20120609

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Lo ves, ¡Quizás para primavera!



-¿Lloras Victoria?- Una luz le ilumina el rostro y deja que se diluya mientras voltea hacia el público.

-Antes muerta ¡Llegó la ambigüedad!, recuerda que las personas felices no tienes historia, ni recuerdo- Sobre el pecho tiene un relicario, el cual abre para perderse dentro de él.

Todo esto es un teatro tan ritual y perfecto que escenifica algo que empieza con un monologo, ¡hay que contar un cuento! y recorro el espacio disponible; es suficiente para montar toda la obra. Desde las gradas, ordeno apagar las luces y el escenario se vuelve intransitable, son unas tinieblas que inspiran. Se hace la luz, el ambiente cambia a mi capricho, ya es otro el espacio en que mujeres con miradas lánguidas se aprestan a entrar al foro y la voz que habla no tiene rostro, afirma y descree razones al tiempo, solo es la palabra del autor que se desvanece mientras entran los actores y yo me hago pequeño para observarlos entre las rendijas de mis dedos que me ocultan el rostro. Con esta iluminación es importante enfocar, un rayo de luz delinea tu sombra sobre el muro del fondo y sirve de escenario, no se en que momento veo que solo es un recorte de cartón que simula tu silueta.

Porque mientras sobre las tablas están los exteriores de la obra y los ruidos de fondo deben ser los de un parque cerrado de arboles con grandes sombras, en la mente debe quedar grabada tu silueta, entallada entre luces. Al frente se encuentra una banca de jardín y se ve una mujer que camina sobre un prado verde, que en realidad es la madera del tablado, dialoga con ella misma cuando sale todos los días a rezar su misterio, pero se encuentra con un sendero nuevo que no sabe a donde va, o si es gozoso o doloroso y al transcurrirlo el tiempo desaparece misterioso.

Sale a escena con actitud estoica, hay una centena de dispuestos al drama a los que les parecería una obra unipersonal y una gárgola viva se asoma en el último palco. Pero no manida de ninguna fe ni miente: solo cuenta lo que recuerda, ella es la dueña del escenario y yo de sus palabras. Se planta firme a su costado y se convierte en solo una maleta con señas de haber viajado mucho, del bulto sale una mano que quiere empuñar sus palabras, las toma y se las lleva a la boca de nuevo para sellarlas y olvidarlas. Advierte un libro sobre una banca, es un misal forrado de negro, escrito en un idioma que ya no se usa y que algún curioso abrió antes al verlo abandonado sobre una piedra que se mueve a la orilla del camino, ¡Está viva, crece hacia dentro! Sopla y me cuenta cosas que no sucedieron y son reales, brincan las palabras y vuelan como pájaros en el jardín. A cada paso es más fuerte el viento y las historias adquieren sentido, se vuelven reales y me identifico con sus personajes, los puedo tocar y hacen sombra en el futuro hasta que me quedo hipnotizado. Así y todo, veo como el cansancio la alcanza y me duerme su adrenalina mientras descubro que trae un puñal clavado en el pecho (o, ¿será un adorno del vestido?). Yo a un costado del escenario, espero, sé que el ajuar que traen los actores será una ofrenda a Taos después de usarlo, no son ellos, los que visten así, son otros que solo actúan. Y durante buen rato ese camino será su destino mientras comparte pasos con desconocidos, que van al mismo destino huyendo de los mismos ritos. Los servicios están a los lados del camino y claro es una parada obligada, y se desvía. Sale del escenario, duda de puerta porque aun se discute sobre el sexo de los ángeles en los corillos y el aroma es a ceras y copal. Hago un recuento, ella empieza el día encomendándose para después mear perfume, solamente ella puede usar esa fragancia y oler bien. Y así empieza la obra, rezando por sus tropiezos y huyendo de sus abandonos en un baño público.

