Peregrino
Tropezamos contra la neblina, y nos quedamos sin aliento,
había desaparecido el horizonte y no veíamos adelante más que sombras, ni una
estrella para orientarnos. Pero, hay que seguir de frente y avanzar antes que
la luz se acabe para sentarnos toda la noche a esperar, ver como brilla la
fogata y se cruzan de brazos, para sentir como brama el viento frío al pasar y
se vendan la cara, para poder cerrar los ojos sin que se enfríen.
Así hasta que amanece y los pies se niegan a entrar en calor
y solo hacen un esfuerzo por ponerse a bailar junto al fuego para azotar las
plantas y calentarse. No sirvió de nada, todos los lamentos se llegan al
corazón para esperar un premio y exculpar los pecados. Las enfermedades son
mejores porque las podemos olvidar con el fresco de la mañana que nos impide
estar quietos. Una campana triste se llora enfrente, hacia donde vamos y su
tañer nos apura el paso para saber que hacemos que sentimos que no vamos a
ninguna parte y aquí solo estamos asustados y de paso, acompañados por querer
respirar y adoloridos del camino y viendo aquel polvo en que se convierte la
neblina cuando sale el sol.
Desperté lleno de humo entre el vaho caliente y el sol que
el horizonte me deslumbra y la noche en un estertor de frio se muere. La arena
de negra se convierte en grises inmensos que parpadean entre los vientos. No me
mates que es capricho dejarse de remilgos y cubierto de soles entrecierro los
ojos y dejo de respirar.
Que pasa, una confesión del campo que se exprime en
neblinas, en tentativas por dejarme enterrado en idolatrías y odios que pasan y
me torturan. Una máscara queda después del viento que se cruza y roza lo mas
profundo, es sospecha de tormentas que amenazan desde lo lejos. Y lo único
cercano es el yo mismo en el que me abro a la vida y me rajo a seguir en el
mismo lugar y pudoroso me acerco al agua para limpiarme lo más posible. Y crece
la mañana, para regatear horas al camino en la tarde, que te retiene de hambre
que ningunea días nublados de ansias y costumbres que ocultan los pasos.
Y solo una semana de camino en la hoguera nocturna que me
quema la cara y cuartea los labios, pareciendo que salimos del frio para entrar
a la arena, entre perros hambrientos siguiéndonos. ¡Es tan difícil ser viento y
no tener vela que apagar o velamen que empujar!
Al principio era solo un establo que se convirtió en cuna,
un jardín cuadrado y articulado que no permitía abandonarlo y no se prestaba
para el abandono, el simple dejar pasar en sus escaques arreglados por alguien
que nunca ves y ahí está. Siempre en el abandono que se escapa, con el agua de
lluvia que lo mancha y le da un color diferente, verde conjuro que se convierte
en flores de colores que el pastor limpia para emparejar. Y un niño radiante en
el pesebre, que es mi camino y fin.
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