20110129




Ahí estábamos… esperando, solo esperando que la realidad sea más surreal en lo obsesivo del ego que se escapa por la rendija de la ventana o el escarmiento a su presunta impiedad. Es una verdad que no se ve, domeñada por los sentidos y reducida a lo que me queda en el fondo de ser yo mismo escribiendo con letra cuidada y redondita, como si quisiera darme a entender sin cegarme y razonar solamente.



-Pero... nunca digas nunca. O solo dilo una, dos veces y empieza de nuevo a decir jamás. Miénteme, di que no es cierto, pero no pares de platicarme-



Y se quedó viendo fijamente el fondo de mis ojos



–Yo soy yo, pero, tengo derecho a ser parte de ti-



Y lo dice con ese deseo de internarse en sí misma y buscarme dentro de ella. Para siempre llegar cada noche a seducirme, para tratar de llevarme a los últimos reductos de la escritura y nunca más dejarme cautivar. Hasta el día de antes, en encuentros simbólicos que transcurrieron en nunca jamás y su contradicción de estar en primera persona para pensar que yo lo digo tergiversado. Y solo pienso en el adverbio que modifica mi acción sin involucrar ni enjuiciar a nadie, al final lo que digo tiene un precio que es superior al de lo que guardé de esa burla finita, que ahora es solo espuma que no llega ni a mañana





20110122

Para el mal vivir… Sin caramelos, entre el sol y los faroles







Una, dos, tres veces intercedió amable por mí, era una realidad dulce y angustiosa el saber que me había aquerenciado de ella en eso de caminar por la costa o en su manera de conciliar por mi mientras nada la obligaba. Ese día fue igual, un largo paseo y al final se quedó tallada, labrada como tronco de madera que encalla en la playa y yo intuí que era mejor enmudecer, no en balde se acababa el verano y es que, ella, era muy elegante en sus formas, aun cuando dormida, y se quedaba fantaseando sin que le importara dejarme ahí plantado, cuidándole el sueño. Cuando me aburría de estar ahí, era infalible, me colocaba atrás de ella y la miraba fijo tratando de traspasar su pelo, buscándole la nuca… siempre surtía efecto… despertaba buscándome, volteaba a verme, e indefectiblemente se rascaba la nuca y fruncía la nariz. Y así me quede encallado a ella como los ebrios del pueblo en su mismo cáliz cada borrachera.


Éramos torcidos y desprovistos de ajuar, entre ese erotismo de verano que todo lo irrumpe, claro, además yacíamos compartidos. Pero eso no nos afectaba porque entre sueños teníamos razón. Ahora, se acabó el verano y las semanas de hacer el amor a las carreras en el matriarcado que colma cuando ya me condicioné a no disfrutar la languidez de los últimos días en que al final gana la carrera la soledad. Ahora, solo queda un olor a meados rancios en los corrillos del muelle y la soledad de los esteros, casi desguarnecido en que aun quedo yo, tratando de revivir. Porque si corro el riesgo de ya no tener que hacer, con más facilidad terminaré de perforar mi comprensión en el cuerpo a cuerpo de la despedida para comportarse con las reglas que ella misma da y quita.


Se acabó el verano y esa última tarde le hizo un conjuro a la luna para hacerla llena y que saliera a celebrar… así desapareció esa noche, me quedé sin tiempo ni espacio. Los únicos que regresaron fueron los aguaceros con esos relámpagos que caían sobre la playa fulminando la arena y dejaban las señas que me gusta salir buscar de mañana, unos mojones lustrosos en medio de los arenales. Ahí, en todas esas playas es donde los del pueblo tienen sus relatos y entierran a los fuereños que se ponen rebeldes, o a los que no dejaron ni para un bulto de cal y no heder. Yo no tuve que regresar a ningún lado, aquí me quedé tomando nota del gozo que eran las tormentas de agosto y septiembre. Todo se acaba, pero de una o de otra forma siempre la lluvia persevera y lo único cierto es que mi Dios, ahora es ese viento que ahí se quedó; recordando.

20110118

Tarde Inútil

-Este atardecer ya no viene- o no llega y se hace tarde, siempre es así pero opta por esperar que obscurezca. Ella está sentada dentro de la taberna, vacía, sabe que no hay nadie fuera, ni dentro. Todos existen, están muertos del tedio e inútiles en esa tarde, no escucha a nadie, ni siquiera a mí, mientras ella insiste en ganarle algo de tiempo al destino. Su mesa está perfectamente ordenada con una ensalada de jitomate con queso de cabra, sin tocar y bien dispuesta a ser engullida, solo espera una señal. El asiento junto a ella, sutilmente ocupado, por el bolso abierto que parece una boca que gruñe por algo que no es hambre. Sentada en escuadra, aderezada con una blusa de seda que la delinea y jean untados que se burlan de la bucólica tarde. Los cubiertos casi no se mueven, pesan demasiado sobre el mantel, aunque la copa ya se muestra vacía y el pan permanece, magnífico y acomodado, en la charola junto a su mano derecha. Y se ve que es ella la que no tiene fuerza, cuando siente escurrir y atraviesa limpiamente el mantel para ver cómo cambia su manera de comer y solo perduran sus ideas, como un sueño dentro de otro sueño que crea metáforas. Todo es una acumulación de escenas que se suceden a ninguna parte de un espíritu ansioso frente a la mesa. -También es solo lluvia-, me dije cuando fui testigo de esa soledad esperándome en un lugar tan alejado. El haber sudado copiosamente, el gozar del ambiente dentro de la hostería del caserío que de tan pequeño se acababa antes de empezar, era muy húmeda con un vino verde muy frio.



