20131218

La fiesta

Sí, no era una persona adecuada para el tiempo, no le importaba ser su propio error: sentía como su pasión se alejaba de la forma de sus caderas y respiró profundamente, para expirar un suspiro. Tomó las curvas de la banca del parque como modelo para su cuerpo que se pliega, y entre molesta y afligida se resbaló de a pocos en las miradas de los que pasaban, hundiéndose, haciéndose pequeña se desparramó en desgano. Miraba de reojo a los que caminaban y no la observaban, se sentía ridículamente frágil. Aun sin moverse se siente grotesca y sola. Son muchos años de sentirse anónima, para ahora ser el meollo de su vida. Era tonto pensar que no volvería a ser igual, ni jamás la misma. Son muchos años tratando de sobrevivir, y… ¡no se resigna a llegar a su fiesta de cumpleaños!

20131217

Corín Tellado de fin de año

Y ahora el Corín Tellado de fin de año…

Quiero hablar del miedo, de esa angustia que no nos permite enfrentarnos a nosotros mismos, a decidirnos. De esa sensación de vacío que todos alguna vez tuvimos y para otros solo es alimento para tener una razón de vivir. Para unos es un desgaste y para otros modo de vida que los vuelve cínicos ante el dolor. Buenos o malos, indiferentes o trastornados por no poder ser en otra persona, su personalidad los consume en el ego de su ser, fingiendo una demencia que los exculpa de pecado y rellena el hueco que les queda.
Hay alguien escondiéndose, me es posible imaginarle tratando de disimularse tras un libro. Es un escritor esperando en la primera mesa de un café de medio pelo junto a la ventana. Se encuentra esperando, sentado en la cafetería de la estación de trenes del pueblo hacia Termini, pendiente del reloj. Divaga en su interior y es fácil adivinar su pensamiento, ella, la María que se va y no sabe si a huir de él o a buscar algo nuevo. Siempre será Roma al final, que lugar más fácil para esconderse, para olvidar, la imagina rodeada de hombres y mujeres que viven en la punta de una flama que calienta su existencia. Mientras, él, espera sentado para solo verla pasar por última vez, se esconde el rostro con el libro que no está leyendo mientras garrapatea una libreta muy ajada, llena de apuntes “por si algo brota”, que esta manchada con gotas de algo que parece una mezcla abstracta de manchas de café y vino tinto. Solamente evade, se esconde de la despedida que sabe que ya no será y solo desea verla pasar por última vez antes de que parta el tren que sabe se la llevará. Como si de eso dependiera algo que va, o puede, pasar después de esa imagen de alguien despidiéndose, o, quizás de un solo adiós de reojo para dejar el pasado atrás. El pelo sobre el rostro no lo hace parecer descuidado, solo le da un aire interesante que no lo ayuda a encubrirse. Este sería su último compromiso con María, despedirse sin ser visto, y bien sabía por qué huía, esta ciudad no era la Roma que soñaba. Ni él, el hombre con que fantaseaba.
La libreta de notas se encauza en un libreto sin pies ni cabeza con diferentes tipos de letra y tachones de quien no quiere seguir algo que ya terminó y se quedó sin final:

-Yo, soy ese abandono, el caos y María cuando me ve, siempre se encarna en desdén que sueña con el desorden. María, observa, voltea y me arremanga despacito las mangas de la camisa, como cuando éramos niños, como cuando nos estancábamos en las esquinas, con ansia, volteando a todos lados para cruzar seguros a la otra acera. La verdad es que vivíamos felices cuando nos visitamos las grandes extensiones de piel virgen, y lo mejor era cundo nos encontrábamos en mitad del camino y nos perdíamos en el parque para jugar juntos Ahora me ve, la veo y queda solo como cuerpo que dejo de ser memoria de sexo y amores para volverse recuerdo ahogado. Despropósito por transformarse en el fetiche de mis delicias insensatas, que mejor dentro que fuera se aplica a entenderme, el que solo veo para ser opuestos porque el diablo no se puede enamorar. Es cuerpo que acaricio como nube errante que pasa flotando y húmeda. Notaba como los miembros se le templaban y la cara volteada para molestarme, solo por molestar porque bien que me quiere y yo lo sé, porque solo una noche me gusto para pasar la obscuridad guardándola y ella nunca me lo recriminó. El pelo le escurría sobre la cara y le dejaba caer sombras irregulares en el rostro huraño y lacónico de nunca jamás ¿Qué hace que el tiempo no corra para esperarla y se vuelva agua para retenerla? Y solo se despedía con el sonsonete arcaico de “Dios te cuide y la Virgen te acompañe” y yo me encarrilaba por donde el sol se desplomaba y la rabieta me esperaba, sabiendo que soy osco pero buena persona. Y María se dedicaba a dar envidias para que quisiéramos ser como ella y no el extraño extranjero que aparece en el espejo y no está, es alguien vestido de negro que no refleja. Extraña como es ella prefiere no involucrarse y dejar trabajar a sus sueños en donde siempre me asustaban sus senos mientras me apabullaba su vagina con el veneno de mi cuerpo dentro, que se desliza en el gran cuento que es la vida, un muerto no se puede defender , eso es un hecho-


