Un mes con Verónica
¿Y qué podía hacer ella si ya había amanecido?, si era irremediable levantarse, si sentía como el cuerpo sudado se arrastraba entre la blusa que usaba para cuidarse de los piquetes de mosco y guardarse para dormir, solo esperar.
Estaba enferma de esperar el albor pero lloró como enamorada despechada toda la noche junto a mí. Verónica se dejó caer sobre sus recuerdos antes de levantarse: -No puedo, no quiero andar por toda la península buscando amor como quien solo va- Y bajó los pies al frío piso del cuarto de la posada para sentir el desconsuelo de no saber qué hacer ni por dónde empezar, ¿Qué imaginar para escapar de esta ansia absurda? ¿O tan solo para empezar de nuevo? Pero supo que no era así y ¡Quien fuera sus labios! para guardar todo ese estremecimiento que se desprendía de sus recuerdos y saber qué musitaba. Él se había marchado con el viento a favor de hace mucho y desde entonces el hueco en la cama se hacía más frio cada noche. Pero este día, hoy, se resolvió salir a buscarlo con más codicia -En cuanto lo encuentre lo voy a empesgar con mis recuerdos hasta siempre- Bien sabía que mientras ella exista y esté aun medio dormida, será inocente. Porqué para cuando acabe de despertar, su pasado le caerá encima y esos recuerdos, serán su perdición, se desmoronarán y ya no será virgen. Y este es el modo de querer mientras recorre villas buscando, sin encontrar a alguien que ni fue, está o será.
El viaje transcurre diciéndose a sí misma que lo encontrará –No hay nada más útil que la duda- y sabe que lo busca para escrutarlo y ahí anda convirtiendo sueños en paisajes y almas en momentos que guarda en su alcuza para regar las comidas que lo recuerdan, aunque no lo conozca. Después de los sobresaltos en la cama y las ansias por las tardes para regresar a la realidad en la noche en que no se da cuenta que existe hasta que le duele estar ahí. No lo perdió, se le cayó cuando vio que su oficio era su futuro, nada más había ni podía y era inútil esperar sentada.
Abre los ojos Verónica, pasmada con otro cuerpo, mete la lengua en la vida para excitarse pero sigue siendo una forastera donde amanece, no es su casa. Pierde una hora en terminar de acomodarse y escudriñar, sabe que lo tiene pero no sabe dónde está, y al final no le importa porque ya es costumbre que el reloj marque la misma hora –Dejé eso- y era solo una libreta que servía para pasar el tiempo y abandonaba frecuentemente sobre las mesas de noche.
Se pone su perfume favorito, dilapida el “Pierde almas” en un viento que sale de la cafetería más cercana al puerto, llevándose su aroma a los barcos. Se sienta en una banca, piensa, escribe. ¿Cómo levantarse y no morir en el intento? Los cristales del cuarto que ven al puerto amanecieron tiznados. Ella permanece sentada mientras todos salen y eso lo toma como desobediencia a su ego. Decide cobrar venganza y con la pluma garabatea un nombre (que no es el mío) en la última página para tangarse ella misma, tener ahí su mote la hace una mejor persona y se queda ciega de tanto leerlo frente al sol de la bahía. Bien sabe que no puede haber la suficiente pasión en ella si no traspasa los límites mientras siente latir algo abajo y arriba, paladea su nombre. El nombre que se queda como un grano de sal en su paladar para preguntarle a los muertos que tan fácil es resucitar antiguas sombras y dejarse ver de día
-¿Cómo desenrollarse en lo paradójico y la liviandad?- Todo es negro, ahí viene la nostalgia. Nada es tan totalmente negro como encontrarse a sí misma y no saber qué hacer después. -¡Mi mismo! mucho gusto; un placer- Aquí estoy yo y me ennecio ¡Ahora qué!, una sutil sonrisa aparejada a un paso al frente para darme un frentazo con mi realidad. El siguiente día despierta de buenas y con eso basta, claro, eso y mucha pasión que no le impide hacer fortuna, que no amor. ¿Qué sería de ella? yendo sin esa emoción de entregarse a los exultes o a los pasajes de la autoestima. Está situada en la planicie que une la montaña del cielo y el valle lejano de la introversión. En el que desaparece ese camino somnoliento, sin raya en medio para cuando ya llegó y está sitiada por los recuerdos. -Tengo el discurso listo y la mano preparada para asentar mis aseveraciones; una, dos y hasta tres veces, hasta que me convenza a mí misma- Fue entonces cuando se allegó al lado del malecón por un momento para respirar, y aprovechó para quitarme el sudor con una caricia de su mano que no era para mí. El yo, el que había estado todo el tiempo junto a ella, y aprovechó dejarse llevar por la somnolencia de la tarde -¡Que calor!- Está como para inventar una línea recta de regreso a casa y después de caminar un rato voltea a su siniestra, sonríe y hace un ademán displicente con los dedos para terminar por desembarazarse de mí sombra y no guardar ninguna resaca. Sabe que es una cabrona y simplemente, no le importa.
