Adiós
Ese día le fue difícil despertar, siempre es pesado regresar a la realidad después de tanto toqueteo y acostada; tan callada, modosita. Bajó los pies despacio para no molestarme porque aunque bien sabía que estaba despierto no estaba segura de que quería hacer. Amaneció en ese, su mundo, en donde las golosinas y los hojaldres duermen junto a las ganas de enflacar y hurgar en la alacena, se jaló un mechón de pelo y lo dejó caer graciosamente entre su cuello, sabe que tiene derecho a hacerme miserable porque solo soy parte de un cuento que narra su endogamia:
-Diles que no es cierto-
Todo empieza en algún momento entre ayer y hoy, aquí fue cuando descubre qué llorar es bueno y me obliga; dejarse llevar por el destino es permitido ¿Qué: acaso los hombres tienen que ser las mujeres de hoy? Y se puede sentir bonito de que te quieran o te regañen cuando no sabes la causa y sabiendo que el sexo despertó de nuevo y planea, ahora si espero, quedarse por buen rato. Pero eran las ocho de la mañana y aunque aun había algo de tranquilidad, ya permitía esconderse y disimularse entre la gente, siempre es lo mismo y ahora no es diferente.
-Si quieres, podemos tratar de nuevo-
La bese porque así lo pedía y se quedó quieta, quieta. Porque siempre habla del pasado y ya ni se acuerda de sus sueños, al fin siempre se da una última oportunidad para decirme lo que nunca me ha dicho porque al final nunca creyó en el amor hasta que se vio enamorada y sintió que se acababa el tiempo para compartir esos orgasmos sintiendo sus piernas temblar y deshacerse con ese dolor tan dulce. Tan efímeros y perdurables a la vez.
Se puso a ruñirme a besos y lengüetazos en que cada huequito se hizo un agujero por el que me desbordaba hacia fuera, como si fueran caricias de última vez que me comían vivo. Luego, el paso a la tarde, el peso de ese calor insoportable que a pocos se convierte en cuerpos sudados y con sabor salado. Y con la última hora se llenan los relojes de prisa.
Esperar, como quien aguarda algo y no sabe que es ni cuando vendrá, sin tener conciencia ni edad para tenerla. Sentir eso me hace sentir un apestado, tanto como descubrir un plisado nuevo en su ojo o deleitarme con ella, escondido entre trapos y oliendo moho. Pasando dos veces sobre su cuerpo y quedándome para una última debajo de él, solamente para sentir su calor completo y quedarme una última vez pegado a su cuerpo. Y yo aterrorizado por su volumen y cautivado en su sonrisa. Ella es rara, todos pueden soportar algunas cosas pero es imposible ser tan yo, tan una isla que no tiene salida al mar; de formas injustas y sonidos suaves. ¡Y aquí me tiene esperando! mientras llega cada noche a poseerme sin dejar huella mientras yo muero de susto, aguardando que aparezca una y otra vez atrás de su máscara. Pero claro, los amores mueren despacito cuando están clavados dentro.
Porque al final no hay dos posturas tan irremediablemente ambiguas que no impliquen una unión que envejece sin piedad y en una sola noche. No tiene asunto que tratar y solo le queda el gozo de deambular con su alma vagabunda y dulce, en la noche y hacia ningún lado. Y él, el único pecador (que soy yo) era tan pequeño que no le quedaba la menor duda.
-Despedirnos es como llorar bonito y decir adiós-
-Qué bueno que esté obscuro, así, como sea; no nos verán juntos-
Y yo, ahí me quedo, cargando mi angustia.