Todo sin pies ni cabeza, lee y repasa sus apuntes que sin sentido la quieren retratar y no pueden, recuerda tantos años de compañía y no se da cuenta que algo paso mientras se escondía para esperarla y verla pasar por última vez. María entró, ella está en la barra observándolo desde atrás, él no la vio abrir la puerta y dirigirse a la barra. Desde ahí María lo observa. Nadie la había notado cuando entró silenciosa por la puerta lateral. Solamente se apoyó en la barra para despedirse desde lejos por un par de minutos, sabía que ahí estaría escondiéndose por un buen rato observándola y ahora, él, resultaba el cazado. Toma ánimos, se arranca y pasa junto al escritor, le acaricia el pelo, sorprendiéndolo, para simplemente decirle “Adiós y recuerda, en los cuentos puedes ir a la deriva, en la vida no” y sin darle tiempo de verle la cara, lo deja sembrado, pasmado, mientras se encamina a la estación con apenas un maletín de mano, sin que él se atreva a seguirla. Se queda mudo observándola, baja la vista, ya tanto le era costumbre que se dejaba caer sin pensar en las consecuencias -¡No pasa nada!- toma su libreta y apunta algo entre dos manchas de vino tinto. -La inseguridad es un motor- y piensa, “al menos es invierno es benigno y no pasará mucho frío” Y solo le viene a la cabeza un trillado, “No toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido”

