20100728

MONOLOGO


El gato, en una esquina, está al tanto de todo y se da cuenta que no es ella, es alguien que se le parece mucho, pero no es ella, sabe que a Martha le sobra locura y le falta cordura -¿Será que soy muy yo?- dice ella, pero ¿se instruirá ese día un viaje crucial con destino al pasado mezclando el ayer contra el azar mientras la brisa entra por la ventana? Y eso querrá decir que su futuro depende de lo que ya pasó y de escoger lo que le ofrezca más goce para sacar algo de provecho, todo se revuelve en un aire que no se lleva ningún viento y nomas ahí se queda, pastoso, caliente, espeso; mezclado con un tiempo que no se transcurre porque atrás hay una realidad resuelta de voces y silencios, que nunca se van a terminar en el olor del cadáver que recuerda la virguería que se siente ella misma en las gotas de sangre que siente le escurren por el ombligo de los cuentos que cuenta y no cree. Ella es la reoca a su total conocimiento y así lo deja ver cuando sale y se compra dos estampitas iguales de su santo favorito en un puesto fuera del templo, una la pone entre las hojas de su diario y la otra la clava en el tronco de un árbol, no cualquier árbol, ni el primer árbol que se le pone enfrente y eso; ese árbol es el único objeto entre ella y su cuerpo. Ella que limpia, húmeda, desarropada, sin hojas ni ese verdor que se mira en espejo. Reflejada en las gotas de llovizna en que se admira antes de sentirse nueva, enfundada en su falda de flores y la blusa verde –¡Soy una idiota que todavía se siente virgen! mientras en la noche… tengo que dormir con mascarilla de pepinos y ropa de lana-. Los dos nos quedamos viendo, retándonos y sin prendernos, ni para bien o mal en una comunicación tácita de viejos amantes. -¿Cómo será pensar en su jerga?- Se pregunta y con eso siente que resuelve algo que tenía pendiente en la pequeña huida, se va, huye e ingresa a una cafetería para pedir un té que se toma con frugalidad oriental y parsimonia británica viendo de reojo el pedazo de carne roja devorada en la mesa de junto por dos extraños. Le dan malos pensamientos, entre utópicos y aduladores se vulgarizan en su percepción del amor en qué; en vez de tener sexo discutimos sobre y encima de la gente que pasa. Nada singular, solo lo mismo en el lecho de las batallas que se heló y ya solo es un escondrijo literario e inculto, de dibujos que no dicen nada. Se inclinó ante la taza seca y vacía para servirse líquido con que matar el tiempo en la gravedad exquisita de quien paga, deposita la taza de cabeza sobre el pequeño plato y es una batalla contra el arrebato, ese coraje de dejar de ser y tener que aparentar que todo es un largo agujero envuelto en soflamas y mentiras, se levanta y deja displicente una propina exagerada. Verdad o ficción, ni cierto ni falso y regresa a la sensación de estar levantándose y no saber dónde está (así lo cree), pero quisiera estar en Madrid liando un cigarro en una banca del Prado. La cama es el mejor lugar para amarse y ¿para qué buscarle otra inercia al descanso sin méritos? La calle la hace indestructible mientras avanza hacia ningún lado y se siente eterna dentro de su intimidad incomunicable. Aún está obscuro mientras pocas personas caminan rompiendo la niebla, espesa. Se oculta en la bruma, cae y no deja ver el local en que los madrugadores piden carajillos sin azúcar y salen a caminar entre árboles inmensos que se desparraman entre la neblina y las gotas de lluvia. Después de dormir en camas minúsculas, esto es grotescamente ambiguo, porque todo es igual. Solo que ahora está sola y ya perdió la yedra que la esconde. Después de un golpe certero cuando mi cama ya no fue lo suficientemente amplia para dos y sale a respirar, siente que el aire le golpea el rostro y cierra los ojos involuntariamente, como cuando se despidió esa anoche. Es así y está de moda ser igual, aunque sea una desgracia cerrar las esclusas y no dejar ser en las mañanas, dejar pasar la toalla por su cuerpo para después llevársela a la cara y olerla. No supo decir nada, todo había terminado lleno de saudades y sabía lo que estaba pensando de mí. Sale de la cafetería sintiéndose desnuda sobre sus tacones altos y falda corta, siente que todos la observan, pasa un auto lleno de prisa frente a ella y lo envidia. Piensa en si existe una receta mágica para cambiar y marcha sin resistirse al sumidero. ¿Y, para qué se desnudó aquella vez? deje de hacer lo que no estaba haciendo y me dediqué a sentirla, me dijo todos sus secretos, se abrió como si fuéramos amantes de los de parroquia, de los que no tienen secretos, solo esa intimidad desubicada de las iglesias pequeñas con jardines amplios que antes fueron cementerios, con pecados que todos saben porque todo tiene un lugar. Y después salió con el cuento de que le faltaba algo y no le gustaba el género representativo, cuando hasta la brisa se llevaba el poco pudor que flotaba burlándose de las ventanas abiertas por las que se escapó el gato y el frío húmedo que se impregnaba en todo, ávido de viento que pasa entre nuestros olores y aplausos y los árboles. Martha, cuando le sobra locura para hacerlo y ya tiene su solicitud de permiso corriendo, mientras el tiempo se va, y no queda memoria en su retranca estilista. En la que nada que ver ni sentir después del tiempo perene que se concluye mañana precisamente a una hora que no hemos definido. ¡Vete de mí! Era la canción que se oía en la radio matinal y una sombra en la ventana pasa tocando el cristal con unos dedos desnudos que parecen despedirse mientras se resbalan entre el rocío que escurre atrás del vidrio.

