Fin de año en el caserío
Y yo que no salgo, pues ya me vale lo que sea; pero para mí son carnes que han de ser mías cuando se desparpajen en los callejones que nadie visita, por ese miedo a encontrarse con esas caras alargadas y medrosas de frente y sin deberla. Por algo será que el cura, antes de tapiar la iglesia e irse, los exorcizó y maldijo a todos. Pero este maldito Pancho, nomás los anda invocando para ver que se encuentra entre los abandonos. Y tú qué piensas que la debilidad te hace caer en la impulso a hacer algo, y los malos modos te empujan a las tentaciones. Para aprender a sentirte culpable y seleccionar cuidadosamente la porquería. Pero ¿Qué se puede escoger de lo que ya no sirve? Mientras, los humos recorren tiznando las calles e impregnan de olor a hoja de tabaco el pueblo y, yo sospecho que los muertos fuman y se acompañan con su olor a podrido y viejo entre chupada y chupada.
Eso lo aprendí mientras huía de esta mitad del pueblo abandonada, en la otra parte… ya casi no se refugió nadie, solamente una que otra viuda desamparada que no tenía donde guarnecerse, ni para donde jalar. Pero para nada que las luces que usted vio sobre la alameda eran el reflejo de la luna en el humo que salía sobre las chozas que hicieron los huidos en el monte de junto, los que ya no están. Dicen que ese humo es diferente porque el Pancho quema cosas raras en las noches para asustar a los nahuales o a veces yo creo que para llamarlos porque está bien raro como amanece así entre tanta niebla y pues hay que ver las pisadas en las calles, son huellas de animales que ya ni se hallan y aunque todas las puertas se quedaron abiertas cuando huyó la gente, no entran.
Y qué, cuando me lo contaban los parceleros que venían hasta la casa a tomar agua cuando no había que hacer en las líneas de maíz y arreciaba el sol, eran como esos secretos que se convertían en relatos y acababan en cuentos de valentía o miedo. Ahí nomás lo veían llegar sin hacer ruido y caminando sobre sus mismas huellas siempre al mismo lugar, callados y sin dejarse ver más de lo necesario. Al fin es el señor de la mala suerte y lo buscan por sus conjuros que no por sus friegas y limpias mientras lleva su gallo negro al el sobaco como dándole un calorcito y que si tiene suerte, le durara un par de horas en lo que llega su hora del trajín, sin ese miedo que se hace caldo al medio día. Eso sí, bien dicen que sabe matar gatos de siete maneras diferentes.
Yo, queriendo decirlo, lo digo. No como él, que habla y habla y cuando ya no le conviene solamente deja de usar las palabras mientras a puros gemidos se da a entender. “Fue la voluntad de Dios” y era suficiente para explicarlo. Que me lo llevara al panteón aunque trancara la puerta y se negara, era como ponerse una máscara y ser otro sin pedir nada extra “¡Pues lo que haiga mi cabrón!” y se lo cargo la chingada. Ahora empiezo a despojarme de lo que no tengo y a arañar entre mis sueños lo que resta como nadando en seco hasta que me decidí a tronarlo. Y ya no me pida que le explique para que se lo cuento así, es para no tener que estarlo mascullando por dentro más días.
Pero eso sí, antes le hurté el morral y los huaraches porque ¡ya para que los necesitará! y yo que ya me siento saliendo del panteón mientras platico como pasó todo, aunque después lo tenga que negar porque al fin, nada más a mi me consta. Pues que nomás lo enterré yo solito, no hay ni quien sepa o le conste. Y peor, desde que se me escapo el burro, no es lo mismo el trabajo, antes bien decía que Diosito me ayudaba y yo la regaba, pero ya ni eso vale. Y para qué lo cuento, si ya no tiene remedio, nunca aparecieron de vuelta ni Dios ni el burro, ya perdí la fe.
¡Ora qué! Si siempre hay una nube que se adelanta a todas y esa, seguro que no nos moja, mejor me fui porque ni para qué esperarla, era como tratar de que acabara bien y no tenía por qué ser así. La casa siempre fue blanca, con su buena puerta de talanquera, pero ahora no la veo más que gris de tanto humo pegado a la cal. Y, ya no sé qué me gusta más para huirme, si las nogueras o hasta las palmeras de más abajo pero sería un decoro cualquiera de las dos en mi largada.
Jefecito; ¡Este año ya se fue al infierno!
