Nunca jamás
Sobre el piano estaba un vaso dejando huella con su sudor frío, llegó Andrea, se lo quedó viendo y lo levantó para limpiar delicadamente el barniz negro con el dorso de su mano, se sentó en el banco dándole la espalda al lustroso instrumento y de frente a la algarabía de la fiesta, después de todo, Andrea no era tan bien educada y la dulzura que mostraba en su sonrisa era dueña de un genio capaz de despertar casi sin motivo, volteo a buscar al dueño del vaso y procedió a derramarlo completamente y despacio en la bolsa del saco del sorprendido sujeto, casi acariciándolo mientras lo hacia
-Malditos músicos, se creen una caricia de Dios-
Alcanzo a susurrar a su oído antes de dejar más desconcertado a quien tenía enfrente, se terminó de parar para despedirse del sorprendido sujeto con un
–Gracias, es un placer-
Como de quien no debía ni temía y ante la estupefacción de todos, caminó hacia mí y me pidió que la sacara a bailar y después de recorrer la pista un par de piezas, me dijo
–Sácame de aquí-
Todo fue circunstancial después, que les puedo platicar del camino al paraíso: el cielo azul de luna llena bien lleno de estrellas, los chocolates amargos que no se de donde salieron, la soledad de dos en lo solemne y sublime de la sonrisa con que me invito a pasar la noche con ella, eso si, con la condición que fuera muy tierno para disfrutar su algarabía en la almohada empitonada hasta el amanecer
-¿Es una promesa?-
Me pregunto
-Es magia esperar la alborada contigo-
-Esta será una historia ajena ¿Para no contarla nunca?
-Para no contarla jamás (Hasta que hoy llego el nunca jamás)
Estaba en su naturaleza el buscar problemas y hallar soluciones, pero este hallazgo fue diferente, permaneció sentado para el desasosiego de un perdón que nunca llegó, claro que no llegó… porque nunca tuve el valor de confesarle a Andrea que el vaso sobre el piano… era el mío.
20060426
20060424
Y si después de la algarabía de cargar tus penas aprendes a convivir con ellas, hasta que llega un momento en que entiendes que todo el mundo carga algo y que lo tuyo, a más de pasadero… te empieza a acompañar en el camino y te gusta, hasta que llegas a un patio sombreado que te hace suspirar y te invita a quedarte.
Un sano masoquismo cuando entiendes que nadie es perfecto y siempre hay alguien más fregado y va con la sonrisa al frente. Porque quejándose de todo, sobretodo… de su propia existencia y sin orden ni continuidad tasable ¿Quién va a buscar la pasión de los abrazos? O a dejarse querer solo por compañía.
Así era ella, Alma, en la mañana un ejemplo, en la noche una pesadilla sin luz con olor a alhelí, camino a la alborada era simplemente el dulce de los dioses para llegar a acostarse con su ego y cambiar su regazo por mi pecho, para contar sus penas como si fuera algo cotidiano en la almohada y no una casualidad andar vestida disfrazada de aristócrata pasada de moda en la añoranza de levantarse a extrañar la noche.
Me desabotoné la camisa y Alma, con aire ausente se paró a apagar la luz como siempre, suspiró y regresó a la cama, se quedó quieta esperando ¿O no era ella la que regresó? Nunca lo supe. Girando sobre su costado para quedar a mi lado en una empatía de sol y luna, con la ropa puesta y el cuerpo tenso susurrando algo como primavera.
Para sentir como profanaba su cuerpo esperanzado mientras le desvestía debajo de las sabanas, para encontrar sus senos firmes sobre su breve cintura, mientras subían mis dedos explorándola, y yo no daba crédito de la oscuridad, ni percibía nada más que su aliento a mandarina y algo como una invocación saliendo de sus labios mientras exploraba su cuerpo. -¿Yo casarme?- Y terminamos sin azahar, haciendo el amor como locos cerca del mar y a escondidas de las travesuras de la luminiscencia en que nunca terminé de saber con quien me acostaba.
Algo si supe en esa oscuridad, que tu sonrisa no terminaría nunca, que eras más suave, que quien teme a la luz ama desenfrenadamente, y que cuando despertabas sobresaltada en la noche, te abrazabas sudorosa de mi, en vez de prender la luz en esa melancolía congénita tuya y era siempre para terminar en una sonrisa.
Salimos del pequeño hotel y vi tus ojos llenos en la algarabía de la calle buscando el rocío en las alas de las mariposas y escondiéndote del sol, llegamos al mar y otra vez te quitaste la ropa y nadaste hacia las olas mientras yo te miraba, ahora extasiado con la luz.