Pero eso no es nada que no cure el sudor de un pecho ajeno, ni el temer que los sueños sean esencialmente silenciosos deseos furtivos. Había una pequeña puerta al fondo el establecimiento que ella quiso investigar con sus cejas insolentes arqueadas, era un lugar que de tan privado nos llevó a sentarnos juntos cuando regresó para tocarnos con temblores más de miedo que de ansia, y que juré solo serían de una vez. Después supe que ya había estado ahí y sabía del escondite para evitar el público en su duelo, cuando su piel habitaba de a pocos y varias veces en el mismo lugar donde ahora me tenía amurado contra la pared, murmurando nadas, aunque fuera un baño malsano. Ahora, en la media luz de la calle se dejan ver muy azules los cielos, y casi pardos los campos al poniente con todo el verano roído de fruta digerible. El haber salido solo raspado es gane y ¡no hay que esperar por ninguna resurrección! Se empezó a desnudar, primero dejo caer sus prejuicios y después, una a una, sus emociones. Y así hasta que se quedó totalmente expuesta y desarropada, descortezada entre todo lo incierto y tiritando el miedo de que pasaran las horas de visita. Entonces, sentí el libro abierto que se deshojaba en quehaceres insufribles, que caen abstractos y derrotados porque siempre es más fácil con lo más frágil. Los sueños duran lo suficiente para disfrutarlos y menos que volverse pesadillas, para después… al carajo. La conversación, aguda, se fue yendo a completar lo que el otro quería, mientras los miedos se quedaron atrás después de culpar a otros de lo que no éramos, y nos despojamos de casi todas nuestras sonrisas, hasta quedarnos callados y mustios en la esquina de la única ventana, junto a la música del radio y esperando que pasara la lluvia.



Y así hasta nos desparramamos como verdolaga en huerto de indio, hasta que todo quedó expuesto y a la vista. Me dijo: -Llévame a otro lado- Parecía darme a escoger atrás de su risa clara cuando bien sabía que no había más que un lugar de casas demasiado blancas, muros muy gruesos y ventanas tapiadas entre los castañares atrancados de tanta fruta. Y antes de despedirse de mis amotinadas manos que trasgredían la regla 34-B trató de explicarme sus memorias; las que no quieren decidirse por ninguna de nuestras citas anteriores (como si tuviera que escoger una de ellas; la más fogosa, o la más tierna, o quizá la más larga). Me explico otra vez su teoría del libro leído, y releído sin nunca adivinar ni el fondo, ni y el porqué de sus lomos rotos y como curarlos. Y esa fue su última conversación de niña consentida con el mismo ángel, solo que en un diferente cielo de falsas verdades que se acallan en la puerta de sus desmanes. -Antes que los sueños despierten mientras aun brotas conmigo- y aquí está sin saberlo o decirlo, lo único que tiene claro es el porqué y el para qué. Y era mi niña, yo, el tutor que caminaba en una línea demasiado estrecha pero después de todo, solo sé que las mujeres son inmortales y enormes para recorrerlas por un solo día entre el amor de lo que se sucede, como una daga que te comprende.



Y ella tiene todo lo suficientemente grande para repartirlo, sin vergüenza o tedio, para compartirlo conmigo. Mientras, estoy seducido, quebrado entre ella y todo lo que nos escurre, pegajoso y salado, me quedo talado, esperando por el recolector. No dejo de mirar la puerta, ella se va (¡que solos se quedan los muertos!). Pero escapa siempre, tan llena de aserrín, partida y sin sentido, aun así parece un requiebro que acaba de cortar el aire y destellando sus últimas dotes de amante olvidadiza, se destierra –Cuenta con mi asistencia-. Y ahí me quedo, enmascarando mi amargura con el silencio y sus risas entreverados con un sentimiento de inseguridad. Nadie viene a mi rescate, ni yo mismo se si lo que transita a mi lado me pertenece, porque demasiada luz me ciega. Alguien me robó el tiempo y ella me lo devolvió. Y si todo es lo mismo ¿Por qué cambiar? No hay ninguna garantía de que voy a mejorar porque ya no busco recodos para taparme las mañas, ni para encontrarle el modo al; llegando y prendiendo lumbre. No busco pero encuentro pequeñas acciones que son un todo absoluto en que le digo salud a lo prohibido mientras desciendo a los lugares vedados y a las honduras inhóspitas de su ser, cuando el amor más soportable es el que se consiente por entregas. Aunque sea en comedores alejados de pequeños pueblos en lejanas rutas en que nadie nos conoce, donde me puedo poner a inventar citas que no son, o solo leer libros despastados y quebrados de tanto ser trajinados por este espirado despistado que no sabe que poner cuando saca su libreta y no le sale ningún cuento.

Archivo del Blog