Su verdadera profesión era la de prestidigitadora en la velada biografía que puso en mis manos, serían apenas unas cincuenta cuartillas que no tenían siquiera un orden cronológico, desaparecer cosas y tenerlas a su disposición después era su magia. No era el mejor día para Antonia cuando no encontraba algo y se sumergía entre nubes de humo a buscar en su mente el subterfugio donde esconderse, y cuando estaba más sola que nunca encontró algo entupidamente simple para dejarse caer en esa manía, su forma de vestir y de maquillarse tan estupenda como enigmática, de que volteaban, pues volteaban a verla.
Tener público no era lo mejor para tener que quedarse sola cuando no queda más remedio que acercarse a la censura, mientras el silencio que nos gustaba se estaba acabando entre el sentimiento de culpa, el gusto por estar los dos experimentando con caricias ajenas a nuestro cuerpo.
Y las mentiras, esas mentiras que nos forjábamos ambos a fuerza de ese sexo que iba de tibio a caliente y aún más, mientras, ese pequeño temblor me hacia voltear hacia abajo para encontrar sus manos entre mis piernas. Y así, quedaron prohibidas las amenazas y los cortejos que no tuvieran un fin ostensiblemente anecdótico, aunque solo fuese la mejor parte la que me contó en esos papeles sin orden, y eso… antes de que el jurado popular decidiera que merecía ser apedreada por cinco minutos y mala narradora, pero; con su máscara de carnaval bien puesta para protegerle el rostro. En fin siempre merecía mejor suerte antes de encontrarse conmigo entre la noche y el día cuando al final, con uno fue suficiente para mí, es como meterte abajo de las cobijas; más de dos se estorban... bueno, eso creo yo, que a final de cuentas, pues ni cuento… ni se contar.
Tener público no era lo mejor para tener que quedarse sola cuando no queda más remedio que acercarse a la censura, mientras el silencio que nos gustaba se estaba acabando entre el sentimiento de culpa, el gusto por estar los dos experimentando con caricias ajenas a nuestro cuerpo.
Y las mentiras, esas mentiras que nos forjábamos ambos a fuerza de ese sexo que iba de tibio a caliente y aún más, mientras, ese pequeño temblor me hacia voltear hacia abajo para encontrar sus manos entre mis piernas. Y así, quedaron prohibidas las amenazas y los cortejos que no tuvieran un fin ostensiblemente anecdótico, aunque solo fuese la mejor parte la que me contó en esos papeles sin orden, y eso… antes de que el jurado popular decidiera que merecía ser apedreada por cinco minutos y mala narradora, pero; con su máscara de carnaval bien puesta para protegerle el rostro. En fin siempre merecía mejor suerte antes de encontrarse conmigo entre la noche y el día cuando al final, con uno fue suficiente para mí, es como meterte abajo de las cobijas; más de dos se estorban... bueno, eso creo yo, que a final de cuentas, pues ni cuento… ni se contar.
3 comentarios:
Las mujeres dictan nuestra historia.
Saludos.
Ojala simepre bastara con una vez, quedar llena , plena, no importara como pagarlo. Saludos Sr. Manuel.
había un escritor que puso un bote de basura en la puerta de su casa con un letrero que decía "Deposite aquí el texto que quiera que yo revise".
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