Uno puede estar equivocado, pero ¿Que tiene que ver lo azul del cielo con esto? Solo que te cambiaba la voz mientras escuchabas atentamente para no prestar atención entre la ternura de solo depender del tacto, de tus labios y tus dedos para esconder tus lágrimas de mi vista, de la nostalgia de mi vida. Algún día regresare al patio de los suspiros.
Ahora entiendo que tu huida salvó mi vida y tengo que agradecerte a ti esa segunda oportunidad y se que, ni soy especial, ni colecciono almas para decirles todo el tiempo lo bonitas que son o que su leche es la más dulce. Te enseñé mi desasosiego, ahora me arrepiento, después de tantos años y aun pretendo que la lluvia no me alcance mientras me quedo absorto, esperando que nadie me recuerde, en ese viejo bar junto a los ultramarinos.
20060420
20060417
Semana Mayor
Me veo caminando hacia la cochera, con las manos en los bolsillos acariciando las llaves de la motocicleta y la vista baja mirando la piedra del piso de cantera, tan desgastada por el tiempo que se vuelve resbalosa en un patio grande y lleno de azulejos de diferentes colores que saben lo difícil que es que pase el tiempo por ellos y no se acaben todos los índigos y los blancos de su vidriado, esos que hacen parecer las tardes más largas y los días tan radiantes. Pero bueno, lejos de decir lo que pasó, me interesa saber que pudo haber sido de ambos, porque ¿Qué puede haber después del vértigo de la velocidad? Solo una dualidad en la que esa frontera del entorno se desvía en pequeñas verdades, que ya no tienen sentido si no las expresaste en el debido momento, se desdoblan como cuando te ves enfrente de un espejo amplio y no distingues una de otra.
El frío calaba más que de costumbre esa mañana y yo, seguía creyendo que era inmune, pero era solo una obsesión de lo más pura, de quien tiene una relación enfermiza consigo mismo, en la que obviamente soy mi principal adversario, pero al final existo en lo que quiero ser; un rasgo, solamente algo débilmente trazado en la vida sin hoy continuo ni mañana seguro. La línea blanca descansaba en medio de la carretera dejando pasar un tramo sin nada de vez en vez, me gusta verla pasar y pasar, como prende y apaga intermitentemente, hasta que finalmente la dejo de lado, la carretera termina (Al menos para mi) en una cafetería en donde pregunto a la primera persona coherente que veo ¿Dónde estoy? Y me responde que el tampoco sabe ni donde está, ni que quiere. Creo que me encuentro en la serenidad de un limbo que no deja espacio para averiguar más y solo es un sueño recurrente. Las llaves siguen pegadas a mi mano esperando una orden para llevarme de regreso al asfalto. El piso, la pared, la carretera y todo, todo está hecho de lo mismo y es igualmente monótono, hasta que llego al café y pruebo la primera taza, siento el calor en las manos y el cuerpo, se que algo va a pasar pero prefiero pedir indicaciones del camino que aventurarme así sin más.
Adonde… pues no es problema, porque tengo viento a favor, el espejo retrovisor está limpio y alcanzo a ver mi pasado mientras avanzo por un buen trecho hasta que se incorpora un árbol al paisaje, uno grande y verde que invita a su sombra que se proyecte muy lejos y resguarda del sol al vendedor de nieves -Alto obligado- Parece decir el letrero que lo anuncia. Son kilómetros y kilómetros con varias salidas y muchos regresos, pero al final del vagabundeo ¿Qué pasará? Solo veo una luz al final que deslumbra e impide avanzar, hasta que encuentras el supremo sosiego de ver al creador, al final, deslumbrándote inmortal. Regreso con los puños crispados, un sueño en uno y una visión en la otra mano, esa que no quiero abrir porque es la del acelerador y prefiero escaparme rápidamente de ese laberinto ahora que encontré la salida. El cansancio nos saca lo peor de nuestro carácter, esa indolencia que nos hace parecer apáticos y solo es lo que callamos tanto tiempo y ahora se vuelve una queja constante, pero simplemente… que me importa. Me doy cinco minutos de respiro y no pasa nada cuando suelto el acelerador. Al final tomo un atajo en tierra para evitar el último tráfico y ahí estoy en medio de la procesión, llena de morados y flores sangrantes que confinan lo purpúreo en lo cruel de nuestra humanidad.