20131204

El arte de la fuga

Aunque yo ya sabía a lo que iba, y había una recompensa prometedora, no me resignaba a acompañar a Cecilia a subir por toda esa escalera -A las dos de la mañana apagan el elevador- (después supe que eso era una mentira) y me soplé cinco pisos a esas horas, un buen reto para ponerme a prueba y, claro, ella lo hacía para tantear y demostrarme que al final, ella tiene más aliento y ánimo. Siempre domina y apabulla porque así es ella, aunque Cecy es delgada y aparentemente delicada como para inspirar ternura, es el colmo del tesón. Yo, aprovechaba los descansos para tomarla del brazo y ayudarme a subir. ¡Es una dicha perder el tiempo en el elevador!
Es cierto, aunque llegamos casi sin aliento y el miedo se me escurrió por la escalera después un adiós que se convierte en un encuentro a besos, me dijo; -Besarse no cuenta- solamente alcanzó a susurrarme antes de despedirse con un último roce, esta vez más contenido y con una palma separando nuestros pechos –Siempre nos quedara el descanso de esta escalera; promételo- Y solo era un ensayo para saber de qué puerta era esa llave con la que me rallaba la espalda -Con todos sus respiros en cada piso- le dije y no me atreví a trancar la puerta con mi rodilla para escurrirme dentro de su departamento. Lo sabía, será una larga relación, nunca habrá tiempo para hacer las cosas rápido.
La semana siguiente fue más fácil, pero ahora yo era el que se escurría de duda. Entré sin pensarlo con solo un –Siéntate, te preparo un café-Y ella no se preparó nada, -Lo que me quita el sueño eres tú- y solo me dejó enfriar el tiempo suficiente para recuperar el aliento de los setecientos peldaños para tomarlo como una declaración. Toda esa noche transcurrió en vela para Cecilia. Y yo, listo, dando vueltas a sus ideas con un ahogo de tanto pensarlo, apenas me acuerdo de lo que no quiero tener memoria.
Despertó sin haber dormido, se levantó e inundó el baño de vapor para terminar de sudar y vestirse de nuevo. Para cuando abrió la puerta del cuarto, sentí que la oleada de cariño se escapaba escaleras abajo, corrían olas y osadas se transformaban en aventuras en cada escalón mientras sus miedos se desparraman, peldaño tras peldaño, se reagrupan en los descansos y se convertían en anécdotas que tomaban fuerza en cada piso cuando se reagrupaban en las vueltas para tomar fuerza.
Toda la noche en vela, sudó copiosamente mientras se revolvía con las sábanas que arropándola y húmedas nos atosigaban. Acostada en su cama revoloteando neciamente como buscando a alguien que se había ido, aguzaba el oído hacia la ventana buscando un ruido a quien echarle la culpa de su insomnio y no admitir que no quería perdonarse y tenía miedo de quedarse así. Se levantó y abrió la ventana buscando una señal que le indicara que algo andaba mal, pero no, todo estaba tranquilo y una noche esplendida le engaño el sueño y los sueños, para terminar de despabilarse, para tratar de encontrar el amanecer. Pero aún era muy temprano para ver su luz hasta que con los primeros rayos, su alma regresó al cuarto.
Así fue toda la noche, la televisión, monótona y repetitiva, había permanecido prendida toda la noche dentro el cuarto, trasmitiendo programas de conciencias apachurradas, sueños trasnochados y versos sin continuación, para solo creer que ya pronto sería de día. Tomó sus recuerdos y los acariciaba mientras se deshacían entre sus dedos viendo la pantalla como si no la viera. Mientras, en ratos de lucidez, se quedaba como ausente, recordando como cerraba puertas para ponerse a dibujar nubes
Ahora es diferentemente igual, habitamos entre sombras disímiles y sin forma, rodeados de frío y queriendo estar en el ayer y por eso nos olvidamos de nosotros mismos, para terminar arrinconados de nuestro futuro, endilgados el uno al otro en memorias. Eran solo como saldos colgados de medallas que nos cuidamos el uno al otro, en arañados recuerdos, endilgados en las sombras de las paredes de su dormitorio. -No te acerques, estoy dormida- Es como llegar a la gloria cargando los demonios internos, esos que viven solitarios y acompañándote de a ratos acabados por el tiempo. Encontrar el muro donde se escriben los pensamientos para perdurar y dejarse llevar mientras lees lo anterior y adivinas el futuro, mientras ojeas para adelante y estiras el cuello para entenderlo, sin saber que las mujeres ven al pasado diferente y huelen el futuro, con más intensidad.
Nada es tan rápido como las malas noticias ni tan definitivo como la muerte. Despiertas convertida en tú misma y te asustas o todo lo contrario, el espejo la desvanece, no hay manera de ordenar tu relación con el mundo. ¿Cómo avivar una tormenta en un profundo invierno? ¿Cómo amanecer rozagante? Las penas se quedan fuera cuando sale el sol sin saber si nos llevan o nosotros las encausamos para sufrir más, si no está segura de haber muerto en su soledad tan guardada. Si desde esa tarde en que Dios estaba dormido y ella se imaginó que ahí no estábamos, que nada sucedía y todo lo que veía no pasaba y era tan como una bola que pasaba dando vueltas sin poder pararla mientras nos arroyaba, te deslizaba debajo de las sábanas para quitarte del frío y te recorre rozándote y te peina a contrapelo la piel para dejarte erizado el cabello mientras te humedece y hace sudar frío. Tienes que estar cierto de lo que quieres porque cualquier cosa puede suceder, te duele una caricia que es como beso pero en otro cuerpo que desconsolado, se vuelve viento para solo arrullarme y aun es un suspiro que solamente me impide dejar de respirar cuando me dijiste que hubiera… y hube. Siempre serás un lugar para reír, llorar y equivocarse sin figuras ni modos que solo son una imagen que no se puede plasmar, en el recuerdo de un vago perfume que se evade en la desventura de no amar

Me levanté, entré y salí al baño sin Cecilia, me tomé el café frío de 10 horas antes de bajar… ahora, en el elevador

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