Mercedes
Aprendí a estar con ella y no pedir
explicaciones, permitir que las cosas fluyeran y tomaran su lugar en el
absoluto. Meche estaba sentada en su Mustang esperando el semáforo y parecía
que el tiempo no transcurría. Y mientras ella se alejaba del crucero que la
detuvo, trataba de recuperar el tiempo como si en eso se le fuera la vida y los
quinientos caballos bajo el cofre se le escurrían bramando.
Puede haber situaciones
incómodas que no nos afecten, pero que te atajen, es insoportable y ella lo
asumía. No es difícil imaginar su contrariedad, levantarse temprano, una hora
de gimnasio, el baño y otra espera eterna en el salón de belleza para salir y
aún tener que ir a desayunar algo y vestirse. Mientras, le lavaban el auto y
todo estaba listo para una partida espectacular en que quemaba algo de llanta
por el puro gusto. Se engrió al subir al auto, encendió el radio y con toda la
autoestima de bandera, salió a lidiar con su ego de novia de veinte que es como la tormenta que brota dentro de ella,
esa batalla que solo gotea bajo su falda cuando se conecta al piso, como la
palanca de velocidades del Mustang, en manual. Ella sin ropa interior, para ir
más pegada al asiento de cuero, ahí donde se juntan el premio con el fondo de
su intimidad en la inviabilidad de sus deseos y se sabe la matriz del
protectorado con su falda que ondea al viento y cada atardecer es un ensayo
para soñar la resurrección, en la rutina cotidiana en que necesita
reconocimiento ni reclamo.
Obviamente, yo no merecía tanta atención y
cuidado, pero su merced (Meche) sí, era incapaz de despeinarse por hacer el
amor y moriría en el intento por guardar las apariencias, a veces ecuánime y
por ratos sanguinaria. No piensa en la hora de llegar sino en el ritual de
bajar del auto, desvestirse, despojarse una a una de sus prendas, y sabe como
generar envidias cuando nadie lo ve y todos lo suponen; que su desnudes es
magnífica. Con ella ensayé a abrir los ojos y abrigarme solo.
Se desinhibe, y se acerca al clímax con una
facilidad envidiable, como quien descubre la sexta velocidad con un embrague
asistido. Con la seguridad de sus cuarenta años y ojos envidiables. Gana cuando
se acerca la meta como si fuera miel, para sorberla, cierra los ojos porque así
siente que se libera y disfruta, se ve más segura cargando su persona ella
misma, sin ver con quien está. Se disfruta y lo mismo le da con quien, siempre
y cuando ella no se sienta rota u observada. A lo más, admirada solamente,
ella, la mecha de mis pasiones… tiene un chasis propio y un motor ajeno.
...
1 comentario:
A Norma Lobo, Esperanza Castro Parga y América de Alba les gusta esto..
América de Alba Tú y tus "Gravedades", me chiflan...
Ayer a las 11:05 · Me gusta · 1.
Esperanza Castro Parga Me ha gustado, Manuel. Hacía tiempo que no te leía.
Hace 21 horas · Me gusta.
Norma Lobo ¡Ay pordió que manera de reír!Si no hubiera leído el comentario de América tal vez no tanto.
Tú y los fierros, quien más que vos conoce de caja de cambios...y de un Mustang. Muy simple, demanda el motor sino quédate con el auto viejo.
Hace 13 horas · Editado · Me gusta.
Norma Lobo Entre un texto dramático y comedia, me quedo con lo segundo y muy bien logrado. Me gustó, Manuel !
Hace 13 horas · Me gusta.
América de Alba Norma, Manuel me tiene "Gravemente" cautivada con su palabra. Lo leo desde hace mucho, siempre admirada.
Hace 4 horas · Me gusta · 1.
Norma Lobo América, tu Aston Martin con motor y chasis genuinos es distinto a un Mustang trucho. Las inspiraciones de Manuel son como la gripe, te dejan gravitando siete días.
Hace 2 horas · Me gusta
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