¡Que difícil calificarnos! Es como etiquetarnos, pero ¿Con que derecho y para qué? Bueno, en fin el café fuerte y la gente amable fue lo mejor de la mañana y a las tres de la tarde ese recuerdo que te oprime, de quien no sabe y te deja pasmado, depurado y limpio en ese momento en que recuerdas a quien le debes todos los colores y las distancias, en una representación que peca de tierna mientras esperas que termine de pasar y te deje la vía libre para llegar a ninguna parte ¿A quien debo hacer caso, sino a mi mismo?
Me veo caminando hacia la cochera, con las manos en los bolsillos acariciando las llaves de la motocicleta y la vista baja mirando la piedra del piso de cantera, tan desgastada por el tiempo que se vuelve resbalosa en un patio grande y lleno de azulejos de diferentes colores que saben lo difícil que es que pase el tiempo por ellos y no se acaben todos los índigos y los blancos de su vidriado, esos que hacen parecer las tardes más largas y los días tan radiantes. Pero bueno, lejos de decir lo que pasó, me interesa saber que pudo haber sido de ambos, porque ¿Qué puede haber después del vértigo de la velocidad? Solo una dualidad en la que esa frontera del entorno se desvía en pequeñas verdades, que ya no tienen sentido si no las expresaste en el debido momento, se desdoblan como cuando te ves enfrente de un espejo amplio y no distingues una de otra.
El frío calaba más que de costumbre esa mañana y yo, seguía creyendo que era inmune, pero era solo una obsesión de lo más pura, de quien tiene una relación enfermiza consigo mismo, en la que obviamente soy mi principal adversario, pero al final existo en lo que quiero ser; un rasgo, solamente algo débilmente trazado en la vida sin hoy continuo ni mañana seguro. La línea blanca descansaba en medio de la carretera dejando pasar un tramo sin nada de vez en vez, me gusta verla pasar y pasar, como prende y apaga intermitentemente, hasta que finalmente la dejo de lado, la carretera termina (Al menos para mi) en una cafetería en donde pregunto a la primera persona coherente que veo ¿Dónde estoy? Y me responde que el tampoco sabe ni donde está, ni que quiere. Creo que me encuentro en la serenidad de un limbo que no deja espacio para averiguar más y solo es un sueño recurrente. Las llaves siguen pegadas a mi mano esperando una orden para llevarme de regreso al asfalto. El piso, la pared, la carretera y todo, todo está hecho de lo mismo y es igualmente monótono, hasta que llego al café y pruebo la primera taza, siento el calor en las manos y el cuerpo, se que algo va a pasar pero prefiero pedir indicaciones del camino que aventurarme así sin más.
Adonde… pues no es problema, porque tengo viento a favor, el espejo retrovisor está limpio y alcanzo a ver mi pasado mientras avanzo por un buen trecho hasta que se incorpora un árbol al paisaje, uno grande y verde que invita a su sombra que se proyecte muy lejos y resguarda del sol al vendedor de nieves -Alto obligado- Parece decir el letrero que lo anuncia. Son kilómetros y kilómetros con varias salidas y muchos regresos, pero al final del vagabundeo ¿Qué pasará? Solo veo una luz al final que deslumbra e impide avanzar, hasta que encuentras el supremo sosiego de ver al creador, al final, deslumbrándote inmortal. Regreso con los puños crispados, un sueño en uno y una visión en la otra mano, esa que no quiero abrir porque es la del acelerador y prefiero escaparme rápidamente de ese laberinto ahora que encontré la salida. El cansancio nos saca lo peor de nuestro carácter, esa indolencia que nos hace parecer apáticos y solo es lo que callamos tanto tiempo y ahora se vuelve una queja constante, pero simplemente… que me importa. Me doy cinco minutos de respiro y no pasa nada cuando suelto el acelerador. Al final tomo un atajo en tierra para evitar el último tráfico y ahí estoy en medio de la procesión, llena de morados y flores sangrantes que confinan lo purpúreo en lo cruel de nuestra humanidad.
¡Que difícil calificarnos! Es como etiquetarnos, pero ¿Con que derecho y para qué? Bueno, en fin el café fuerte y la gente amable fue lo mejor de la mañana y a las tres de la tarde ese recuerdo que te oprime, de quien no sabe y te deja pasmado, depurado y limpio en ese momento en que recuerdas a quien le debes todos los colores y las distancias, en una representación que peca de tierna mientras esperas que termine de pasar y te deje la vía libre para llegar a ninguna parte ¿A quien debo hacer caso, sino a mi mismo?
