20120331

Atardecer


Atardecer

(Corín Tellado bis)



El atardecer es algo incierto que ni es, ni está. Es el bien de las vísperas en que ya empieza a soplar el viento, mientras, el calor mengua porque en las tardes se sufre con el clima. Aquí son frías y despejadas, se ve el fondo del valle y como avanza la noche manchando de mil tonos de gris el valle; las tardes son como el clítoris de la noche en lo profundo de las piernas abiertas de las cañadas. Ese atardecer, casi noche en que ella solo fue un inconveniente, algo menor lo que cambió todo cuando salimos a caminar una vía sinuosa, llena de polvo, que cuando terminó, nos sorprendió mirando el horizonte. Ella sentada en el filo de una roca que dominaba el paisaje. Era su cumpleaños y ver el horizonte esos días es como respirar con el alma y en esas estábamos cuando después de un silencio me susurró

-Mi vida gira alrededor del sol y cada año se renueva-

-Y eso ¿Te preocupa a ti?, si eres toda una genial metódica - le pregunté

-No, solo busco en la nada, veo signos, señales a lo lejos que me hablan mientras pasa el tiempo, lo difícil es hacer visibles esas señas, darles profundidad y peso. Son como unas escaleras que bajas acompañada de fantasmas, que te persiguen y cada vez te apresuras  más, y en cada descanso aprovechas para ver hacia arriba. Hasta que un descanso te encuentras con un apagador que no funciona y te tienes que aventurar a seguir bajando sin luz ni guía-

-¡Este barco se hunde! Despostillado y todo descascarachado en las nostalgias de una soledad maravillosa- Y se rio, muy forzosa

-Solamente miro el silencio. Siente como se olvida mientras pasa el aire zumbando y ve en el fondo como todo se aleja entre los grises- Y se quedó con la vista perdida y los sentidos abiertos. Con eso siente que escarmentó sus culpas y queda contrita en un ensimismamiento que suena a cosecha perdida.

La noche se acercaba entre los chirridos de los grillos y graznidos de cuervos, y con ellos la obscuridad que avanzaba apabullante, tan llena de sombras en que el tiempo se muere para enfrentarse a la penumbra acompañada. Para poder disimular el miedo en frío, llegó y se durmió el viento. Carraspeó, como para decirme que cambiara el tema porque a final de cuentas solo eran tentaciones en que ella siempre confundía la emoción de estar cerca y ser tocada con el deseo carnal. Y yo con los impulsos que me quedan cortos para permanecer relativamente cuerdo, que siempre habían sido parcos con ella y, así, era de esperarse mientras apenas eran retos que se escapaban como tristezas. Después, un pequeño rasguño que fue la mecha encendida que la detonó, aunque siempre había dicho que nacían muertos sus pecados y se iban del olvido al no me acuerdo. Yo la observaba, su espalda arqueada e invitadora en posición de relax evadido, parecía estar esculpida en el tiempo que la rutina mantenía esplendido. Siempre me gusta observarla por detrás, ella no tiene la culpa y yo no tengo remedio y esto es porque me aterra tocarla, sentirme cerca de la veintena de puntos que no sabría como manejar o para qué sirven. Sus ojos siempre me ponen nervioso con esa mirada tan penetrante que no soporto más que por instantes. Me gusta su espalda, la miríada de pequeñas pecas que forman siluetas y dejan adivinar sus formas mientras se reducen en su cuello y acallan cualquier duda de que al menos, esas pecas son más mías que suyas porque solo yo las veo. Y me cuentan historias de deseos ocultos que son la teoría de conjuntos dispersos, en que delicada y bella se volvía infernal entre el enamoramiento que me producía la conciencia de estarla disfrutando, sentirla mía y al tiempo tenerla tan distante y fría. Solamente con esa aura que es parte luz, parte perfume y nada de tacto. No la alcanzo de tenerla tan cerca, y pasé toda la noche tapando las rendijas por las que se le colaba el frío en el alma, recordando fechas inconcretas y olvidos. Los vientos que pasan quedan entrelazados con mis dedos que se aburren de solo escribir cartas y el tiempo pasa resignado mientras espero algo substancial y ella me platica algo sobre la luna y las estrellas que yo solo alcanzo a afirmar, con pequeños sis que trato que sean confusos para que la incoherencia la haga volver para cuestionarme. Pero solo es un regreso para cuestionarse ella misma, en el que yo no estoy involucrado, que se esconde en un recodo entre las plantas de la terraza que deja ver el camino de subida al mirador y sirve de advertencia para ver si alguien se acerca. Ella es mujer de un solo hombre, al que yo no recuerdo y nadie ha visto, aunque ella insiste en respetar.

Mientras, esto solo es emoción que juega con la palabra nunca… con mucha cautela, en la tentación de querernos, porque aunque muchas personas han entrado, aun quedan lugares vacíos. La montaña es un lugar vacuo donde no encajan los cariños

-Mucho amor, pero falto coraje…- Alcanzó a decirme

-No, ¡No puedes vivir sin deseos!-

-Pero yo… necesito sentir miedo para vivir. Querer por placer esta mal visto ¡Necesito sufrirlo para quedar extinta, padecerlo para estar consumida!-

Ella es la mujer más cariñosa que recuerdo… y no sabe amar. Y los grises se volvieron negros cuando el frío alcanzo a la montaña con la noche en que, ya sin ausencias, caminamos cuesta abajo. Y me dijo, tengo miedo, bajamos en un abrazo, por primera vez íbamos juntos, uno al lado del otro.

