Todos somos iguales
Muchos dicen por ahí que cuento mentiras, que son puras invenciones y que nada fue cierto en Tlanapa. Pero lo que pasa es que no lo vivieron, yo lo tengo aquí, bien en la memoria nomás para acordarme de vez en cuando de cómo pasaban las cosas.
Siempre han estado ahí los laureles, eran el viejo camino de la hacienda, son una hilera junto a las casas comunales, todas muy parecidas y una detrás de otra en la vera del camino con su árbol enfrente y los perros asoleándose. El comisariado las hizo de una en una y esa fue toda la distinción que tuvo con los ejidatarios porque mal decían que –Todos somos iguales-, la suerte fue la que dijo quien sería el primer dueño de casa y más cercano al rio, y claro… la suerte fue del comisario y la fatalidad de los demás.
¿Y qué creían?, que iba a ser fácil vivir todos juntos con tantas envidias, ¡pues no! Los machitos siempre piensan que las balas no les van a entrar y ahí se quedan de pechito porque no hay otra cosa que hacer en las noches más que perder el tiempo en la cantina buscando bronca. Ya para después se los encuentran en la barranca bien tiesos y no tiene que pasar mucho tiempo para que ni los extrañen. Llegan sin que nadie los invite y se quedan esperando que les cantes la bronca, bien se ve que no hay otra cosa que hacer más que dejarse llevar a la pendencia. Están despiertos pero parece que ni hablan, solo se quedan viendo a ver quien dice yo y se empiezan a rajar la madre por pendejadas que ni siquiera son suyas o les atañen ¿y todo para qué?, solo para que se los lleven arrastrando en la cobija a tirarlos al barranco, eso sí, todos igualitos de pendejos. ¡Y qué! Al fin el comisariado ni a los federales le hablaba –Todo se queda aquí- dicen con su voz de sabelotodo y ahí murió, es parte de lo del diario.
Ese pinche flaquito… ni supo con quien se metía, con su puñalito en la mano, para terminar agujereado por la cuarenta y cinco. Fue atrasito del jagüey ese invierno del cincuenta y tantos, llegaron de a cinco y sintiéndose muy machitos pero solo él se encontró con mis ojos ¿Y para qué? Tanto pedo armó con lo de su vieja solo para que ni siquiera me pelara cuando ya era sola. Porque bien sabía que era mía su viudez y ya todos somos lo mismo, ahora anda de güila y ni para lastimas porque no hubo jale en el pueblo y ni quien se la trepara. Ahora ya ni para remedio quedó la vieja.
¿Y el comisariado?... ¡Se lo acabó la conspiración y la mala cosecha! Claro, ayudo la bronca con los de junto, no nos íbamos a dejar mangonear por los del Resurrección y al final les ganamos las tierras de abajo. Ahora si en verdad todo es de todos, aunque ya para qué, si la directiva nos dejo bien ensartados a todos con puras promesas y las casas con sus laureles… pues ni el banco las quiso. Ahora ya ni para el sepulturero alcanza y lo único que tenemos es el cuerpo para la tierra; que le vamos a hacer para quitarnos lo pendejo. Y yo con la bronca de que me quieren cargar el muertito después de tantos años, claro, hete aquí que ahora ya valen los magueyes para lo del tequila y todos quieren las tierras.
Muchos dicen por ahí que cuento mentiras, que son puras invenciones y que nada fue cierto en Tlanapa. Pero lo que pasa es que no lo vivieron, yo lo tengo aquí, bien en la memoria nomás para acordarme de vez en cuando de cómo pasaban las cosas.
Siempre han estado ahí los laureles, eran el viejo camino de la hacienda, son una hilera junto a las casas comunales, todas muy parecidas y una detrás de otra en la vera del camino con su árbol enfrente y los perros asoleándose. El comisariado las hizo de una en una y esa fue toda la distinción que tuvo con los ejidatarios porque mal decían que –Todos somos iguales-, la suerte fue la que dijo quien sería el primer dueño de casa y más cercano al rio, y claro… la suerte fue del comisario y la fatalidad de los demás.
¿Y qué creían?, que iba a ser fácil vivir todos juntos con tantas envidias, ¡pues no! Los machitos siempre piensan que las balas no les van a entrar y ahí se quedan de pechito porque no hay otra cosa que hacer en las noches más que perder el tiempo en la cantina buscando bronca. Ya para después se los encuentran en la barranca bien tiesos y no tiene que pasar mucho tiempo para que ni los extrañen. Llegan sin que nadie los invite y se quedan esperando que les cantes la bronca, bien se ve que no hay otra cosa que hacer más que dejarse llevar a la pendencia. Están despiertos pero parece que ni hablan, solo se quedan viendo a ver quien dice yo y se empiezan a rajar la madre por pendejadas que ni siquiera son suyas o les atañen ¿y todo para qué?, solo para que se los lleven arrastrando en la cobija a tirarlos al barranco, eso sí, todos igualitos de pendejos. ¡Y qué! Al fin el comisariado ni a los federales le hablaba –Todo se queda aquí- dicen con su voz de sabelotodo y ahí murió, es parte de lo del diario.
Ese pinche flaquito… ni supo con quien se metía, con su puñalito en la mano, para terminar agujereado por la cuarenta y cinco. Fue atrasito del jagüey ese invierno del cincuenta y tantos, llegaron de a cinco y sintiéndose muy machitos pero solo él se encontró con mis ojos ¿Y para qué? Tanto pedo armó con lo de su vieja solo para que ni siquiera me pelara cuando ya era sola. Porque bien sabía que era mía su viudez y ya todos somos lo mismo, ahora anda de güila y ni para lastimas porque no hubo jale en el pueblo y ni quien se la trepara. Ahora ya ni para remedio quedó la vieja.
¿Y el comisariado?... ¡Se lo acabó la conspiración y la mala cosecha! Claro, ayudo la bronca con los de junto, no nos íbamos a dejar mangonear por los del Resurrección y al final les ganamos las tierras de abajo. Ahora si en verdad todo es de todos, aunque ya para qué, si la directiva nos dejo bien ensartados a todos con puras promesas y las casas con sus laureles… pues ni el banco las quiso. Ahora ya ni para el sepulturero alcanza y lo único que tenemos es el cuerpo para la tierra; que le vamos a hacer para quitarnos lo pendejo. Y yo con la bronca de que me quieren cargar el muertito después de tantos años, claro, hete aquí que ahora ya valen los magueyes para lo del tequila y todos quieren las tierras.
2 comentarios:
por eso es mejor la restricción en la posesión de armas, porque se les trepa muy seguido el pendejismo...
Ah que mi general con sus güilas. Eres grande Manuel!.
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