20060413
Era la menos secreta opinión de la discreta insensatez por la hondura con que trataba de ser ella misma, siempre dependiendo, siempre buscando para salir de ese agujero negro de no saber. Al final, Reina sabía que eso ya no era ella misma, ese juego de palabras en que se envolvía para esconder sus noches de soledad, los enredos y el tratar de evitar ser comprendida, era su manera de ocultarse de si misma.
Junto a ella estaba la maleta hecha, y en la mano el boleto de ferrocarril, que sin fecha esperaba ser confirmado, una cosa era segura; el destino a que no quería llegar. En la estación, esperaba entre ráfagas de viento los primeros pasos que rompieran la tranquilidad matinal para dejar caer unas monedas en la maquina de café, volteó y ahí estaba, impresionantemente largo y con las puertas abiertas, como para devorarla, el tren a ninguna parte esperando ser abordado.
Claro que sabía algo, y era que no regresaría, ha muerto su alma melancólica y se quedó sola con muchas tardes grises juntas y solo un orgasmo compartido, hilvanado frase a frase sin hacer ninguna oración completa. Atrás quedaban las tardes de angustia en que no podía intuir si su apasionado cariño se despediría con algo más que un beso y la mano sudada, nerviosa sobre ella misma.
Si, la sensación de mejor amiga era unida a sus sentimientos encontrados cuando sentía los toqueteos distraídos y casi ingenuos con los que ya no podía convivir, pero que a final de cuentas aun le quitaban el sueño, cuando llegaba a su cuarto, entraba, se desnudaba y se recargaba contra el espejo para sentir esa necesidad imperiosa de besar el cristal, de continuar tocándose y diciéndose ella misma esas palabras que sonaban a declaración de amor, sin compromiso, sin interlocutor, y que en los labios de otra mujer que no estaba ahí, se entreveraban con sus suaves quejidos cuando se colapsaba en llanto al final de hacerse el amor solitaria, imaginando cosas que ya no serían y que al final nunca fueron.
Sus ojos tenían la perfecta serenidad de a quien no le importa ser examinado y su tranquilidad azulosa me recordaba las tardes en que se quedaba quieta, esperando ser hurgada por los dedos livianos que ya no están adosados a su piel en las tardes calurosas que ya no transcurren.
Lo recordaba perfectamente, había llegado a la estación por su propia inercia y se quedó esperando una salida a cualquier parte, tenía esa cara larga y la nariz afilada que ahora de desvive en otear el infinito en las tardes, esperando que la alcance, ahora ya solo habla con dependientes o clientes de oficios que no tienen nada que ver con su vida en el fastidio, de oír a otros contar sus penas, como herramienta inútil en que su memoria la hace regresar a prometerse ella misma…
–Ahora si, bajaré hasta donde quieras y empujaré más y más, hasta que tus labios lleguen a esa rosa que dejaste caer en mi falda-
Dejar hacer y dejar pasar, aunque solo sea por cinco minutos para recordarlo siempre, sin otro motivo que volver a tener sus labios cerca y sentir cerca su respiración, dulce y tranquila.
Ahora, no recuerdo con certeza el porqué me fije en ella, si solo era una maleta abandonada en la estación, inconciente de que el tiempo pasa y no iría a ninguna parte, daba vueltas abandonada en la banda transportadora de la terminal, con estúpida exactitud anunciando el nombre de su propietario, Reina, Reina. Uno piensa en una gran ciudad para destino, pero termina acostumbrándose a una pequeña estación a medio camino en un pequeño pueblo húmedo y mal iluminado para dejar las miserias arrumbadas y solas, mientras… transcurre la vida.
Mientras, la dueña de la maleta abandonada, baja la vista en el cuarto de un pequeño hostal que no tiene nombre, algo totalmente inédito en su vida, vuelve a pensar en que será de su pasado, olvidado a propósito en la maleta dejada en la cinta transportadora a su suerte.
Se desnuda de la única muda de ropa que le queda y se mete abajo del chorro de agua caliente de la regadera, cierra los ojos y lentamente se va del pasado mientras siente escurrir sus recuerdos con el agua que escurre haciendo ruido sobre su cuerpo y llevándose el tiempo.
Sus miedos, uno a uno, se van disipando en su mente mientras el ruido del agua apaga sus recuerdos, sus dedos van tomando forma de palabras mientras se encuentran nuevamente con un cuerpo, cada vez más terso y se figura, apretando sus manos contra su cuerpo, otra vez viva, es como si nada hubiese pasado y no sabe si extraña o no, si esta ahí o no.
