20110715

El cuchillo y el baúl

Sobre la mesa de la cocina estaba el cuchillo ansioso. La comida lo esperaba, tenía que:
Cortar los limones para el agua dulce
Trozar la verdura para saltearla en mantequilla
Rebanar los tomates para la ensalada
Picar finamente el ajo para el arroz
Partir la hogaza de pan negro
Y al final, su deleite; ¡Destazar la carne para el estofado!
Mi cuchillo asumía un gusto especial por descuartizar carne en trozos pequeños. Lo empuñaba y sentía como penetraba la carne suavemente, se deslizaba desmembrando los cortes con un gran gusto, llenándose de grasa y sangre. Y en esas estamos cuando, se me resbaló en el último taje y cayó hasta el piso.
Ah la fatalidad… ¡Se le melló el filo!

Junto a la cama tenía Iñigo el baúl con sus cosas, ahora solo queda un hueco.
-Pilar; ¡En mi hambre mando yo!- siempre me gritaba, claro siempre me lo escupía a puertas cerradas el muy cabrón.
Ahora, ya no se queja de nada aquí ¡Se mudó! ahora vive en el baúl que usaba para sus tiliches, ¡Bien enterrado bajo el piso de la cocina!
Hoy, alcé las baldosas, quité un poco de tierra y ¡Ahí está! es todo un señor cofre hecho de la madera de un buen encino, con herrajes de hierro y chapa doble.
Lo abrí, ¡Qué tufo tan desagradable! Guardé el cuchillo dentro y le puse doble llave
Ahora, el par de inútiles están bien guardados y ¡Siempre juntos!
Volví a asentar el piso en su lugar, me lavé y limpie para poder salir de casa. Voy a la tienda a comprar otro cuchillo pues…
¡Mañana hay que cocinar!

20110708

-Yo contra mí- Un bolero que suena amargo



Cuando la niña que era Marina se volvió una enlutada del mar, se visó como un espectro afligido que estremecía a los vecinos cuando salía en las tardes a recordar. Ella vivía junto rosal en la entrada del casco viejo que ahora se ha convertido en una maraña de flores amarillas. Es toda una enredadera que decadente y magnifica perfuma el pórtico en los atardeceres, antes calientes que fríos del barrio costeño de Puerto Libre. Pasa el tiempo y nos abandonamos al olvido.

-¿Quién toca?-

Y la enredadera, tan todita llena de flores se movió al compás de la puerta para dejar pasar una mano blanca, muy delgada. Preguntar era algo que solo tenía sentido en su soledad, era una regla que solo hacía sentido en su retiro, indagar sin importar quien fuera. Era solo un sobre, pero debe haber sido un ancla fierro, de algo muy duro para poder dejarse caer y hacer tanto ruido cuando las palabras se escurrieron como lágrimas del papel. El amante sin voz es rotundo en su ausencia, y el sobre solo decía

No se encontró el destinatario, devuélvase al remitente-

-Más merezco por tener un amor necio e insufrible-

Y a más, sin un mañana; puros anocheceres y ninguna luz. Le sonó a tango y entró a la casa tarareando;

-Quiero que estés cerca silencio, que tus hojas no se muevan con el viento-

Toda la construcción tenía divisiones arbitrarias e ilógicas que hacían vericuetos como los camarotes de una goleta antigua, que solo ella recorría con el conformismo resignado del recuerdo de su padre, capitán de barco perdido en una tormenta.

Una sí y otra no, blanco o negro, hasta lo inevitable; amor u odio ¡Era parte de su ritual diario! Las huellas estaban en todas partes pero solo ella las veía. Pero esta tarde, el cielo estaba tronando y la distraía. ¿Sería una tarde ruinosa o solo llovería un poco?

A lo lejos se oía el relamer del mar con el acompasado pasar de unos tacones que consumían sus pensamientos en un ir y venir sin sentido, esperando que se alejaran como avisando algo. Cerró el portón y vio como algunos pétalos amarillos caían despacio, como adornando la entrada. Crispo sus dedos y sintió las uñas enterradas en las palmas de la mano, se dirigió a su guardarropa para buscar unos zapatos que también la anunciaran y escribieran algo en el piso de piedra del patio.

Se los puso y caminó alrededor de los pasillos hasta que sintió confianza, abrió la puerta y dejó entrar el crepúsculo de la tarde para irse taconeando con fuerza, como diciendo -Soy yo- hasta el malecón. Lo atravesó para sentarse en la banca más lejana y se acicaló mientras escudriñaba el mar con el rabillo del ojo. Ahí abrió un libro y dejó que terminara de filtrarse la tarde para tener pretexto para regresar a obscuras a casa. Fraguó un pacto con las sombras para seguir siendo la misma, los zapatos le molestaban -¡Como aquella vez!- Pensó. Y se preguntó el cómo saber si todo eso solo había sido un sueño y ahora personajes diferentes ocupaban el espacio de los originales, lo único que recordaba con certeza era el sombrero, un borsalino gris de ala corta que seguro vino de ultramar.

Es inevitable dilapidar alguna vez todo tu cariño, pero ¡hacer costumbre de ello! ¡No! Se pasa la lengua por los labios, siente la sal, les urge redimirse, pues solo encuentran placer en los lugares más extraños y terminan aburridos sellando sobres que enviara a ningún lado y digan lo que digan, nadie las cree.