20120316

Fátima


Fátima



Es tan fácil imaginar nuestras vidas, que para cuando nos damos cuenta, pues ya son reales y todo es verídico. Todo pasa en un futuro que recordamos como si fuera ayer. Contamos historias para vivirlas, transformarlas en cuentos y aspirar que sobrevivan, tan intensas como el recuerdo.  Imaginamos futuros y recreamos pasados en que todo sucede, lo difícil es ponerles letras, hilarlas y escribirlas para hacerlas creíbles, porque reales, ya son. Pero, cifrar nuestro día sobre la ociosidad de un acto, o sobre la obsolescencia de una idea es pecaminoso ¿Cómo? Viviendo y recordando como si fuera lo más natural del mundo, para dejar que la imaginación estire y afloje las ideas antes de plasmarlas, sino en un cuento al menos en una canción. Sospechar que hay algo detrás de nosotros que nos sigue y motiva para tratar de adivinarlo entre lo que tecleamos. Lo normal y natural es vivir, no imaginar ni soñar con lo que fue y ya no será, ni con lo imposible y escondido entre la tramoya de nuestro escenario. Porque a veces, hay que quedarse quieto y dejar a las cosas sucederse una tras otra para que tomen forma y fuerza. Para que cuando rebasen, nos arroyen entre precuelas y secuelas que nos lleven arrastrados entre su laberinto, este sinfín en que el ocio es la fuerza que nos motiva y mueve, sin dejar de fluir a nuestro lado. Esto, es la mejor de las indigencias y una indulgencia para el alma que quiere contar y sabe que los cuentos deben ser más creíbles que la realidad.



Covadonga tiene una historia que todos saben al dedillo, llena de una lozanía en que fluyen tantos y tantos reclamos juveniles sin satisfacción, para envolverla entre un amor temprano mal resuelto y alegrías bien cantadas. Ahora, es ella misma, una mujer que observa el atardecer desde la ventana de la hostería pueblerina y recuerda, se goza el la imagen de como apareció una sombra aquella primera mañana, después de la luna de miel sobre el altar de sus diez y siete años. Traía una bandeja con pan, café, fruta y una flor, pero en ese mismo lugar, desapareció, simplemente se hizo eterno ausente. Era un lugar viejo, en que se encajono una pasión breve y ahí terminó la gran actuación de un alma pueril. Después todo fue diferente, y ahora… fulminante es Covadonga, hoy si y mañana también, llena de claroscuros que no sabemos si son castigos, lecciones, o tal vez solo premios sin sentido, que nos marcan de esperanzas ciertas que a mi me gustan y mucho.

Fátima fue el consuelo de ese abandono, y cuando la conocí, me fastidiaba. Quizás por eso quise aprender  a amarla. Ella, era la primera de la clase en la escuela, en la fila para entrar a clases daba saltos para dejarse ver, siempre el primer lugar, medía poco menos de uno cincuenta y el peinado no le ayudaba porque las burlas la comparaban con el tapón de sidra que identificaba a su ausente padre como comerciante de vinos españoles y ultramarinos allende el mar o ausente siempre presente, pero desconocido. Y eso lo presumía la asturiana como pocas cosas cuando compartíamos.

Aquí y ahora, hoy en día Fátima mide uno setenta gracias, yo creo, a la manía que tuvo de colgarse de los arboles y hacer malabarismos a mis costillas. Me la encuentro en la calle de vez en vez y mientras duermo, mi mente borra todo lo que desee en el día, se arranca de apetitos y me llena de deseos con todas sus letras, mientras, todo es sacar a flote nuestros sentimientos, arrancarme el oxido para colocarlos en una balsa para dejar que se alejen, ellos solos de a poquitos, se vayan con el viento de sus desgracias. Y si insisten en quedarse cerca es porque estoy vivo y lo único que puedo hacer es permitir que me escolten. Pero, no, ya los solté y son libres.

Su madre, Covadonga, es lo mismo, pero toda chapeada por el sol y siempre está en la huerta presumiendo de incansable. Cuando regresaba de la faena del campo, nos encontrábamos, y la veía pasar con los manojos que recolectaba para el caldero y el pollo amarrado para el sacrificio, me sonreía e invitaba.

Y ahora, me da desasosiego faltar a la cita ¿Cómo evitar no entrar al hogar tan seductor, cálido y húmedo de doña Covadonga? si me había envuelto en algo que yo no sabía que podía ser, un mundo sensual que etéreo se despeinaba en las tardes de ese tiempo, en que hasta un velorio era una celebración.

-Solo me queda este corazón y lo mio siempre fue ímpetu, una fogosidad que no abandono-

Si ya sé que la puerta trasera siempre esta abierta y recuerdo cuando me invito a pasar aquella primera vez y yo le pregunte ¿Para qué? Hoy espero la obscuridad, entro para que todo me recuerde las sombras de Fátima y ya se a lo que voy

–Siente lo que yo siento y cuídate de lo que los demás te digan que al final… yo no cuento- Eso me dice la madre y yo lo quiero escuchar de Fátima. Experiencia y estilo, lo aprendí en su tutela, porque ahora veo en Covadonga a la Fátima de tiempo atrás, en un camposanto de viejas experiencias que me dicen que cuando Covadonga quiere algo, ¡Es terrible!

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