20120223

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Mi Inés



Si, Inés, siempre es una de las diosas más orgullosas de mi Olimpo y la caracteriza su cuerpo lleno de pecas, al principio yo pensé que solo el rostro las tenía y que tras esos rulos pelirrojos había un conjuro que los hacia brillar mientras subían y bajaban al caminar. Unos seductores rulos fantásticos que hoy, ahora,… ya no son naturales.

Por ella hablaba mi lengua y era, en su reino mágico, la responsable de los castigos al mortal, al expulsado de la fe que decidió premiar. Inés, tropezó con la castidad en su juventud, pero alcanzó a levantarse antes de los diez y siete, siempre en divina discordancia con el ocaso de sus principios y mis halagos. Entre la permanencia del misterio de la diferenciación del sexo, que no por ser primerizo (¡en mi!) se despecha a menos. Mientras ella, mi Inés, solo queda escaldada un par de días en que no nos hablamos de miedo, en que nuestra única relación era el silencio y soñar, ver pasar las horas e imaginar porque los temblores eran de placer, todos absolutos y nuestros. Y aunque después me enteré que se lo contó a Claudia esa misma tarde y hasta lo escenificaron, para ellas no era ningún misterio, y ahí, con la tal Claudia, se terminó de achicharrar sus cositas y verijas. Yo no tuve nada que ver con el descarrío y el secreto dejó de ser de dos cuando, así descubrí que sus sollozos eran de placer y las lagrimas de felicidad y no lo que me preocupaba, que fueran pena y dolor causadas por mi.

Y entonces aprendí que las lágrimas que se escurren de los dos ojos, pues son producto de la risa y las de tristeza solo se dejan escurrir de un solo lado del rostro. El dominante, el que manda señales de tizne y lluvia que entre absoluta y salada solo sirve para minar conciencias. Se escapó de la creación porque ya estaba engendrada desde antes, nació en una agenda de bolsillo cuando la esbozó Zeus, colorada y ardiente. Y su cuna, que era un bosque que nunca nadie se atrevió a manosear; por miedo al contagio de la miel y las frutas que se desparramaban de maduras y eso, ya era desde antes de todo y solo era un esbozo de un Dios, garabateando con lápices de colores.

Después, descubrí que estábamos emparentados los dos y ella no era tan etérea como suponía, lo imaginé cuando vi que teníamos las mismas costumbres. Pero no, ella tenía más mañas pues siempre salió del Edén acompañada de la guardia real, que era más real que guardia. Y aunque estábamos separados por las nubes (cuando había) éramos lo mismo; yo en el recato de una actitud recogida y ella, como una excelente expositora de su exuberancia presumiendo que la melodía que tarareaba era música del cielo

Un día se levantó y se dirigió a la sinuosa cresta en que termina el pueblo, donde se expelen los mortales y se sube al Olimpo. Desapareció como se escapan los gorriones de las jaulas, en un santiamén y sin dejar huella ni rastro. Hasta el tercer día en que regresó a rastras a reclamarme la virginidad (la mía de mi) con sus zapatillas rojas y un vestido blanco que revoloteaba al viento de luminoso. Volteó nerviosa al tiempo que me hablaba, era mi primera vez en esa situación y no iba a negarme con una hija tan bien dotada por sus padres. Nadie dijo nada con palabras y, si, tomé leche, mucha leche, hasta hartarme de sus ardores y mis vergüenzas. Las que limpiábamos con el paño ya arrugado que cubría la almohada, y el sudor de sus urgencias que en vano se disfrazaba de pudor mientras exigía más y se oía el ruido como de caverna llena de golondrinas que se baten, intimando en el amanecer. ¿Donde estábamos? viéndolo todo desde lejos acurrucados en el manto de las nubes que se desparraman entre nuestras, ambas, existencias. Inés acomodó la almohada, extendió las sábanas y se fue del Edén, ahora yo sabía quien era el que estaba flotando en el cielo y ya no tenía miedo, ni temores. Hasta me dejaron de gustar las bullangeras y aprendí a bailar las calmadas. Porque al final, uno se acostumbra al riesgo, pero no al desahucio y basta un segundo, solo una imagen para ser feliz. Esa es mi naturaleza, mientras, estoy dentro de su fábrica de humedad que sale de la nada. Un ensueño que es el paraíso de puertas abiertas con ventanas cerradas, que yo, ya no se donde se perdió.
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1 comentario:

Norma dijo...

Tu Inés conjuga el verbo placer como toda mujer dichosa.
Un relato donde abundan personajes sobrenaturales como dioses, semidioses. Lugares místicos como el cielo. Versión de un padre a una hija bien amada.

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