Me conformaría con estar ahí,
pero allá, ya no hay lugares extraños, solo adoloridos y ahorita estaría buscando
un abrazo o algo que me anime, sería la hora que nadie recuerda, quizás el
amanecer que se copia en memorias. Quien aquí se queda es el único raro
mientras anda por ahí soñando cuentos sobre una tierra que ni siquiera tiene
sombras, caminando entre tanto vivo que nomás se la pasa fregando, y ni
siquiera te dan tema para noticias. A veces pienso que más que lugares extraños
necesito pesadillas nuevas y procuro cenar cosas diferentes, te emocionas y eso
te cuesta recordar cosas que ya creías haber olvidado. Fantaseas con aventuras
nuevas y tienes la mala leche de hacerlas realidad, no siempre por recientes
son más interesantes o atractivas. Sueñes donde sueñes siempre hueles la
venganza de tu pasado, dejando huellas que no lo son, te entierras sin avanzar.
No la pasamos en el cuidado de no
ofender a nadie y en la angustia de ser parte de la nube, sin salir a
refrescarnos, por miedo, puro miedo y tanta ansiedad te agota de tan tranquilo,
para cuando vemos, ya sabemos que pasó en el camino mientras andamos en los
derrumbes que se hunden sobre nuestra ermita. Un día desaparecemos en una de
esas peregrinaciones y nomás no se sabe nada, pasan como cuervos volando bajo y
acompañándose de su sombra en el piso. Oyes el miedo pasar mientras te agarran
sus sombras y sientes que ya ni sirves, corres duro y te aferra la lluvia a la
tormenta, entonces entiendes para que volaban bajo, sentían la tormenta llegar
mientras se esconde la luna de poco para ensombrecer todo.
Somos duros para entender,
llevamos los fríos dentro cuando sabemos quien fue, y esperamos que se alarguen
las sombras con los primeros rayitos de sol en los confines del tiempo. Nos
agarrotamos esperando que el calor nos asga para hacernos al lado del sol, la
mirada se pierde esperando poder descansar bonito y agarrar la faena con
enjundia y escuchamos ruidos que salen de muros sin techo que ya ni nos cubren,
ahí hubo vivos y solo quedan sombras que se esconden en las grietas y las
madrigueras de los nahuales. Sombras que ni siquiera mueven el viento de tan
viejas y perdidas, huyen todos los días abandonadas en el vuelo de los
pajaritos que pepenan los últimos pedacitos de sus huesos que ya no huelen a nada.
Ya hasta los matorrales que alimentaron se están vencidos de agujeros.
Retumba ese silencio irreal como
mito del desierto que es lo único que queda del desgaste de la muerte feroz que
abona el desierto, un quejido de cabra que ya no regresó nunca cuando se fue a
parir al monte. Retumba crudo, desmenuzado por el frío de la tierra que se
agarran al filo de lo que queda de las ruinas, del adobe comido de lluvias una
vez de ves en ves cada año se llena de truenos y retiembles. Arranca recuerdos
feroces que no se han podido escapar del rumor que sale del hueco mientras
avanza con el día, cuando el terregal se vuelve gris de tan apretada la tierra,
imaginando terrones magros de tequesquite que ya perdieron todo. Se vuelven rezos
de surcos en el pedregal abandonado a fuerza de estar sin lluvia entre el sol
desbocado, de colores muertos de tanto tiempo crudo de esperar. ¿No sientes las
lombrices culebrear? Ahí nomás se arrastran escondiéndose de los perros que las
escarban, queriéndoselas comer a lengüetazos para arrancarles la ultima humedad
que queda bajo los nopales, esperando el mal día en que se seque sin retoños y
se quede dormido parado, para ya no conformarse con despertar en el fastidio de
desear algo que ya está rete hecho.
Parece que se encapota el cielo,
al ver para delante, me checo dejando el rastro de alguien que pasa pero la llovizna
ni siquiera mojo, y por ratos pienso en un muerto que no deja verdad cuando
sale a pasear al yermo, guiado por el viento se escamotea en mis cuentos,
escucho mis gemidos como responsos secos. Rezo padentro y pienso como los
quejidos me redimen en una congoja perpetua que se repite eterna, solo es mi
voz sin cuerpo que ya se fue, ya no es mía.