reclamos juveniles sin satisfacción, para envolverla entre un amor temprano mal
resuelto y alegrías bien cantadas. Ahora, es ella misma, una mujer que observa
el atardecer desde la ventana de la hostería pueblerina y recuerda, se goza el
la imagen de como apareció una sombra aquella primera mañana, después de la
luna de miel sobre el altar de sus diez y siete años. Traía una bandeja con
pan, café, fruta y una flor, pero en ese mismo lugar, desapareció, simplemente
se hizo eterno ausente. Era un lugar viejo, en que se encajono una pasión breve
y ahí terminó la gran actuación de un alma pueril. Después todo fue diferente,
y ahora… fulminante es Covadonga, hoy si y mañana también, llena de claroscuros
que no sabemos si son castigos, lecciones, o tal vez solo premios sin sentido,
que nos marcan de esperanzas ciertas que a mi me gustan y mucho.
Fátima fue el consuelo de ese
abandono, y cuando la conocí, me fastidiaba. Quizás por eso quise aprender a amarla. Ella, era la primera de la clase en
la escuela, en la fila para entrar a clases daba saltos para dejarse ver,
siempre el primer lugar, medía poco menos de uno cincuenta y el peinado no le
ayudaba porque las burlas la comparaban con el tapón de sidra que identificaba
a su ausente padre como comerciante de vinos españoles y ultramarinos allende
el mar o ausente siempre presente, pero desconocido. Y eso lo presumía la
asturiana como pocas cosas cuando compartíamos.
Aquí y ahora, hoy en día Fátima
mide uno setenta gracias, yo creo, a la manía que tuvo de colgarse de los
arboles y hacer malabarismos a mis costillas. Me la encuentro en la calle de
vez en vez y mientras duermo, mi mente borra todo lo que desee en el día, se
arranca de apetitos y me llena de deseos con todas sus letras, mientras, todo
es sacar a flote nuestros sentimientos, arrancarme el oxido para colocarlos en
una balsa para dejar que se alejen, ellos solos de a poquitos, se vayan con el
viento de sus desgracias. Y si insisten en quedarse cerca es porque estoy vivo
y lo único que puedo hacer es permitir que me escolten. Pero, no, ya los solté
y son libres.
Su madre, Covadonga, es lo mismo,
pero toda chapeada por el sol y siempre está en la huerta presumiendo de
incansable. Cuando regresaba de la faena del campo, nos encontrábamos, y la
veía pasar con los manojos que recolectaba para el caldero y el pollo amarrado
para el sacrificio, me sonreía e invitaba.
Y ahora, me da desasosiego faltar
a la cita ¿Cómo evitar no entrar al hogar tan seductor, cálido y húmedo de doña
Covadonga? si me había envuelto en algo que yo no sabía que podía ser, un mundo
sensual que etéreo se despeinaba en las tardes de ese tiempo, en que hasta un
velorio era una celebración.
-Solo me queda este corazón y lo
mio siempre fue ímpetu, una fogosidad que no abandono-
Si ya sé que la puerta trasera
siempre esta abierta y recuerdo cuando me invito a pasar aquella primera vez y
yo le pregunte ¿Para qué? Hoy espero la obscuridad, entro para que todo me
recuerde las sombras de Fátima y ya se a lo que voy
–Siente lo que yo siento y
cuídate de lo que los demás te digan que al final… yo no cuento- Eso me dice la
madre y yo lo quiero escuchar de Fátima. Experiencia y estilo, lo aprendí en su
tutela, porque ahora veo en Covadonga a la Fátima de tiempo atrás, en un camposanto
de viejas experiencias que me dicen que cuando Covadonga quiere algo, ¡Es
terrible!
1 comentario:
Mientras leía "Fátima" recordé ésto.
http://www.youtube.com/watch?v=Rz3oZElgvDs
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