Tañó la campana de la parroquia, lánguida
y triste, como a difunto. Y yo, era tan dormido que creí que estaba muerto, tan
marchito que los demás saben que no despertaré y por eso es el hecho y no me
buscan. Y ahí es donde me pongo a repartir culpas, convulso, nadie asume su culpa.
Afuera, una yegua con la cabeza gacha se pone nerviosa, parece que lee el
horizonte –oteando- y se dispone a arrear con la imposición para agostar mi
paciencia por estar y seguir.
Ella llegó vestida para no ser,
prácticamente de incógnito pasó entre la gente de la plaza y con apetitos de no
ser, para dejarse caer –desganada- entre las sábanas y esconder su rostro en la
almohada. Existía sin querer estar.
Todo se nos queda mascullando penas
y dejándonos llevar por una brisa caliente que entra por la ventana y no
acierta a levantar el sudor que corre por su frente. Se siente lo pesado en el
ambiente y las macetas que adornan el pretil se mueven lentamente y desprenden
aromas de luna.
Agito mis aguas anegando la cama
de ti en el adusto valle de memorias, de tiempos idos. Me acercó para
recordarme otras vidas en otros labios con muchas noches entreveradas de
insomnio. Las miserias se suceden, se
escapan de sus pensamientos como reproches;
-Quédate hoy hasta amanecer,
ciérrame los ojos con el ruido de la cremallera de mi espalda y déjate caer
envuelta en sombras
-Soy todo, déjame. Obedece y
oblígate a abandonar la opacidad de las caricias
Una parte de mi huye
aterrorizada, se desnuda y deja todo huérfano –solo es nostalgia y ya la dejé-
alguien que no soy yo me dice que no existes. Mientras mi otro yo quiere tu
cuerpo, sin peso y sobre mí. Bifurcado entre sonrisas y exhalas se empeña en
soñar cosas sencillas de sábanas complicadas y almohadas compartidas
Sus maneras de amanecer con el
humor más negro que mi conciencia se descosen entre el pliegue de la falda
negra de pliegues que no sé de donde saco para estrenarla precisamente hoy, que
no nada nuevo. La que quimeras oculta mientras lucha por mantenerse en su lugar,
ella, es demasiado joven para estar triste. Me mira y melancólica se despide,
su cuerpo se mueve de fiesta mientras me guiñe un ojo, pero sé que no se quiere
ir. Mojada del alma en encogida ilusión, se despoja de su pelo y queda etérea y
despojada de sus ilusiones.
La veo corpulenta, añejada, ebria
y… soy yo quien está así, si lo supiera- ¡no se iría!