Ese día le fue difícil despertar, siempre es pesado regresar a la realidad después de tanto toqueteo y acostada; tan callada, modosita. Bajó los pies despacio para no molestarme porque aunque bien sabía que estaba despierto no estaba segura de que quería hacer. Amaneció en ese, su mundo, en donde las golosinas y los hojaldres duermen junto a las ganas de enflacar y hurgar en la alacena, se jaló un mechón de pelo y lo dejó caer graciosamente entre su cuello, sabe que tiene derecho a hacerme miserable porque solo soy parte de un cuento que narra su endogamia:
-Diles que no es cierto-
Todo empieza en algún momento entre ayer y hoy, aquí fue cuando descubre qué llorar es bueno y me obliga; dejarse llevar por el destino es permitido ¿Qué: acaso los hombres tienen que ser las mujeres de hoy? Y se puede sentir bonito de que te quieran o te regañen cuando no sabes la causa y sabiendo que el sexo despertó de nuevo y planea, ahora si espero, quedarse por buen rato. Pero eran las ocho de la mañana y aunque aun había algo de tranquilidad, ya permitía esconderse y disimularse entre la gente, siempre es lo mismo y ahora no es diferente.
-Si quieres, podemos tratar de nuevo-
La bese porque así lo pedía y se quedó quieta, quieta. Porque siempre habla del pasado y ya ni se acuerda de sus sueños, al fin siempre se da una última oportunidad para decirme lo que nunca me ha dicho porque al final nunca creyó en el amor hasta que se vio enamorada y sintió que se acababa el tiempo para compartir esos orgasmos sintiendo sus piernas temblar y deshacerse con ese dolor tan dulce. Tan efímeros y perdurables a la vez.
Se puso a ruñirme a besos y lengüetazos en que cada huequito se hizo un agujero por el que me desbordaba hacia fuera, como si fueran caricias de última vez que me comían vivo. Luego, el paso a la tarde, el peso de ese calor insoportable que a pocos se convierte en cuerpos sudados y con sabor salado. Y con la última hora se llenan los relojes de prisa.
Esperar, como quien aguarda algo y no sabe que es ni cuando vendrá, sin tener conciencia ni edad para tenerla. Sentir eso me hace sentir un apestado, tanto como descubrir un plisado nuevo en su ojo o deleitarme con ella, escondido entre trapos y oliendo moho. Pasando dos veces sobre su cuerpo y quedándome para una última debajo de él, solamente para sentir su calor completo y quedarme una última vez pegado a su cuerpo. Y yo aterrorizado por su volumen y cautivado en su sonrisa. Ella es rara, todos pueden soportar algunas cosas pero es imposible ser tan yo, tan una isla que no tiene salida al mar; de formas injustas y sonidos suaves. ¡Y aquí me tiene esperando! mientras llega cada noche a poseerme sin dejar huella mientras yo muero de susto, aguardando que aparezca una y otra vez atrás de su máscara. Pero claro, los amores mueren despacito cuando están clavados dentro.
Porque al final no hay dos posturas tan irremediablemente ambiguas que no impliquen una unión que envejece sin piedad y en una sola noche. No tiene asunto que tratar y solo le queda el gozo de deambular con su alma vagabunda y dulce, en la noche y hacia ningún lado. Y él, el único pecador (que soy yo) era tan pequeño que no le quedaba la menor duda.
-Despedirnos es como llorar bonito y decir adiós-
-Qué bueno que esté obscuro, así, como sea; no nos verán juntos-
Y yo, ahí me quedo, cargando mi angustia.
5 comentarios:
una isla que no tiene salida al mar Eso es realmente bello.
ejem...no estás hablando de la Isla Bermeja ¿verdad?
al nacer ya envejece toda relación? va camino a la degradación y el olvido? es como un jet que al final se va de pique?
Que complejo es el proceso de amar, si ya de por sí es complejo poner a dos personas en común a comunicarse, ahora pedirles que se amen.
Felicidades por tu blog, es realmente cautivador. Gracias por tu comentario.
Me ha gustado muchísimo este texto.
Los amores clavados dentro se mueren despacito.
Me parece que es muy cierto,y aunque no lo fuera, es una forma de dar belleza a esos tratos amorosos que luego quedan en nada.
Gracias por tu visita , volveré.
Besos.
Yo, me asomo aquí para encontrarme
con este texto maravilloso.
Qué manera de emplear las palabras
para llevarnos con ellas hacia
esta relación, dulce y extraña,
que se acaba.
Un saludo cordial desde acá, de
este lado del Caribe, de alguien
que conoce tu tierra, y le
tiene un cariño entrañable.
BB
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