Regresé, el libro se había quedado abierto, compungido, sobre la banca del palco principal y ella, ya no vivía dentro de él. Traté de leerlo y ni siquiera en voz alta tenía sentido. Solo quedó un recado escrito sobre la última página, mismo que leí antes de que lo abandonara otra vez: -Yo, de mujer, quiero ser tuya- pero, en lugar de un cuerpo, solo tenía una pluma embarrada de palabras, lo dejo junto a mí, y me concentro solo en escribir, porque nada es real y solo me afana perder tiempo. Al fondo, sobre el escenario desocupado, un viejo con una pala está inmóvil y más que un jardinero, parece un sepulturero y solo tiene un dialogo en la obra –Leer, siempre leer. La lectura es el pasaje para una muerte digna, que sin historias que fundamentar, me lleve de la mano- Se sienta sobre un cajón y toca con los nudillos, como pidiendo que le abran.

Mientras, baja el telón, que más bien es un tul vaporoso y confuso. El viento que sopla desde la fosa de la orquesta lo mantiene ondeando. Así, un rayo de luz marca un sendero. Pero a mi se me ocurre otro final en el que apareces tú, como cuento que me deja verte otra vez y no se si eres perfecta o el libreto es tan pulcro que te deja inmaculada hasta la última página en que muero. Aparece la pala en el fondo del escenario, pero el sepulturero ya no está y, no hay quien cuente todo lo que no pasó. Mientras, de la caja escurre algo que huele como a tu perfume… ¡Un fiasco de obra! Y la gente sale indignada, la obra fue escrita para no ser vista.

Solamente una persona aplaude, desde el libro, sobre la última butaca. Pero una actriz que habla con faltas de ortografía me pide el pago de su actuación y me distrae, cuando la inquiero me dice en tono burlón: –Págame y no me cuentes tu vida, no tengo tiempo. Bien lo sé; esa tensión sexual te trae frito y anoche te acostaste con esa vieja historia. Encuérala de una vez por todas y veras como deja escurridas las mentiras entre la ropa, y así, tú… descansas. ¡La gracia es desvestirla!- Volteo y ya no está, se salió por la parte de atrás y corro hacia la salida, pero es inútil, ya no está. Cada escena tiene un actor, pero no cada actor tiene un papel con la alegre manía de vivir, en obscuros actos sin final que saltan del estrado cuando se encienden las luces. Se fue y aún está aquí porque sus diálogos podían musitarse o deletrearse, era lo mismo, de todos modos no decían nada.

-Como salgo de aquí 

-¿Adonde quieres ir?

-A ningún lado… ¡A donde no te vea!        

-Entonces, ¿Para qué quieres salir?

-Porque si estoy dentro grito, y si salgo lloro

-Hermosa primera verdad que llega con el deshielo

-Te haría el amor… pero no tengo mayoría.  Y esa esperanza me hace vivir más de lo debido ¿Para que arruinar esto?

-Te veo y siento la dureza de tu amor por mí y tu barbarie

Imágenes angustiosas entre delirantes e insomnes deliran vacías de significado, volteo cuando siento una mirada en mi espalda y ahí la veo, en el palco más alto con una luz tenue que la bordea y la hace etérea. ¡Es ella! Rodeada de siluetas negras que cuchichean y se esconden tras pañuelos y rebozos. Pero ya no quiero correr y solo le sonrío, ellas ahí siguen y se convierten en humo. La obra es la misma, las dudas cambian en cada función porque contar cuentos es como decir mentiras. Eso si, convencido de que queda una herida absurda que ni duele ni se ve.

Salgo a caminar, es día de fiesta, ¡es Corpus Christi! y los puestos despiden un olor mágico, atrás queda el teatro y nadie me acompaña, me doy cuenta que camino hacia ningún lado, repitiéndome ¡Suéltame!, miro y remiro pero no hay nadie del público entre la gente a mi lado, y los actores usan mascara de vendedores ambulantes. Ya es tarde, busco entre mis cosas y ahí está el misal, tiene una página señalada con la estampa de una virgen que no identifico, la marco con el dedo. Regreso al teatro, pero ahora es una pequeña capilla, muy recargada de adornos y colores en que las campanas llaman a difunto y cuatro ceras escurren al centro.


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