Fue desde ese día en que llego a mi casa, se posesionó del jardín:
-Está llenó de sol- dijo el chamán.
Pero con todo y todo empezó a platicarme de su sueño, el primer tercio sería verde, el segundo lleno de rosales que apenas sostendrían sus leves capullos y al final esa enredadera esplendorosa de vides que se dejaría caer sobre su propia sombra mientras me circunscribía la paz al corsario de su querer.
-Por ver abrir una rosa, no duermo-
Y es que siempre dijo que estaba ahí.
-Y no salgo porque sé que no está muerto, solo es un difunto que anda por ahí dando vueltas y estos son los lugares en que pisa el pasto sin dejar huella y lanza suspiros sin provocar llanto-
Traté de levantarme, pero me horroricé de solo imaginarme por encima.
De toda la vida me tiró a su capricho con el sol y ahí me dejó empecinado, al sereno toda la noche y a la fiesta de todos los días, como por buena traicionando mis deseos de descansar en paz. Ahora es cuando viene a sembrar y siento como se abre la tierra y cierra la llaga, cuando ya entraron todas las visiones y el nagual de mis raíces. Y me dejaron este pasmo, que me guarda de seguir hundiendo en espera de convertirme en otra cosa. Y por eso, siempre guardando la fe que tenía en mí, con todas sus hojas, flores y yerbas; desde entonces fui parte de su patio, del cuento y distracción. ¡Que no dé su discreción al bien supremo en que no se si permanecer aquí es premio o castigo! Vamos a sentir las veredas con nuestros guardadores para dejarnos llevar, estando solos los dos en este jardín que no llega a morada. Recordando cosas que ya son y quizás no fueron, si solo estoy en el limbo chapoteando, acabándome este cansancio errante. ¿En verdad pasaron? O solo es una penumbra que envuelve todo de a pocos y como bruma nos humedece. Porque los diálogos tan largos solo suceden y se suceden en los cuentos, en las que el edén siempre es de un verde que te apapacha los sentidos y te lleva a tumbarte en el centro del oasis.
Ya aquí no me gusta, los dueños de la tierra se quedaron ahí todos tiznados, ladinos, abandonados y aún vivos. Nomás esperando para recuperar su parcela, viéndose, tocándose como en nido de lombrices, toditas bien ásperas y fragosas.
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