Yo celebro, ella conmemora; en un
texto fuera de contexto
El tiempo me encontró, estaba
caminando afuera de la casa que hace las veces de mi guarida. El reloj se
escurría atrás de mí y yo insensible me desliaba fuera de rumbo sin dejar
huella en las baldosas. Y en esas estaba cavilando cuando ella, simplemente apareció
entre las esquinas de un kiosco, en un callejón obscuro sobre su templete que
la sostenía pulcramente lejos del piso. A lo lejos, parecía un ángel voluptuoso
ondeando al viento de la tarde, con la cabellera suelta y una falda amplia de
colores cenizos con los tonos de los adobes escurridos entre los muros del
pueblo. Venía caminando con la frialdad de quien puede y sabe a donde, va
ondeando su falda cual pendón y batiendo su bolsa como cetro para la batalla. Y
claro que me sobrecogí cuando me cercó, yo siempre había sido un charlatán
provocador ante ella, pero ahora me sorprendió porque nunca es lo mismo saber
de una hechicera, que conocer a una mujer pérfida. Sus manos ya no eran manos,
eran unas garras que me acercaban a un pecho que ardía en coraje y latía
beligerante. Sus ojos ahora eran sopletes que me entregaban a sus deseos sin yo
desearlo. Y sus labios, solo me pintaban un mar de dientes amenazadores, de los
que se escapaban espumantes borbotones espetados, incoherencias aviesas con un
tono de su voz desconocido para mí, que se volvió profundo, solo para
sobrecogerme. Al tiempo que con un gesto hostil se echó la cabellera sobre el
rostro, lo que obscureció aún más sus facciones y sentí sus ojos como dos
puñales que me despedazaban entre sus deseos. -¿Y ahora qué?- No alcance a
sugerir nada, además, no tenía opción (¡Yo y mis pocas palabras!) cuando ella,
tomando la iniciativa y acercando aun más su cara a mi rostro, se despojó de
los lentes obscuros con un gesto de desdén. Ahí estaban sus ojos flamígeros viéndome,
rebuscando en mi alma. Y me susurró algo que no entendí, pero afirmé con la
cabeza. Fue una batalla perdida, que yo celebro y el libro solo conmemora, ya
me tenía entre sus garras y debía ser suyo por todo ese fin de semana. La
alcance en el estanquillo, la observe, y en un éxtasis de recogimiento,
abandono y sin más, solo con mi alma, me encarrile a poseerla (la leyenda
siempre es un amor ingrato que se acaba). Nos enfilamos a la habitación, pero
antes, pensé en comprar viandas para la batalla; chocolates, cigarros (manque no
fumo) y algunos bocadillos ya preparados, que no ensuciaran la cama. Ya
encarrilado la observe con detenimiento; la portada era atractiva, pero cuando
leí la contraportada me emocioné aun más, ya sabía que me iba a poseer su
lectura todo el feriado, extrañando el periódico u otras letras, este era un
libro que prometía emociones en las que el tiempo se deslizaría lentamente.
La primera persona en persona, es
el anhelo de esta escritura que solo uso para inflar mis ideas sin sustento,
obscurecer tantas imágenes en tramas insolubles que inhiben el entendimiento cuando
las revuelca mi mente en la prosa barata, que mientras más practico, más me
envuelve en la opacidad grisácea de los atardeceres. Ando buscando que decir,
algo que no sea el monologo escrito en imperativo íntimo de pasado impersonal,
que con una sola idea mueve mi ánimo. Para poder hacerlo, debo ser un ente
anónimo que se come a si mismo, en un susurro ignorado que lo consume entre los
sueños anónimos que tendré desde hoy… hasta
mañana.
-Me llamó siempre “cariño”, tenía
las manos largas y las ideas cortas, nunca de más de un párrafo breve y, si me
lo permite señor alcaide; será muy fácil demostrar mi inocencia, yo no la maté,
ni se nada de la víctima. Ayer terminó todo y yo, a fin de cuentas, ya estaba
ingresado en el manicomio, pintando las paredes de azul y con la brocha,
aplacaba mis instintos mientras disimulaba mis lagunas. Porque su nombre, para
mí, siempre fue una tumba y tenía algo de niebla entre sombras. Pero que
importa si yo siempre sería “cariño” u otro nombre, que no era el mio,
susurrado de a poquitos-
Eran como las gotas de miel que
se escurren desperdiciadas y te manchan -Lo que no te de yo, no te lo dará la
vida- Lo de ella era miel que no disfrutas, son gotas de hiel entre sus
palabras mal dichas. Después de tanta intensidad, llegó insulsa a preguntar la
hora, ella sudaba y algo le escurría de la comisura de los labios, era la marca
de un anzuelo que exigía atención, pero se empecina en vaciarse mientras sus
viejos amores, se convertían en odios latentes e inequívocos ¡Que vivan las
tortas de mole de guajolote! (Aunque manche las sábanas) Que es tan absurdo que
solo puede interpretarse como un símbolo. Empiezo a tener miedo de ella, porque
esconde muchas cosas en su silencio, pero no puedo quejarme ¡He vivido de su
cariño! Y estoy seguro de saber imaginarla por algún tiempo más.
Miraba con naturalidad los
halagos que pasaban de unos a otros sin pena, los toques fortuitos que teníamos
y que le encajaba entre visita y visita a territorio comanche, en las que me
presumía de su marido y traficaba su permiso de ejercer pasión, mucha pasión.
Al tiempo me instaba a olvidarlo pero bien que lo traía impregnado entre las
borlas de su falda corta y las pequeñas gotas que perlaban su frente, cuando se
ponía nerviosa haciendo el amor y me recordaba que el buen querer, no se deja
convencer nunca. Hasta que te desprendes de ti mismo, de las únicas palabras
que te ensillan a ella. Siempre está ahí atrás, luminoso y radiante, listo para
explotar al menor toque, porque sabe que se puede convertir en nada en un
instante y lo único que lo une, es un poco de paciencia en la rara combinación
aportada por mi misticismo y su realidad, en la que solo importa el estar cerca
e inminentes como honrados milicianos en una batalla contratada. Y todo
perfecto hasta que le dio por cambiarme el nombre, y no por el de su marido,
sino por el del santo en la feria en la parroquia de barrio, que junto con el
azar, tocó a mí oído como albur de fiesta que se concreta en un escueto –Algún
día- En que hoy se entrena, para estar muerta en un panteón lleno de flores que
controla mi subconsciente. Caminar por la noche fantaseando con la mirada
perdida de su personaje que se transfiere de escenario, con la tranquilidad de
quien domina la puesta en escena. Y siempre está buscando recuperar todos esos
recuerdos que se pueden llegar a encontrar en la búsqueda personal de tantos
anhelos que se quedaron en el camino. Rara como su sonrisa, de saber degustar
un libro que te atrapa todo un fin de semana. Que yo celebro y ella conmemora.
(Son tres partes, 1 El enamoramiento del libro, que aunque el, para mi es un ella. 2 Una explicación de porqué lo hago y 3, Las notas de la crónica de esta lectura, apoteótica y sublime, en que mezclo la trama del libro, con mi experiencia en la leída sobre la cama, por todo el fin de semana)
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