20160906


Dos pares eternos
Te dejan caer entre ellos
Sin una cisura

Antes de la temporada de lluvias se soltó un viento impresionante que barrió el suelo de las hojas del otoño y solo dejó muchas dudas con las que la muchedumbre empezó a alucinar y ver imágenes en el cielo sin nubes que eran como señales de que algo sería diferente y así hasta que quedaron pocos.
Empezó por llenar los cielos de un polvo finito que algo tenía, porque los rayos empezaron a caer diferentes. Descifrar el cómo las señales de radio y la red empezaron a fallar y desaparecieron de repente, al principio solo en los desiertos y después en todo el planeta. Hasta que solo hubo manera de comunicarse con las grandes antenas parabólicas y por medio de los satélites, decían que el polvo interfería con las ondas.
Se quedó sin palabras, en la mesa de la esquina se escurría la melancolía, exenta de pago. El primer golpe fue pasmado en la sombra, con ruidos que salían de sus labios, retrechera e insolente se deshacía en fragmentos. De a pocos se deshacía por el puro gusto de desubicarse. Todo era solo su capacidad de marearte con la mirada, de pararte en el tiempo para suicidar las horas y dejar repiquetear el reloj cada vez más lejos, corta el silencio. Están muertos todos y sufre, sabe que está muerta la tierra y llora por que los demás se acuerden que está muerta por culpa de un regalo, que nunca supo estaba intoxicado.
Cerró el libro y el silencio apabullo el tinnitus que padecía, decían que era el ruido de las señales que no podían salir y redundaban entre la ciudad haciendo vibrar su oído. Por un momento lo ignoró. -Te dejo, calma, esa paz tan falsa de carne añejada, plausible socarrón de mis sueños en la incomunicación-
Rete harto contento que destapó la puerta y solito, sin miedo, se me dejó venir el olor a llanto, se retoqué dejo caer impregnando la banqueta hasta llegar a la barda del cielo, Al tiempo se le padece y yo lo sufro! Ya sé que no se un carajo de nada y menos de eso. Ya no sabían siquiera quienes eran lo pocos sobrevivientes.

La vida cambia en un momento, un instante, un gesto somos vulnerables e infinitamente descargados de efímeros supuestos por siempre, incautos del destino: Mientras, el viento casi en miedo, se cuela frio entre tantos resquicios del lastre de silencio entre la fortaleza de debilidades que saben quién es el responsable del destino; ese instante, ese momento efímero que nos marca. Los miedos amanecen y se van montados sobre coyunturas que ni planea, ni imagina. Tuerce en que uno, solo uno es responsable de amaneceres y atardeceres, de hogaza y queso, que ya no se consiguen. Van de introspección a carrera contra el tiempo y el silencio. Mientras, alabo los gritos, esa capacidad de pensar las cosas dos veces y darse una tregua en un grito.
¡La vida se va en despertar y abrir los ojos!, oímos la voz del narrador, que es totalmente irracional y no se puede identificar, me gustaría que fuese nuestra, pero no. Oír ruido que se acerca, pasos que indican que viene y ahí está. En un -De nada- que agradece lo mismo o cosas nuevas que se suceden mientras hacen planes, enloquecidos dulcemente y de a poco a poco. Sentir una gota que escurre entre la ceja y ver y sentir cienes que se perlan y se hacen visibles al sentir el líquido pegajoso. Se desespera porque no sabe la respuesta y conoce que está dentro de él -Yo no puedo ser tú, ni estar dentro de ti-


-No, no es el ruido de la ciudad, son perros que ladran a lo lejos, no ladran porque cabalgamos; Manuel cabalgamos para que ladren- Me dijo que leyó algo así en un viejo libro.

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