Día de muertos
“Cólico miserere” le decían sus comadres, se atasco con ganas de la comedera al preparar la ofrenda pa sus muertitos,
dieron las tres de la tarde y el dolor
se hizo insoportable en el cuartucho, abrió la ventana y se quedó viendo el sol
para encontrar alivio en la luz, ya sin fuerzas. Pero fregada como estaba, aún tuvo resuello para
llamar a un propio y me mandó traer, -Échame al Manuel paca, que lo quero ver-.
Para cuando llegué ya el sol
estaba bien fuerte y había que buscar la sombra en la acera de enfrente,
correrle para huirle a la calor que se nos mete en noviembre, quien sabe de allá
adonde, estaba atrás de la casa, donde hay una arboleda con un sendero que
lleva a otra parte del pueblo, esa de ese tropel que no habla, que sale a
trabajar temprano con un café aguado y un trago de mezcal entre pecho y espalda. Para regresa a dormir con cara de hastío y siempre está
borracha los domingos.
Pero al fin amansé esa frontera y
aprendí a cruzarla sin miedo, los problemas eran ya como troncos que te
acostumbras a brincar o barrancas que ya les hallaste el sendero para irvenir.
No es accidental que me guste ese camino, y cada vez que lo recorro es con más
tentación, un poco más emocionante, y solo un par de veces la vi. Era casual,
puramente casual, ahora sé que ni siquiera era real, qué se yo. Me distraje
todo el camino porque como que andando no quería llegar, ya me presentía que no
era de Dios tanta desidia por llegar era como intuir que de regreso llovería de
tanta la calor. Entonces no sabíamos hacer esto, bebíamos como quien tiene sed
y fumábamos por echar humo y ver los engreimientos subir. El perro que me
seguía desde el rancho ya mejor se echaba en la sombra y como que dudaba si
seguía o se regresaba, claro, él no se daba ánimos con el pulque de la garrafa
y, pos él no había comido en todo el día y yo, como quiera con que beber y un
par de tunas ahí la llevaba, más el pan de muerto que merqué el sábado, pero él,
así nació de pobre.
Han pasado muchas cosas, lo
entiendo y no hay remedio con el tiempo perdido, y ya hoy solo el sudor que me
escurre me alcanza a refrescar un poco. Más yo no me tengo por una mala
persona, es más soy mejor que muchos, manque para cargar culpas soy el bueno,
pa eso si soy chingón. Claro que tenía la esperanza de una sombra cuando
llegara al pueblo, pero para llegar necesitamos caminar, le dije como si me
escuchara, pero no me hizo caso y se quedó en la sombra de un pirul como
esperando que pasara la calor. Ya no supe si era nagual o perro porque ni sombra hacía. Me gusta ese
olfato que te lleva de la mano a la memoria (¿o será nomas el saborcito a sal
que te queda en la lengua?), te llenas los pulmones tratando de acabarlo, se
impone a la apertura de frutas hinchadas a pasión y con todo lo que esperaba de
la vida a la mano en una tarde de sol con vista al monte.
Pa cuando me le
arrimé, nomás me contenté con acercarme a su pelo, seguro de que no me
sospechaba atrás, quería estar cerca de ella, sentirla, olerla, probarla. Pero
no, lo deje toda ahí, ahí se quedó su ropa recién planchada, la ofrenda puesta y el mole acedo. Le puse lo que sobraba del pan de muertos en la ofrenda.
Sus ojos llorosos
de mañana y sus manos escurridizas de las tardes, María era una buena persona,
paqué digo que no, pero cuando se ponía necia no había quien la aguantara y se
entendió con el mole de la ofrenda con mucha enjundia. Yo seguro podía pasarla
solo pero mejor la buscaba de cuando en cuando, solo para quererla, aunque no
se dejara apalabrar, pos bien que le gustaba. Su casa se yergue a las afueras del pueblo
y como que no se nota, entro, los árboles y la barda de adobe con la tierra
dura y escarpada que se cuartea en secas y hay que sufrirla en lluvias. Y no me
quejo, nomás sufro la hechura de su cuerpo como una muesca en mi tiempo, mucho
tiempo deambule hasta que me convencí que estaba muerta. Y el problema no es
morirse, es el olvido.