¿Y qué podía hacer ella si ya había amanecido?, si era irremediable levantarse, si sentía como el cuerpo sudado se arrastraba entre la blusa que usaba para cuidarse de los piquetes de mosco y guardarse para dormir, solo esperar.
Estaba enferma de esperar el albor pero lloró como enamorada despechada toda la noche junto a mí. Verónica se dejó caer sobre sus recuerdos antes de levantarse: -No puedo, no quiero andar por toda la península buscando amor como quien solo va- Y bajó los pies al frío piso del cuarto de la posada para sentir el desconsuelo de no saber qué hacer ni por dónde empezar, ¿Qué imaginar para escapar de esta ansia absurda? ¿O tan solo para empezar de nuevo? Pero supo que no era así y ¡Quien fuera sus labios! para guardar todo ese estremecimiento que se desprendía de sus recuerdos y saber qué musitaba. Él se había marchado con el viento a favor de hace mucho y desde entonces el hueco en la cama se hacía más frio cada noche. Pero este día, hoy, se resolvió salir a buscarlo con más codicia -En cuanto lo encuentre lo voy a empesgar con mis recuerdos hasta siempre- Bien sabía que mientras ella exista y esté aun medio dormida, será inocente. Porqué para cuando acabe de despertar, su pasado le caerá encima y esos recuerdos, serán su perdición, se desmoronarán y ya no será virgen. Y este es el modo de querer mientras recorre villas buscando, sin encontrar a alguien que ni fue, está o será.
El viaje transcurre diciéndose a sí misma que lo encontrará –No hay nada más útil que la duda- y sabe que lo busca para escrutarlo y ahí anda convirtiendo sueños en paisajes y almas en momentos que guarda en su alcuza para regar las comidas que lo recuerdan, aunque no lo conozca. Después de los sobresaltos en la cama y las ansias por las tardes para regresar a la realidad en la noche en que no se da cuenta que existe hasta que le duele estar ahí. No lo perdió, se le cayó cuando vio que su oficio era su futuro, nada más había ni podía y era inútil esperar sentada.
Abre los ojos Verónica, pasmada con otro cuerpo, mete la lengua en la vida para excitarse pero sigue siendo una forastera donde amanece, no es su casa. Pierde una hora en terminar de acomodarse y escudriñar, sabe que lo tiene pero no sabe dónde está, y al final no le importa porque ya es costumbre que el reloj marque la misma hora –Dejé eso- y era solo una libreta que servía para pasar el tiempo y abandonaba frecuentemente sobre las mesas de noche.
Se pone su perfume favorito, dilapida el “Pierde almas” en un viento que sale de la cafetería más cercana al puerto, llevándose su aroma a los barcos. Se sienta en una banca, piensa, escribe. ¿Cómo levantarse y no morir en el intento? Los cristales del cuarto que ven al puerto amanecieron tiznados. Ella permanece sentada mientras todos salen y eso lo toma como desobediencia a su ego. Decide cobrar venganza y con la pluma garabatea un nombre (que no es el mío) en la última página para tangarse ella misma, tener ahí su mote la hace una mejor persona y se queda ciega de tanto leerlo frente al sol de la bahía. Bien sabe que no puede haber la suficiente pasión en ella si no traspasa los límites mientras siente latir algo abajo y arriba, paladea su nombre. El nombre que se queda como un grano de sal en su paladar para preguntarle a los muertos que tan fácil es resucitar antiguas sombras y dejarse ver de día
-¿Cómo desenrollarse en lo paradójico y la liviandad?- Todo es negro, ahí viene la nostalgia. Nada es tan totalmente negro como encontrarse a sí misma y no saber qué hacer después. -¡Mi mismo! mucho gusto; un placer- Aquí estoy yo y me ennecio ¡Ahora qué!, una sutil sonrisa aparejada a un paso al frente para darme un frentazo con mi realidad. El siguiente día despierta de buenas y con eso basta, claro, eso y mucha pasión que no le impide hacer fortuna, que no amor. ¿Qué sería de ella? yendo sin esa emoción de entregarse a los exultes o a los pasajes de la autoestima. Está situada en la planicie que une la montaña del cielo y el valle lejano de la introversión. En el que desaparece ese camino somnoliento, sin raya en medio para cuando ya llegó y está sitiada por los recuerdos. -Tengo el discurso listo y la mano preparada para asentar mis aseveraciones; una, dos y hasta tres veces, hasta que me convenza a mí misma- Fue entonces cuando se allegó al lado del malecón por un momento para respirar, y aprovechó para quitarme el sudor con una caricia de su mano que no era para mí. El yo, el que había estado todo el tiempo junto a ella, y aprovechó dejarse llevar por la somnolencia de la tarde -¡Que calor!- Está como para inventar una línea recta de regreso a casa y después de caminar un rato voltea a su siniestra, sonríe y hace un ademán displicente con los dedos para terminar por desembarazarse de mí sombra y no guardar ninguna resaca. Sabe que es una cabrona y simplemente, no le importa.
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