MONOLOGO
El gato, en una esquina, está al tanto de todo y se da cuenta que no es ella, es alguien que se le parece mucho, pero no es ella, sabe que a Martha le sobra locura y le falta cordura -¿Será que soy muy yo?- dice ella, pero ¿se instruirá ese día un viaje crucial con destino al pasado mezclando el ayer contra el azar mientras la brisa entra por la ventana? Y eso querrá decir que su futuro depende de lo que ya pasó y de escoger lo que le ofrezca más goce para sacar algo de provecho, todo se revuelve en un aire que no se lleva ningún viento y nomas ahí se queda, pastoso, caliente, espeso; mezclado con un tiempo que no se transcurre porque atrás hay una realidad resuelta de voces y silencios, que nunca se van a terminar en el olor del cadáver que recuerda la virguería que se siente ella misma en las gotas de sangre que siente le escurren por el ombligo de los cuentos que cuenta y no cree. Ella es la reoca a su total conocimiento y así lo deja ver cuando sale y se compra dos estampitas iguales de su santo favorito en un puesto fuera del templo, una la pone entre las hojas de su diario y la otra la clava en el tronco de un árbol, no cualquier árbol, ni el primer árbol que se le pone enfrente y eso; ese árbol es el único objeto entre ella y su cuerpo. Ella que limpia, húmeda, desarropada, sin hojas ni ese verdor que se mira en espejo. Reflejada en las gotas de llovizna en que se admira antes de sentirse nueva, enfundada en su falda de flores y la blusa verde –¡Soy una idiota que todavía se siente virgen! mientras en la noche… tengo que dormir con mascarilla de pepinos y ropa de lana-. Los dos nos quedamos viendo, retándonos y sin prendernos, ni para bien o mal en una comunicación tácita de viejos amantes. -¿Cómo será pensar en su jerga?- Se pregunta y con eso siente que resuelve algo que tenía pendiente en la pequeña huida, se va, huye e ingresa a una cafetería para pedir un té que se toma con frugalidad oriental y parsimonia británica viendo de reojo el pedazo de carne roja devorada en la mesa de junto por dos extraños. Le dan malos pensamientos, entre utópicos y aduladores se vulgarizan en su percepción del amor en qué; en vez de tener sexo discutimos sobre y encima de la gente que pasa. Nada singular, solo lo mismo en el lecho de las batallas que se heló y ya solo es un escondrijo literario e inculto, de dibujos que no dicen nada. Se inclinó ante la taza seca y vacía para servirse líquido con que matar el tiempo en la gravedad exquisita de quien paga, deposita la taza de cabeza sobre el pequeño plato y es una batalla contra el arrebato, ese coraje de dejar de ser y tener que aparentar que todo es un largo agujero envuelto en soflamas y mentiras, se levanta y deja displicente una propina exagerada. Verdad o ficción, ni cierto ni falso y regresa a la sensación de estar levantándose y no saber dónde está (así lo cree), pero quisiera estar en Madrid liando un cigarro en una banca del Prado. La cama es el mejor lugar para amarse y ¿para qué buscarle otra inercia al descanso sin méritos? La calle la hace indestructible mientras avanza hacia ningún lado y se siente eterna dentro de su intimidad incomunicable. Aún está obscuro mientras pocas personas caminan rompiendo la niebla, espesa. Se oculta en la bruma, cae y no deja ver el local en que los madrugadores piden carajillos sin azúcar y salen a caminar entre árboles inmensos que se desparraman entre la neblina y las gotas de lluvia. Después de dormir en camas minúsculas, esto es grotescamente ambiguo, porque todo es igual. Solo que ahora está sola y ya perdió la yedra que la esconde. Después de un golpe certero cuando mi cama ya no fue lo suficientemente amplia para dos y sale a respirar, siente que el aire le golpea el rostro y cierra los ojos involuntariamente, como cuando se despidió esa anoche. Es así y está de moda ser igual, aunque sea una desgracia cerrar las esclusas y no dejar ser en las mañanas, dejar pasar la toalla por su cuerpo para después llevársela a la cara y olerla. No supo decir nada, todo había terminado lleno de saudades y sabía lo que estaba pensando de mí. Sale de la cafetería sintiéndose desnuda sobre sus tacones altos y falda corta, siente que todos la observan, pasa un auto lleno de prisa frente a ella y lo envidia. Piensa en si existe una receta mágica para cambiar y marcha sin resistirse al sumidero. ¿Y, para qué se desnudó aquella vez? deje de hacer lo que no estaba haciendo y me dediqué a sentirla, me dijo todos sus secretos, se abrió como si fuéramos amantes de los de parroquia, de los que no tienen secretos, solo esa intimidad desubicada de las iglesias pequeñas con jardines amplios que antes fueron cementerios, con pecados que todos saben porque todo tiene un lugar. Y después salió con el cuento de que le faltaba algo y no le gustaba el género representativo, cuando hasta la brisa se llevaba el poco pudor que flotaba burlándose de las ventanas abiertas por las que se escapó el gato y el frío húmedo que se impregnaba en todo, ávido de viento que pasa entre nuestros olores y aplausos y los árboles. Martha, cuando le sobra locura para hacerlo y ya tiene su solicitud de permiso corriendo, mientras el tiempo se va, y no queda memoria en su retranca estilista. En la que nada que ver ni sentir después del tiempo perene que se concluye mañana precisamente a una hora que no hemos definido. ¡Vete de mí! Era la canción que se oía en la radio matinal y una sombra en la ventana pasa tocando el cristal con unos dedos desnudos que parecen despedirse mientras se resbalan entre el rocío que escurre atrás del vidrio.