Cerró la llave del agua caliente con fuerza y jaló aire profundamente tratando de conservar la respiración, mientras, la lluvia fría del chorro la hacia volver a la realidad y aspiro una bocanada profunda que llenó sus pulmones para exhalar después lentamente sintiendo que el aire es totalmente nuevo y sus pulmones lo aprovechan al máximo.
Como si se quisiera esconder de ella misma, tomó la toalla y la extendió, pero prefirió dejar que el agua escurriera de a poquitos entre su cuerpo y guardar la toalla seca para el día siguiente. Abrió la puerta y la ventana del baño que dejaba ver a lo lejos las montañas, se acostó aun húmeda sobre la cama para dejar que la brisa que entraba entre las cortinas la refrescara.
Los muertos están tapados con la tierra de su pasado, ella solo se hecho una sabana blanca encima para que la acariciara placidamente mientras conciliaba el sueño. Si es capaz de dormir, sabe que podrá despertar sin sus memorias, para dejarse llevar de nuevo por la vida.
Desgraciadamente si la soledad solo es nuestra, ¿Por qué insistimos en que ese desierto es de dos?
Junto a ella estaba la maleta hecha, y en la mano el boleto de ferrocarril, que sin fecha esperaba ser confirmado, una cosa era segura; el destino a que no quería llegar. En la estación, esperaba entre ráfagas de viento los primeros pasos que rompieran la tranquilidad matinal para dejar caer unas monedas en la maquina de café, volteó y ahí estaba, impresionantemente largo y con las puertas abiertas, como para devorarla, el tren a ninguna parte esperando ser abordado.
Claro que sabía algo, y era que no regresaría, ha muerto su alma melancólica y se quedó sola con muchas tardes grises juntas y solo un orgasmo compartido, hilvanado frase a frase sin hacer ninguna oración completa. Atrás quedaban las tardes de angustia en que no podía intuir si su apasionado cariño se despediría con algo más que un beso y la mano sudada, nerviosa sobre ella misma.
Si, la sensación de mejor amiga era unida a sus sentimientos encontrados cuando sentía los toqueteos distraídos y casi ingenuos con los que ya no podía convivir, pero que a final de cuentas aun le quitaban el sueño, cuando llegaba a su cuarto, entraba, se desnudaba y se recargaba contra el espejo para sentir esa necesidad imperiosa de besar el cristal, de continuar tocándose y diciéndose ella misma esas palabras que sonaban a declaración de amor, sin compromiso, sin interlocutor, y que en los labios de otra mujer que no estaba ahí, se entreveraban con sus suaves quejidos cuando se colapsaba en llanto al final de hacerse el amor solitaria, imaginando cosas que ya no serían y que al final nunca fueron.
Sus ojos tenían la perfecta serenidad de a quien no le importa ser examinado y su tranquilidad azulosa me recordaba las tardes en que se quedaba quieta, esperando ser hurgada por los dedos livianos que ya no están adosados a su piel en las tardes calurosas que ya no transcurren.
Lo recordaba perfectamente, había llegado a la estación por su propia inercia y se quedó esperando una salida a cualquier parte, tenía esa cara larga y la nariz afilada que ahora de desvive en otear el infinito en las tardes, esperando que la alcance, ahora ya solo habla con dependientes o clientes de oficios que no tienen nada que ver con su vida en el fastidio, de oír a otros contar sus penas, como herramienta inútil en que su memoria la hace regresar a prometerse ella misma…
–Ahora si, bajaré hasta donde quieras y empujaré más y más, hasta que tus labios lleguen a esa rosa que dejaste caer en mi falda-
Dejar hacer y dejar pasar, aunque solo sea por cinco minutos para recordarlo siempre, sin otro motivo que volver a tener sus labios cerca y sentir cerca su respiración, dulce y tranquila.
Ahora, no recuerdo con certeza el porqué me fije en ella, si solo era una maleta abandonada en la estación, inconciente de que el tiempo pasa y no iría a ninguna parte, daba vueltas abandonada en la banda transportadora de la terminal, con estúpida exactitud anunciando el nombre de su propietario, Reina, Reina. Uno piensa en una gran ciudad para destino, pero termina acostumbrándose a una pequeña estación a medio camino en un pequeño pueblo húmedo y mal iluminado para dejar las miserias arrumbadas y solas, mientras… transcurre la vida.