El amor platónico es un misterioso halo, ilusorio y estéril, debe ser un ilícito practicarlo porque queda poco de el por navegar. -Me envió la decepción- y es un desencanto alcanzarlo porque sientes que te habla y no sabes que el fulgor se convierte al final en un relato inmundo. En que su vida no encaja, no tiene excusas y solo te deja pespunteando recuerdos que el tiempo, que todo lo sana, no mejora nada.



(Se me quedó en el tintero cuando hablábamos de Corín Tellado)

20110704

La máscara de la displicencia



Creo que necesito regresar a consultar a mi siquiatra (¿De nuevo?), quizás solo llegue a pagarle un mes de sesiones porque no es nada grave, pero ¡Ah como me trae loco este absurdo! Y será solo para platicarle mi obsesión de siempre por los vellos y la suerte de las que no se los afeitan. Y, ya lo sé, seguro lograré ver detrás de sus lentes (Chiquitos y absurdos) que le esconden una mirada de incredulidad. Y si no se aguanta, pues, hasta una risita entre suspicaz y burlona se le escapará. Se resignará a escucharme y aunque ya sé que me dirá al final, -Son cincuenta minutos por quinientos varos, por favor en el cajón de la secretaria- (Eso será ahora mi cesión) Y que, ya sé que me hubiera salido más barato no obsesionarme con algo tan sinsentido, pero no puedo evitarlo, despierto sobresaltado en las noches y me sorprendo a mí mismo en el día, siempre con la misma imagen:

Ahí estamos (Aún me imagino mesmamente, como si fuera hoy) en el prado junto a la alberca. Tú con esa sonrisa de “Que bonito” y el traje de baño que holgado por el cloro en el agua de la piscina me llenaba los ojos de codicia (¡Lujuria! dirías tu), lleno de esas florecitas lilas sobrepuestas que estaban de moda (¡Bien que me acuerdo!) y… los vellos, siempre ese vello acicalado en pequeños risos, en nostalgias que vienen a mí una y otra vez. Me obsesiono alrededor de su memoria y el destino fatal. Tú ahí, mostrándote, enseñándote solo para mí, casi insensible y toreando al chivo (¡Ese soy yo en esta historia!). Con esa fragancia que desnuda el aire, que me perturba hasta la fecha con un aroma  que muy de vez en cuando percibo en el aire, te evoca y te desentierra. Siempre tan cuidada, muy bien formada y blindada bajo el yugo materno que te guardaba y preservaba, bueno hasta que te liberaste y mandaste a todos bien lejos (Mejor dicho, ¡Tú te fuiste!). Para después de estar junto a tus formas, la nerviolera de recordarte mientras caminabas a cambiarte de ropa. Mis ojos en tu traje de baño y diantre… esos tus vellos que salían sin pudor de tu traje de baño, pelillos (¿Te los teñías de güero?) que sin remedio llevaban mi calentura al sol de lleno bañándome y después, al agua fría de la alberca.

A mí no me importó, ya estaba fuera de tú vida (nunca estuve dentro), solo me quedé en una misteriosa prisión húmeda en la que me veo, siempre a punto de huir, siempre mojado. ¡Cuántas veces me tuviste que recordar que así era eso de ser la mujer ausente! Para después dejarme ir solitario a mi intimidad y recordarte (Santa manuela bendita… cuídame mi manita)

Pero si, florece algo, después, mucho después crece dentro de mí. Muchas veces estas aquí, para volverme loco. Lo hecho está hecho y obviamente, si no tuve el valor (¡Te faltan tompiates! siempre me recuerda el compadre) y me obsesione por olvidarte –Vete con tu niña-, que así me decías, y yo, patético y desperdiciado, desquitaba mis ganas poniéndole nombres falsos a mis dedos mientras nos tocábamos desde tan de lejos, pero siempre eras tú la que me ordenaba las papas con salsa y me contabas las historias que enmarañabas tan guardadas (Eso ¡lo vale todo!) bajo el sol y nunca detrás de algo como tu toalla tan blanca (Tan blanca que me recuerda mi conciencia contigo, ¡yo, siempre tan cobarde!), ¡Me falto con qué!

Solo eran un par de años de diferencia a tu favor, pero a esa edad, imagino que era difícil para ti andar con alguien menor, ¿ligártelo? Pues sí, pero nomas a piquetes y solo para presumir tus temores, superando ausencias y miedos. Entonces eran otros tiempos, cuando la pulcritud y la castidad valían y costaban. Y entre las pláticas con tu amiga, esa que se burlaba y ¡bueno! porque no reconocerlo, ¡Bien que nos conchababa en los bailes! cuando ya de a tiro no había con quien y ahí estaba tu baboso abstemio, cachondo y bien trajeado quitándose las moscas y esperando para llevarte a casa con la autoestima en el cielo -¡Algún día, yo seré el efectivo!-.

El tiempo no transcurre ni pasa, no es una línea recta que caminamos; es solo un zigzag que me atrapa entre sus ires y venires (El doctor puso cara de incrédulo, vio el reloj para checar mi teoría del tiempo y me facturo antes de los cincuenta minutos) cuando yo me encuentro desprotegido de la circundante manto con la que aún me ciñes, y tú aún continúas en lo mismo… cambiando pañales.

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