La velocidad, es una sensación.
Yo nunca pensé que el destino me
llevara a la reja donde ahora cuestiono mis recuerdos y me peleo conmigo mismo ¿Y
qué son tantas memorias? ¡Solo ausencias presentes vertidas en su forma más
sencilla sobre un café matinal! Distancias obsequiadas de tiempo, en que mis abandonos
son parte de lo perdido. Eso es solo lo que se quedó a la mitad, ahí entre lo
cierto y lo olvidado, allá donde siento como si el silencio me colmara sin
hacer ruido y solo es el arrebato para mi deleite de café con leche. Mientras,
bebo sueños y respiro placeres de aventuras contadas en su mejor recuerdo de
pocas palabras, de tazas térmicas y tapas inútiles. Estoy en suspenso de lo que
pasó, de como las cosas se suceden y hacen de pequeñas historias todo un cuento,
que es una verdad diferente cuando estamos solos. Porque acompañados, tejemos
las historias lejanas en puntos de agujas muy gruesas. El tejido quiere ser más
cerrado y necesitamos tanta luz que no hay claridad que alcance. Quizás al
final del relato. Descubramos que todos somos algo distinto, que yacemos en otro
y que lo único que no es sencillo es tener respuestas y regresar al retruécano
de la existencia. Porque la ironía es consecuencia de la sencillez y la
tolerancia de nuestra humanidad, en que solo pagamos con la muerte mientras los
recuerdos que son como rescoldos o asientos de café en una taza vaciada que se
abandonan. Y estas, mis ausencias, son parte de lo perdido, eso que se quedó a
la mitad entre lo cierto y lo olvidado. Siempre están conmigo pero no siempre
me siento solo con ellas. Son rutinariamente aburridas y peligrosamente
irritantes.
Esto es mi terreno pero fue ayer
y ya no me acuerdo, estábamos dispares, sentados entre los dos dominios, su
cafetería de caffellatte con galleticas y mi parque, de negro con dos de azúcar,
bien cargado y frío. Con la reja que los separa en forma de taza (o, será un
corazón) y me recuerda sus formas. El viento comenzó a mover las copas de los
arboles, y las figuras sentadas en los bancos del ínterin empezaron a inquietarse,
entonces un cortejo fúnebre atravesó la calzada que nos aleja y me llama la
atención que entre los del desfile sobresale uno que canta. Una canción campirana
que seguro le recuerda al muerto. Ellos ya no pueden platicar y solo les queda
una canción para recordarse, pero el muerto contesta llevando el ritmo de la
música mientras avanza y se ve como, los que cargan la caja se alinean y acompasan
al responso mientras tararean la música y se pasan una botella disimuladamente.
¿Quién dice que una buena conversación necesita tema, y no puede ser un monologo,
disciplinado, al borde de un dedal de café exprés?
-¡Qué quieres! Solamente tengo
cariños encuadrados entre las baldosas del camino, me tienes encajonado en el
tiempo encuadrado entre las aristas del espacio. Me visto para la faena,
preparo todo y siempre resulta que se posterga en cada desmanicomialización,
cada carcelero sale de trabajar y tiene a un celador que lo encierre en las
noches, pero, quedarse de guardia en el fogón un viernes es tan pésimo que ni
café hervido es tan malo. Ni ganas de prender fuego para calentarme un té-
Siempre fue así y nunca estaba
ahí, solo está el sendero callado. Marcado por piedras inservibles me sella tus
formas con las mismas líneas que son el principio de todo, dibuja el paisaje
mientras nos encontramos con personas que queremos recordar, para entregarme a
un oficio y amarlo, dejarme llevar por el tacto que te desabotona y me lleva a
tantos vacíos tan llenos de pisadas anteriores, que se cruzan como victimas del
tiempo en que yo escojo los daños, y estas bajas son como texturas que rozan mi
cuerpo. Tu voz ordenada y serena se deja resbalar sobre la cabellera flotante,
que entre las luces de la tarde, ansiosas se apagan por recuerdos de caminatas
anteriores. Me senté y abrí el libro que tenías entre tus piernas para dejarme
llevar solo por los olores del vaso junto a mi y las texturas de tu falda
cercana, el tacto termina mandando, mientras, recorro con las yemas de los
dedos las páginas. Yo, si quiero poseer tu cuerpo, tengo que pagarlo. Entregando
el mio y aliñando el tuyo con aceites resbalosos, y si siento que algo me
persigue, es solo mi propio pasado que no se resigna a perder su soledad entre
este mujerón que eres y mis dedos siempre aquí, siempre en otra parte. Hay
quien es en si, todo un vendaval que se desvía en el último momento de la costa.
