El arte de la fuga
Aunque yo ya sabía a lo que iba,
y había una recompensa prometedora, no me resignaba a acompañar a Cecilia a
subir por toda esa escalera -A las dos de la mañana apagan el elevador- (después
supe que eso era una mentira) y me soplé cinco pisos a esas horas, un buen reto
para ponerme a prueba y, claro, ella lo hacía para tantear y demostrarme que al
final, ella tiene más aliento y ánimo. Siempre domina y apabulla porque así es
ella, aunque Cecy es delgada y aparentemente delicada como para inspirar
ternura, es el colmo del tesón. Yo, aprovechaba los descansos para tomarla del
brazo y ayudarme a subir. ¡Es una dicha perder el tiempo en el elevador!
Es cierto, aunque llegamos casi
sin aliento y el miedo se me escurrió por la escalera después un adiós que se
convierte en un encuentro a besos, me dijo; -Besarse no cuenta- solamente alcanzó
a susurrarme antes de despedirse con un último roce, esta vez más contenido y
con una palma separando nuestros pechos –Siempre nos quedara el descanso de
esta escalera; promételo- Y solo era un ensayo para saber de qué puerta era esa
llave con la que me rallaba la espalda -Con todos sus respiros en cada piso- le
dije y no me atreví a trancar la puerta con mi rodilla para escurrirme dentro
de su departamento. Lo sabía, será una larga relación, nunca habrá tiempo para
hacer las cosas rápido.
La semana siguiente fue más
fácil, pero ahora yo era el que se escurría de duda. Entré sin pensarlo con solo
un –Siéntate, te preparo un café-Y ella no se preparó nada, -Lo que me quita el
sueño eres tú- y solo me dejó enfriar el tiempo suficiente para recuperar el
aliento de los setecientos peldaños para tomarlo como una declaración. Toda esa
noche transcurrió en vela para Cecilia. Y yo, listo, dando vueltas a sus ideas
con un ahogo de tanto pensarlo, apenas me acuerdo de lo que no quiero tener
memoria.
Despertó sin haber dormido, se levantó
e inundó el baño de vapor para terminar de sudar y vestirse de nuevo. Para cuando
abrió la puerta del cuarto, sentí que la oleada de cariño se escapaba escaleras
abajo, corrían olas y osadas se transformaban en aventuras en cada escalón
mientras sus miedos se desparraman, peldaño tras peldaño, se reagrupan en los
descansos y se convertían en anécdotas que tomaban fuerza en cada piso cuando
se reagrupaban en las vueltas para tomar fuerza.
Toda la noche en vela, sudó
copiosamente mientras se revolvía con las sábanas que arropándola y húmedas nos
atosigaban. Acostada en su cama revoloteando neciamente como buscando a alguien
que se había ido, aguzaba el oído hacia la ventana buscando un ruido a quien
echarle la culpa de su insomnio y no admitir que no quería perdonarse y tenía
miedo de quedarse así. Se levantó y abrió la ventana buscando una señal que le
indicara que algo andaba mal, pero no, todo estaba tranquilo y una noche
esplendida le engaño el sueño y los sueños, para terminar de despabilarse, para
tratar de encontrar el amanecer. Pero aún era muy temprano para ver su luz
hasta que con los primeros rayos, su alma regresó al cuarto.
Así fue toda la noche, la
televisión, monótona y repetitiva, había permanecido prendida toda la noche
dentro el cuarto, trasmitiendo programas de conciencias apachurradas, sueños
trasnochados y versos sin continuación, para solo creer que ya pronto sería de
día. Tomó sus recuerdos y los acariciaba mientras se deshacían entre sus dedos
viendo la pantalla como si no la viera. Mientras, en ratos de lucidez, se
quedaba como ausente, recordando como cerraba puertas para ponerse a dibujar
nubes
Ahora es diferentemente igual,
habitamos entre sombras disímiles y sin forma, rodeados de frío y queriendo
estar en el ayer y por eso nos olvidamos de nosotros mismos, para terminar arrinconados
de nuestro futuro, endilgados el uno al otro en memorias. Eran solo como saldos
colgados de medallas que nos cuidamos el uno al otro, en arañados recuerdos,
endilgados en las sombras de las paredes de su dormitorio. -No te acerques,
estoy dormida- Es como llegar a la gloria cargando los demonios internos, esos
que viven solitarios y acompañándote de a ratos acabados por el tiempo.
Encontrar el muro donde se escriben los pensamientos para perdurar y dejarse
llevar mientras lees lo anterior y adivinas el futuro, mientras ojeas para adelante
y estiras el cuello para entenderlo, sin saber que las mujeres ven al pasado
diferente y huelen el futuro, con más intensidad.
Nada es tan rápido como las malas
noticias ni tan definitivo como la muerte. Despiertas convertida en tú misma y
te asustas o todo lo contrario, el espejo la desvanece, no hay manera de
ordenar tu relación con el mundo. ¿Cómo avivar una tormenta en un profundo
invierno? ¿Cómo amanecer rozagante? Las penas se quedan fuera cuando sale el
sol sin saber si nos llevan o nosotros las encausamos para sufrir más, si no
está segura de haber muerto en su soledad tan guardada. Si desde esa tarde en
que Dios estaba dormido y ella se imaginó que ahí no estábamos, que nada
sucedía y todo lo que veía no pasaba y era tan como una bola que pasaba dando
vueltas sin poder pararla mientras nos arroyaba, te deslizaba debajo de las
sábanas para quitarte del frío y te recorre rozándote y te peina a contrapelo
la piel para dejarte erizado el cabello mientras te humedece y hace sudar frío.
Tienes que estar cierto de lo que quieres porque cualquier cosa puede suceder,
te duele una caricia que es como beso pero en otro cuerpo que desconsolado, se
vuelve viento para solo arrullarme y aun es un suspiro que solamente me impide
dejar de respirar cuando me dijiste que hubiera… y hube. Siempre serás un lugar
para reír, llorar y equivocarse sin figuras ni modos que solo son una imagen
que no se puede plasmar, en el recuerdo de un vago perfume que se evade en la
desventura de no amar
Me levanté, entré y salí al baño
sin Cecilia, me tomé el café frío de 10 horas antes de bajar… ahora, en el
elevador
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