Sincronía
Mientras se levantaba, cuando ya
había amanecido, se dedicó Teresa a repasar lo largo de la noche y turbio del
descanso, tomó las sabanas para descubrir su cuerpo, se sentía apaleada y sucia.
Tras solo estirarlas sobre la cama, corrió las cortinas. Se asomó para ver un día
lluvioso pero solo abrió un par de centímetros la ventana, fue suficiente para
llenar sus pulmones de un aire pesado, casi líquido que se impregnó en su
rostro y la hizo suspirar. Se sintió sucia y pegajosa -¡Sé lo que va a
suceder!- se dijo a sí misma, presintiendo su destino en un estado de ánimo. Y
ya, se acercó al baño con la única certeza es que quería limpiarse, dejar que
el agua tibia la escurriera para poder perdonar la vanidad del espejo, como un escape
que pretendía se chorreara por el sumidero de la bañera y no volverlo a sentir
encima, que se fuera lejos. Dejó pasar el agua sobre su cuerpo hasta que el
agua le aburrió.
-Ahora vuelvo- se dijo a si misma
al cerrar la puerta, y se llevó su ausencia a vagar en libertad sin tener en
mente más que un café negro, lo imaginaba espeso, caliente y doble. Y ahora,
ella, solo sueña que la nube viene para entender que pasa, mientras se deja
caer sobre el marco de la ventana y ve el
horizonte como divulgando sus pesares a la lejanía. Como para no inspirar
lástima, ni pedir piedad y cuando se descubre bostezando entiende que ya le
aburre esperar, en ese momento un reyo cimbra la casa y alumbra el interior del
cuarto con un gran fulgor. Se voltea y decide ser ella sin dejar que los demás
sean ellos, y se descubre con los ojos húmedos, no es común en ella llorar.
Tiende de nuevo las sábanas sobre la cama y esta vez decide que la cabecera
puede estar del otro lado, quizás la orientación hacia el poniente no le
favorece y lo que necesita es sentir como el sol avanza sobre su cuerpo en las
mañanas para cargarse de energía.
Fatal aburrimiento de la inmensa
rutina que a diario se deja caer sobre ella, sin poder evitarlo se desgaja en ramas
pares, una florida para ella y una seca para avivar el fuego ausente, el
desgaste de esperar que coincidieran en vez de hacer su vida, sin coincidir no
hay remedio para la rutina en que espera. Pero sabe que se hundirá con el peso
de dos, que unido, que digo coincididos, pesan más en el “ha habido”, muchas
veces que coincidiendo, no se ven, pero reniega de su adicción a esperar, a no
ser ella misma y estar cierta de ello y
anónima ser ella sin dejar de ver la ventana. Ella es la víctima de un
infierno que sola hizo a su medida, dentro de la imaginación que le agobia la
soledad en que presume solo estar de paso.
Sale y avanza con paso firme y
solo se detiene cuando siente que alguien le llama, -Señora, ¡una limosna por
piedad! – y solo le confirma lo que ya sabía, hoy es un nuevo día y ella camina
en un trance extático y sin hacia dónde ir. Ya sabe qué olvidar, solo le falta
saber con quién relegar el recuerdo de la mujer celeste que nunca fue y
entender el ¿por qué? los jóvenes difuntos están aún vivos y buscan su compañía,
no somos nuestros, pertenecemos al pasado.
Paces y luces, hasta que el sol
de hoy se deslumbre, que los recuerdos se cuenten y se vuelvan memoria, ¡eso
fue lo que paso! Una tormenta enorme dejó unos aguaceros que inundaron todo,
incluidos tus recuerdos, las gotas de agua que presumías que eran lágrimas
cuando me las regalaste y el pañuelo con sangre que probaba que no había pasado
nada y podía dormir tranquilo. El mechón de pelo que la hechicera había
rechazado por suavecito y demasiado tierno para su magia, las trazas de tinta
en la hoja borrosa que se había llevado el viento y correteaste por todo el
pueblo para terminar en la fuente del pueblo, entre los dos enormes pinos que
se dejaban caer con su sombra de primera cita, reunión de provincianos que
después nos lleva a las rocas inmensas que se esconden en el camino del arroyo,
ese que alimenta agua fresca al caserío. Misma agua insolente que aliviaba mi
sed y calmaba mis calenturas cuando me desprendía de la ropa, llegando al
castillo que protegía mis sueños, sueños que se convertían en aventuras de
seres sin peso que flotaban entre los dos mientras tratábamos de conciliar ilusiones
con conciencias. Reproches que de tan juntos se unen en quimeras, en desafíos
que la moral no entiende. Se desprende de plañidos y llantos eternos que solo
se dan a las doce de la noche, antes de amanecer y cuando aún hace calor.
Desperté para disfrazarme de lugareño e ir a buscar el famoso lugar junto al
mercado donde las iguanas se comían y las víboras se volvían tacos para la limpiar
la conciencia para los borrachos de la noche anterior, que necesitaban curarse
para poder ir a buscar aves que vender en el mercado de la capital el fin de
semana y presumirles como obra de arte de la naturaleza, que son como el ardor,
te tiene que hacer sufrir para ser auténtico amor, y hay que describirlo
meticulosamente antes de que se deje caer la noche y el agua fría se lleve la
emoción. Soñaba que no era posible y despertaba, ansioso y húmedo, no puedes
hacer nada, solo desesperarte y consolarte pensando que al menos hay apego en el
fondo, sofocado por el calor, pero apego. Afecto, como el que le tiene a la
sombra de la enorme palmera que deja caer sus frutos, cuando ya ni las urracas
los quieren mientras las guayabas apestan de tan perfumadas y solo puedes tomar
un par. Las tomaba y su olor me volvía loco y me dedicaba a repetir tu nombre,
Teresa.
Yace mojada,
serena, entre lluvias
la madrugada