Soy el secreto, que entre la fe y
la razón se siente encerrado en su caminar, me platicaba al tiempo que
caminábamos, los dos tomados de la mano, cursis a la antigüita, ella con su tunícula
mínima y yo en vilo con mis nervios recorríamos el sendero en curva, lleno de
bordes, matices y objeciones olorosas a flores recién regadas. Este es el
camino más largo para cruzar la alameda, entre su café y esta banca donde
aparque mi alma. Entre las sombras de los árboles que escondían las palabras de
los vivos y sus raíces que se alimentan de penas de muerto que se escurren
cuando alguien las camina en solitario. Ahora ya no hay tanta gente es sus
veredas, que solo cimbran con sus pasos las raíces y espantan los pájaros y los
recuerdos míos, nulos, se convierten en vacua presencia y vana compañía que sin
vida propia, se arropa de mis penas para hacerlas suyas. Pero ella no puede
llorarlas porque son mías. Para cuando salimos de la arboleda, ya era hora de
comer, y decidió subir, llegamos a la cima y era demasiado alta, ahí me habló -Déjame
bajar- pero no había más que resbalar para llegar más rápido y ahí se veía el
tentadero, con tanta gente adentro que no se podían nombrar y opto por
señalarla una a una y por colores, llegaremos para desatar a los locos que se
habían encajonado tomando el sol, entre los laureles y los manzanos,
permanecíamos quietos, esperando las cagadas de los pájaros al pasar la
arboleda para decirme que el viaje ha terminado y llegamos a un lugar muerto en
que el destino no es muy juicioso con sus decisiones y ahora, ya nadie la
camina. Porque vivir es eso que les sucede a todos cuando ella se queda llena
de recuerdos y no sabe si el sendero, va o viene, entra o sale del santuario y
su objetivo es solo circular la frágil vida de los hombrecitos que la miman y acompañan
y claro, se niega a revelar el nombre de su amante. El que la dejó inacabada,
para que los pasos la continuaran fluyendo sin pasado ni futuro, solo un eterno
hoy en que ningún ágora aprueba enterrar al muerto mientras no hieda. O al que
sus cara aun ese húmeda y llorosa cabellera al viento que me tienta.
Eso le entendí, aunque no dijo
nada, y solo una fugaz mirada se despidió con un sarcasmo de su humor
implacable, pero… ¿Puede ser tan despiadado el humor? Se levantó, sacó un bello
revolver pavonado, me disparó entre las costillas, tomó el revolver para
guardarlo entre mis ropas y me dejó sentado en la banca en que siempre la
observe, y ambos, mirándonos como si siempre lo hubiésemos hecho, nos
despedimos de nuestros miedos. Eso si, muy respetuosos porque es bien sabido
que no se debe jugar con el miedo ya que es un arma de dos filos que en sus
vaivenes nos embrutece mientras nos toca. Tomó camino por el sendero abrazando
su bolsa y se fue a buscar unos mariachis para mi cortejo. Y hasta ahí yo, fui
yo mismo.
-Él nunca quiso que lo
cafetearan, llévenle mariachis al cortejo y ¡tóquenle boleros y pasodobles! Que
quiere terminar en un grito, bueno por conocido. Antes de irse a acostar con la
nostalgia, y que se lleven su calaca al zompantli para colgarla con las demás-
Todo regresa, pero no siempre,
dejen este muerto en paz que tanto miedo le tuvo a la iglesia y pidió que lo
enterraran entre la sombra de su torre y un naranjo. Y a su tiempo, aunque
reniegue y bien sepa que la reja que los divide, es la cerca del panteón. Déjenlo
aparearse con alguien, que no le gusta estar solo. Antes disfrutaba mi gracia y
simpatía, ahora desconfío de mi mismo con devoción.