Mientras, la dueña de la maleta abandonada, baja la vista en el cuarto de un pequeño hostal que no tiene nombre, algo totalmente inédito en su vida, vuelve a pensar en que será de su pasado, olvidado a propósito en la maleta dejada en la cinta transportadora a su suerte.
Se desnuda de la única muda de ropa que le queda y se mete abajo del chorro de agua caliente de la regadera, cierra los ojos y lentamente se va del pasado mientras siente escurrir sus recuerdos con el agua que escurre haciendo ruido sobre su cuerpo y llevándose el tiempo.
Sus miedos, uno a uno, se van disipando en su mente mientras el ruido del agua apaga sus recuerdos, sus dedos van tomando forma de palabras mientras se encuentran nuevamente con un cuerpo, cada vez más terso y se figura, apretando sus manos contra su cuerpo, otra vez viva, es como si nada hubiese pasado y no sabe si extraña o no, si esta ahí o no.
Cerró la llave del agua caliente con fuerza y jaló aire profundamente tratando de conservar la respiración, mientras, la lluvia fría del chorro la hacia volver a la realidad y aspiro una bocanada profunda que llenó sus pulmones para exhalar después lentamente sintiendo que el aire es totalmente nuevo y sus pulmones lo aprovechan al máximo.
Como si se quisiera esconder de ella misma, tomó la toalla y la extendió, pero prefirió dejar que el agua escurriera de a poquitos entre su cuerpo y guardar la toalla seca para el día siguiente. Abrió la puerta y la ventana del baño que dejaba ver a lo lejos las montañas, se acostó aun húmeda sobre la cama para dejar que la brisa que entraba entre las cortinas la refrescara.
Los muertos están tapados con la tierra de su pasado, ella solo se hecho una sabana blanca encima para que la acariciara placidamente mientras conciliaba el sueño. Si es capaz de dormir, sabe que podrá despertar sin sus memorias, para dejarse llevar de nuevo por la vida.
Desgraciadamente si la soledad solo es nuestra, ¿Por qué insistimos en que ese desierto es de dos?
20060406
Entonces todo empezó a acomodarse en su justo lugar, en mi divagada mente el desasosiego crecía mientras las dudas se hacían más duras.
-¿Como te va Manuel?
-Pos aquí no mas, que onda con vos ¿Flojita y cooperando?
-¡Lépero!
-Mira mi Guille, tú crees que eres tu ego, pero no es cierto, eres tus hechos y tus pechos. Veme a mi, ahí la llevo, agarro cojo me levanto y me desocupo y vivo tan tranquilo
-Eres un seductor, que evade fácilmente cualquier responsabilidad
-Va por Dios
Pero si yo no hice nada, solo esperar que respondiera, si o no, y lo que logré fue una diatriba sin sentido, porque a final de cuentas no se que significa
-Pásame los panes, que vienen en caravana las gulas de mi alma
-Goloso
-¡Quien no con esas curvas!
-¿Cuál sería la mejor excusa para estar juntos hoy?
-Mmm Manuel ¡Tienes un pasatiempo enfermo y patético!
-No te creas, tengo algunas dudas cuando trato de racionalizar y contigo es peor ganar que perder
-¿Por qué?
-Porque hay que afrontar el éxito y esta… canijo
Y lo peor es que al final, es un simple volado, águila o sol, esa incertidumbre por saber que quiero.
Entre la exageración y lo grotesco
-¿Como te va Manuel?
-Pos aquí no mas, que onda con vos ¿Flojita y cooperando?
-¡Lépero!
-Mira mi Guille, tú crees que eres tu ego, pero no es cierto, eres tus hechos y tus pechos. Veme a mi, ahí la llevo, agarro cojo me levanto y me desocupo y vivo tan tranquilo
-Eres un seductor, que evade fácilmente cualquier responsabilidad
-Va por Dios
Pero si yo no hice nada, solo esperar que respondiera, si o no, y lo que logré fue una diatriba sin sentido, porque a final de cuentas no se que significa
-Pásame los panes, que vienen en caravana las gulas de mi alma
-Goloso
-¡Quien no con esas curvas!
-¿Cuál sería la mejor excusa para estar juntos hoy?
-Mmm Manuel ¡Tienes un pasatiempo enfermo y patético!
-No te creas, tengo algunas dudas cuando trato de racionalizar y contigo es peor ganar que perder
-¿Por qué?
-Porque hay que afrontar el éxito y esta… canijo
Y lo peor es que al final, es un simple volado, águila o sol, esa incertidumbre por saber que quiero.
Entre la exageración y lo grotesco
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