20101127

Se pocas cosas, es verdad, pero bien sé que aquella fue una tarde soleada en la que todo lo que habíamos planeado se quedó sin sustento, y así ocurrió: Es viernes y está soleado, más de un año ha transcurrido en esto y ahora no sabía qué hacer para terminarla, estaba paseando en la ciudad, en el radio del auto sonaba la voz metálica e insidiosa de un periodista que daba el reporte del tráfico y decidió encaminarse, muy a su pesar y de malas a “donde siempre”, si, a ese “ahí nos vemos, donde siempre”. Y para colmo, un semáforo en rojo frente a su auto quería indicar algo más que solo no dejarla pasar, puso música y esperó. Estaba detenida, molesta, entre el cartel que sellaba el inicio de la hilera y sus principios, “Prohibido el paso” era algo que siempre le enojaba, quería dejar la fila pero no se atrevía a tener que empezarla de nuevo y volver a dar una vuelta más con el auto.

Uno no pide mucho algunos días, se conforma con estar, ser y permanecer. Se dio cuenta, que en el fondo, no deseaba encontrar lo que buscaba. Y ahora, un carro blanco se adelantaba, rebasando por la izquierda. Más lustroso que lo fructífero que podía ser el rebase, se dejó venir entre el tráfico tratando de ganarle el paso. Y ella, se sintió hecha de la misma materia que su auto, aceleró y le obstruyó el paso tersamente, como mentada de madre en ayunas.

Acelera y toma aliento, siente que estar ahí, parada, le resta vida. Sabía que los demás la veían dentro de su vehículo del año como una ganadora y era su carta de presentación la velocidad o quizás solo la temeridad rayando en imprudencia para verse despercudida y libre. El auto era algo más, su cómplice, dentro de la cajuela estaba yo, mejor dicho, todos mis recuerdos en una pequeña caja disimulada en la cajuela. A eso me limitaba, a un montón de recuerdos en un cartón escondido atrás del auto. Y desde la seguridad del asiento delantero ella no se podía permitir hacer ninguna tontería a riesgo de descubrirse como la frágil mujer que era.

-Perdón, bien sé que mi vida está impregnada por siglos de la ficción de todo lo que lee, por años de vivencias que se dejan caer en las mañanas en un absurdo que es totalmente mío en que vivo desde que te conocí. ¡Por favor no me dejes!- Se dijo a sí misma en tono de sátira y se dejó caer en el acelerador para chorrearse historias toda la tarde, para tener un recuerdo. El argumento se había agotado y era subversivo antes que la tarde hundiera su tiempo y aún no había llegado a la cita. Porque mientras más se, mas desconcertado estoy, sé que ella me puede traicionar pero su cuerpo no, es mío y me pertenece y estoy guardado para ella.

Se froto la cara y pensó que si de noche no se ve ni a sí misma y a obscuras ¿quién siente?, ¿cómo pedirle un final feliz a la infidelidad? Supuso que mientras más cercana, más vive en ella y no es cierto, que el tiempo no lo alivia y el sol la alancea, solo lo cubre las palabras porque si yo nunca las oí y tú nunca las volverás a decir, ¿Cuál es el problema? ¡ser carnívora! Y se siente apuñalada por ella misma.

Si siento que algo se extravió dentro de mí y no lo encuentro, probablemente esté en mi costado izquierdo, ese que es impredecible. Es un sí o no, que cuesta decidir sin saber si me lo dice o me lo cuenta, porque estoy en un mar sin agua de orillas sin arena ni riscos y me propongo nadarlo todo, hasta encontrar el olor de la mitad de tu cuerpo.

Mi mente es el almacén de un cuento en el que pasare el resto del futuro, que la buscaba como se va tras las huerfanitas en la juventud. Y es así, rara vez coinciden las emociones que caen sobre mí con lo que siento un día después, sobre todo si ese día llega el Beaujolais nouveau con su color a tus ojos, para llevarme de mis dedos a tus pecas insufribles, y de regreso. Siempre en la noches que aún me saben a perfume, mientras despierto adormilado y me pides distancia.

Eso sí, bien escamado, cuando sentía como pasabas por el zaguán de mi alma. Y como me pregunto ¡porqué te niegas a ser tocada! y tu existencia se reduce a dar explicaciones sobre la sombra de este verano que se acaba en un “Ya no”.

Haz crecer tu ego… pero no, solo tomé un tren y dejé que me envolviera su ruido mientras trataba de adivinar si podía dormir, ¿Por qué siempre me toca tomarlos de noche? Y al día siguiente sentirme en un lugar nuevo en que me siento mortalmente herido en la celebración después de pasar de la frontera, de los nómadas a los sitios fijos por un par de días. Aquí yo mando, es la hora de bajarse y empezar a hilvanar el día. El viaje no es lo importante, lo es la fragilidad de quien lo efectúa, o el enamoramiento que se fragmenta entre varios recorridos.