El gato, en una esquina, está al tanto de todo y se da cuenta que no es ella, es alguien que se le parece mucho, pero no es ella, sabe que a Martha le sobra locura y le falta cordura -¿Será que soy muy yo?- dice ella, pero ¿se instruirá ese día un viaje crucial con destino al pasado mezclando el ayer contra el azar mientras la brisa entra por la ventana? Y eso querrá decir que su futuro depende de lo que ya pasó y de escoger lo que le ofrezca más goce para sacar algo de provecho, todo se revuelve en un aire que no se lleva ningún viento y nomas ahí se queda, pastoso, caliente, espeso; mezclado con un tiempo que no se transcurre porque atrás hay una realidad resuelta de voces y silencios, que nunca se van a terminar en el olor del cadáver que recuerda la virguería que se siente ella misma en las gotas de sangre que siente le escurren por el ombligo de los cuentos que cuenta y no cree. Ella es la reoca a su total conocimiento y así lo deja ver cuando sale y se compra dos estampitas iguales de su santo favorito en un puesto fuera del templo, una la pone entre las hojas de su diario y la otra la clava en el tronco de un árbol, no cualquier árbol, ni el primer árbol que se le pone enfrente y eso; ese árbol es el único objeto entre ella y su cuerpo. Ella que limpia, húmeda, desarropada, sin hojas ni ese verdor que se mira en espejo. Reflejada en las gotas de llovizna en que se admira antes de sentirse nueva, enfundada en su falda de flores y la blusa verde –¡Soy una idiota que todavía se siente virgen! mientras en la noche… tengo que dormir con mascarilla de pepinos y ropa de lana-. Los dos nos quedamos viendo, retándonos y sin prendernos, ni para bien o mal en una comunicación tácita de viejos amantes. -¿Cómo será pensar en su jerga?- Se pregunta y con eso siente que resuelve algo que tenía pendiente en la pequeña huida, se va, huye e ingresa a una cafetería para pedir un té que se toma con frugalidad oriental y parsimonia británica viendo de reojo el pedazo de carne roja devorada en la mesa de junto por dos extraños. Le dan malos pensamientos, entre utópicos y aduladores se vulgarizan en su percepción del amor en qué; en vez de tener sexo discutimos sobre y encima de la gente que pasa. Nada singular, solo lo mismo en el lecho de las batallas que se heló y ya solo es un escondrijo literario e inculto, de dibujos que no dicen nada. Se inclinó ante la taza seca y vacía para servirse líquido con que matar el tiempo en la gravedad exquisita de quien paga, deposita la taza de cabeza sobre el pequeño plato y es una batalla contra el arrebato, ese coraje de dejar de ser y tener que aparentar que todo es un largo agujero envuelto en soflamas y mentiras, se levanta y deja displicente una propina exagerada. Verdad o ficción, ni cierto ni falso y regresa a la sensación de estar levantándose y no saber dónde está (así lo cree), pero quisiera estar en Madrid liando un cigarro en una banca del Prado. La cama es el mejor lugar para amarse y ¿para qué buscarle otra inercia al descanso sin méritos? La calle la hace indestructible mientras avanza hacia ningún lado y se siente eterna dentro de su intimidad incomunicable. Aún está obscuro mientras pocas personas caminan rompiendo la niebla, espesa. Se oculta en la bruma, cae y no deja ver el local en que los madrugadores piden carajillos sin azúcar y salen a caminar entre árboles inmensos que se desparraman entre la neblina y las gotas de lluvia. Después de dormir en camas minúsculas, esto es grotescamente ambiguo, porque todo es igual. Solo que ahora está sola y ya perdió la yedra que la esconde. Después de un golpe certero cuando mi cama ya no fue lo suficientemente amplia para dos y sale a respirar, siente que el aire le golpea el rostro y cierra los ojos involuntariamente, como cuando se despidió esa anoche. Es así y está de moda ser igual, aunque sea una desgracia cerrar las esclusas y no dejar ser en las mañanas, dejar pasar la toalla por su cuerpo para después llevársela a la cara y olerla. No supo decir nada, todo había terminado lleno de saudades y sabía lo que estaba pensando de mí. Sale de la cafetería sintiéndose desnuda sobre sus tacones altos y falda corta, siente que todos la observan, pasa un auto lleno de prisa frente a ella y lo envidia. Piensa en si existe una receta mágica para cambiar y marcha sin resistirse al sumidero. ¿Y, para qué se desnudó aquella vez? deje de hacer lo que no estaba haciendo y me dediqué a sentirla, me dijo todos sus secretos, se abrió como si fuéramos amantes de los de parroquia, de los que no tienen secretos, solo esa intimidad desubicada de las iglesias pequeñas con jardines amplios que antes fueron cementerios, con pecados que todos saben porque todo tiene un lugar. Y después salió con el cuento de que le faltaba algo y no le gustaba el género representativo, cuando hasta la brisa se llevaba el poco pudor que flotaba burlándose de las ventanas abiertas por las que se escapó el gato y el frío húmedo que se impregnaba en todo, ávido de viento que pasa entre nuestros olores y aplausos y los árboles. Martha, cuando le sobra locura para hacerlo y ya tiene su solicitud de permiso corriendo, mientras el tiempo se va, y no queda memoria en su retranca estilista. En la que nada que ver ni sentir después del tiempo perene que se concluye mañana precisamente a una hora que no hemos definido. ¡Vete de mí! Era la canción que se oía en la radio matinal y una sombra en la ventana pasa tocando el cristal con unos dedos desnudos que parecen despedirse mientras se resbalan entre el rocío que escurre atrás del vidrio.