20100712

Un mes con Verónica

¿Y qué podía hacer ella si ya había amanecido?, si era irremediable levantarse, si sentía como el cuerpo sudado se arrastraba entre la blusa que usaba para cuidarse de los piquetes de mosco y guardarse para dormir, solo esperar.
Estaba enferma de esperar el albor pero lloró como enamorada despechada toda la noche junto a mí. Verónica se dejó caer sobre sus recuerdos antes de levantarse: -No puedo, no quiero andar por toda la península buscando amor como quien solo va- Y bajó los pies al frío piso del cuarto de la posada para sentir el desconsuelo de no saber qué hacer ni por dónde empezar, ¿Qué imaginar para escapar de esta ansia absurda? ¿O tan solo para empezar de nuevo? Pero supo que no era así y ¡Quien fuera sus labios! para guardar todo ese estremecimiento que se desprendía de sus recuerdos y saber qué musitaba. Él se había marchado con el viento a favor de hace mucho y desde entonces el hueco en la cama se hacía más frio cada noche. Pero este día, hoy, se resolvió salir a buscarlo con más codicia -En cuanto lo encuentre lo voy a empesgar con mis recuerdos hasta siempre- Bien sabía que mientras ella exista y esté aun medio dormida, será inocente. Porqué para cuando acabe de despertar, su pasado le caerá encima y esos recuerdos, serán su perdición, se desmoronarán y ya no será virgen. Y este es el modo de querer mientras recorre villas buscando, sin encontrar a alguien que ni fue, está o será.
El viaje transcurre diciéndose a sí misma que lo encontrará –No hay nada más útil que la duda- y sabe que lo busca para escrutarlo y ahí anda convirtiendo sueños en paisajes y almas en momentos que guarda en su alcuza para regar las comidas que lo recuerdan, aunque no lo conozca. Después de los sobresaltos en la cama y las ansias por las tardes para regresar a la realidad en la noche en que no se da cuenta que existe hasta que le duele estar ahí. No lo perdió, se le cayó cuando vio que su oficio era su futuro, nada más había ni podía y era inútil esperar sentada.
Abre los ojos Verónica, pasmada con otro cuerpo, mete la lengua en la vida para excitarse pero sigue siendo una forastera donde amanece, no es su casa. Pierde una hora en terminar de acomodarse y escudriñar, sabe que lo tiene pero no sabe dónde está, y al final no le importa porque ya es costumbre que el reloj marque la misma hora –Dejé eso- y era solo una libreta que servía para pasar el tiempo y abandonaba frecuentemente sobre las mesas de noche.
Se pone su perfume favorito, dilapida el “Pierde almas” en un viento que sale de la cafetería más cercana al puerto, llevándose su aroma a los barcos. Se sienta en una banca, piensa, escribe. ¿Cómo levantarse y no morir en el intento? Los cristales del cuarto que ven al puerto amanecieron tiznados. Ella permanece sentada mientras todos salen y eso lo toma como desobediencia a su ego. Decide cobrar venganza y con la pluma garabatea un nombre (que no es el mío) en la última página para tangarse ella misma, tener ahí su mote la hace una mejor persona y se queda ciega de tanto leerlo frente al sol de la bahía. Bien sabe que no puede haber la suficiente pasión en ella si no traspasa los límites mientras siente latir algo abajo y arriba, paladea su nombre. El nombre que se queda como un grano de sal en su paladar para preguntarle a los muertos que tan fácil es resucitar antiguas sombras y dejarse ver de día
-¿Cómo desenrollarse en lo paradójico y la liviandad?- Todo es negro, ahí viene la nostalgia. Nada es tan totalmente negro como encontrarse a sí misma y no saber qué hacer después. -¡Mi mismo! mucho gusto; un placer- Aquí estoy yo y me ennecio ¡Ahora qué!, una sutil sonrisa aparejada a un paso al frente para darme un frentazo con mi realidad. El siguiente día despierta de buenas y con eso basta, claro, eso y mucha pasión que no le impide hacer fortuna, que no amor. ¿Qué sería de ella? yendo sin esa emoción de entregarse a los exultes o a los pasajes de la autoestima. Está situada en la planicie que une la montaña del cielo y el valle lejano de la introversión. En el que desaparece ese camino somnoliento, sin raya en medio para cuando ya llegó y está sitiada por los recuerdos. -Tengo el discurso listo y la mano preparada para asentar mis aseveraciones; una, dos y hasta tres veces, hasta que me convenza a mí misma- Fue entonces cuando se allegó al lado del malecón por un momento para respirar, y aprovechó para quitarme el sudor con una caricia de su mano que no era para mí. El yo, el que había estado todo el tiempo junto a ella, y aprovechó dejarse llevar por la somnolencia de la tarde -¡Que calor!- Está como para inventar una línea recta de regreso a casa y después de caminar un rato voltea a su siniestra, sonríe y hace un ademán displicente con los dedos para terminar por desembarazarse de mí sombra y no guardar ninguna resaca. Sabe que es una cabrona y simplemente, no le importa.

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