Y yo que no salgo, pues ya me vale lo que sea; pero para mí son carnes que han de ser mías cuando se desparpajen en los callejones que nadie visita, por ese miedo a encontrarse con esas caras alargadas y medrosas de frente y sin deberla. Por algo será que el cura, antes de tapiar la iglesia e irse, los exorcizó y maldijo a todos. Pero este maldito Pancho, nomás los anda invocando para ver que se encuentra entre los abandonos. Y tú qué piensas que la debilidad te hace caer en la impulso a hacer algo, y los malos modos te empujan a las tentaciones. Para aprender a sentirte culpable y seleccionar cuidadosamente la porquería. Pero ¿Qué se puede escoger de lo que ya no sirve? Mientras, los humos recorren tiznando las calles e impregnan de olor a hoja de tabaco el pueblo y, yo sospecho que los muertos fuman y se acompañan con su olor a podrido y viejo entre chupada y chupada.
Eso lo aprendí mientras huía de esta mitad del pueblo abandonada, en la otra parte… ya casi no se refugió nadie, solamente una que otra viuda desamparada que no tenía donde guarnecerse, ni para donde jalar. Pero para nada que las luces que usted vio sobre la alameda eran el reflejo de la luna en el humo que salía sobre las chozas que hicieron los huidos en el monte de junto, los que ya no están. Dicen que ese humo es diferente porque el Pancho quema cosas raras en las noches para asustar a los nahuales o a veces yo creo que para llamarlos porque está bien raro como amanece así entre tanta niebla y pues hay que ver las pisadas en las calles, son huellas de animales que ya ni se hallan y aunque todas las puertas se quedaron abiertas cuando huyó la gente, no entran.
Y qué, cuando me lo contaban los parceleros que venían hasta la casa a tomar agua cuando no había que hacer en las líneas de maíz y arreciaba el sol, eran como esos secretos que se convertían en relatos y acababan en cuentos de valentía o miedo. Ahí nomás lo veían llegar sin hacer ruido y caminando sobre sus mismas huellas siempre al mismo lugar, callados y sin dejarse ver más de lo necesario. Al fin es el señor de la mala suerte y lo buscan por sus conjuros que no por sus friegas y limpias mientras lleva su gallo negro al el sobaco como dándole un calorcito y que si tiene suerte, le durara un par de horas en lo que llega su hora del trajín, sin ese miedo que se hace caldo al medio día. Eso sí, bien dicen que sabe matar gatos de siete maneras diferentes.
Yo, queriendo decirlo, lo digo. No como él, que habla y habla y cuando ya no le conviene solamente deja de usar las palabras mientras a puros gemidos se da a entender. “Fue la voluntad de Dios” y era suficiente para explicarlo. Que me lo llevara al panteón aunque trancara la puerta y se negara, era como ponerse una máscara y ser otro sin pedir nada extra “¡Pues lo que haiga mi cabrón!” y se lo cargo la chingada. Ahora empiezo a despojarme de lo que no tengo y a arañar entre mis sueños lo que resta como nadando en seco hasta que me decidí a tronarlo. Y ya no me pida que le explique para que se lo cuento así, es para no tener que estarlo mascullando por dentro más días.
Pero eso sí, antes le hurté el morral y los huaraches porque ¡ya para que los necesitará! y yo que ya me siento saliendo del panteón mientras platico como pasó todo, aunque después lo tenga que negar porque al fin, nada más a mi me consta. Pues que nomás lo enterré yo solito, no hay ni quien sepa o le conste. Y peor, desde que se me escapo el burro, no es lo mismo el trabajo, antes bien decía que Diosito me ayudaba y yo la regaba, pero ya ni eso vale. Y para qué lo cuento, si ya no tiene remedio, nunca aparecieron de vuelta ni Dios ni el burro, ya perdí la fe.
¡Ora qué! Si siempre hay una nube que se adelanta a todas y esa, seguro que no nos moja, mejor me fui porque ni para qué esperarla, era como tratar de que acabara bien y no tenía por qué ser así. La casa siempre fue blanca, con su buena puerta de talanquera, pero ahora no la veo más que gris de tanto humo pegado a la cal. Y, ya no sé qué me gusta más para huirme, si las nogueras o hasta las palmeras de más abajo pero sería un decoro cualquiera de las dos en mi largada.
Jefecito; ¡Este año ya se fue al infierno!
.
.