BBV
En las noches sin luna se alcanzaba
a oír el canto de la sirena, vacuo y fascinante. Y yo me la imaginaba; hermosa,
traicionera, cruel en el fondo de la bahía y asechando para seducirme. Desde
siempre sentía el llamado que me llevaba a la perdición. Lo oía y no me podía
resistir a su melodía e irremisiblemente me acercaba al acantilado, saltaba al vacío
y nadaba hasta que el mar, salado y húmedo, me despertaba y se perdía el
encanto. Traté todo, le subí el volumen a la radio, me dedique a comer
antojitos para tener mala digestión, hacer mutis y esconderme. ¡Fue inútil!, por
más que velaba me perdía en su sortilegio cuando la escuchaba.
Su voz era una melodía
encantadora que me mareaba y dormía. Y lo peor eran esos tiempos en que no lo
escuchaba, silencio absoluto, y vivía en la zozobra de esperar. Era inútil,
llegaba ese momento en que lo percibía y me perdía en su llamado hechicero y falaz.
Ahora, ya creo haberlo superado, simplemente, lo escucho, lo oigo y… ¡No
contesto el celular! (Móvil, dirían en España)