-Envuelve los pétalos y no los lastimes, ya los arrancaste uno a uno, uno a uno…- Repitió varias veces el -uno a uno- y después se desnudó por dentro y por fuera ¡Ya no puedo ser un espectador! No quiero quedarme ahí esperando que algo suceda porque eres terrible y rehecha en cada nueva experiencia. Fue una agonía inútil, entre sigilos en que al fin llegar, para encontrarla holgando entre las dos sillas que se sostenían precariamente y con una taza de rocío en equilibrio sobre su vientre -Nomás no me dejes caer al final, aguántame- Tomó aire y trató de decir algo, pero solo sería reflejo de lo que no sería. O quizás algo peor, solía desaparecer por temporadas pero esta vez no volvió, la cuenta regresiva que llevaba tan meticulosa en su agenda se perdió ese día. Somos inversa y desproporcionadamente iguales… ¿Pero complementarios? Al final es fácil morir por ti… ¿Pero vivir contigo? Fingiendo que buscas tu género y solo anhelando un poco de apego a algo que no es, ni será.

La empecé a recorrer entre sus equilibrios y mis traspiés, centímetro a centímetro se dio al fuego. Más le aunque, ella era solo una herida inteligente que se abre cuando no la ves y se cierra sobre ti para asimilarte cuando te apareces. Es su manera y forma de evitar sospechas, de quien sabe que oculta algo. Antes se derretía y se dejaba querer, después ella mandaba en arrebatos, por los que entre cada siete olas venia un jolgorio explosivo que me remataba cuando intercambiábamos una sola exhalación. Simplemente ya no era mía. Quien como yo que se oculta en llagas y no sabe de raza que cede. Aun padezco las secuelas, nací de parto natural, pero sé que las cosas no siempre son fáciles. Presiento que moriré con quien mueve estos dedos y con miedo a reconocerme en sus ojos, tan frescos como una cuba libre y no un tempranillo, -¿Es adulterio hacer el amor con tu mejor amiga?- no pero un día te levantas, sales a la calle y descubres que nadie voltea a verte, pero ese no es mi secreto, es el suyo y después de tanto probar decide que le gusta y deja de ser una turista en mi cuerpo.

-Vuelve a colocar la tapa sobre mi… que se oyen pasos venir, ya viene el verano y la lluvia, y necesito permanecer vacía-

-Cuentas conmigo-

-Yo soy mi dueña y el cuchillo de mi conciencia- y volvió a sonreír con una mueca hueca que enseño su razón de arrepentida.

Y ella siempre estaba muy consciente de eso que se negaba a recordar y de muchas cosas más que prefería olvidar antes que hacerles frente.

-Es guapa-, pensé, pero eso solo vale por un deseo. El antes y después llenos de viejas súplicas, la suma de su cuerpo era el absurdo de los placeres, desperdiciados dentro de esa ropa tan entallada y zapatos hechos a la medida (cuatro pares que siempre llevaba consigo, junto a mí en la cajuela). Dejó de jadear y me cambió por un adiós, ya no tenía sentido estar ahí. Tomó las llaves de su auto abrió la cajuela y depositó un último recuerdo en mi caja. Se dirigió a ninguna parte. Era una tarde soleada como para dejarla pasar desaprovechada, tomó el teléfono y le marcó… mientras, manejaba haciendo una cita con su alguien nuevo. Ese que ya tenía su caja, aun vacía en la cajuela, esperando las ofrendas a la diosa. Abrió la ventana para encender un cigarrillo mientras aceleraba, y sintió que el aire caliente, pegándose en su rostro, se llevaba algo como lágrimas que le escurrían en las mejillas y apreció el olor a cítricos de los campos. Fue demasiado tarde, no supo si disfrutar el olor del campo, el del cigarro o la curva cerrada que se acercaba. El sol le había cegado al encontrarse de frente con sus rayos al tomar la curva… y el barranco no le perdonó el descuido, el accidente fue un golpe que le endilgo la fatalidad. Y ella, que siempre envidió ser mortal, ahí quedó. Ahora si conseguiría la eternidad en el recuerdo.

Quisiera no acordarme tanto del olor de las mandarinas en diciembre y salir de este rincón buscando aplausos y reconocimiento, pero no es así. Aquí estoy dejando pasar la vida, pensando en los árboles que pasan en la carretera, que me lleva de regreso de recordarla y solo pienso, -Pues qué remedio- Y con eso me quedaría en su boca y mente mientras veía pasar mi turno y desestimaba la impostura de aquel que estaba atrás, pues no era el encajuelado. Ese siempre era yo, dando vueltas en su baúl, en una ficción súbita, pensando un calificativo que nunca tuve y olvidado en un basurero a la intemperie en el que está prohibido entrar y negado salir.

20101105

Noviembre y sus fiestas:

Ya había notado que cada día eran menos, antes y después sentí como los apegos se habían quedado regados por el camino, poco a poco habían abandonado las querencias y se habían refugiado en cariños que ya no valían nada y que solo recorrían la vía. Y este día estaba más torcido que lo que se esperaba para un lunes sin quehacer. Así, sin previo aviso y de a poquitos, sin hacer ningún extraño o toser, simplemente se paró, como si lo hubiesen apagado de golpe.

Y así, como quien no quiere la cosa me quede en la nada de no salir y casi no ser. Muriendo hasta vivir del calor propio de la casa, que para el sábado amaneció con escalofríos y un dolor insoportable que consumía, desde ese día me había refugiado en las cálidas sombras de las cobijas. Pero ahora una perpetua noche me perseguía, esa perenne molestia de no saber qué hora transcurría o hasta cuando el sol se desprendería de sus satélites. Y ella de su última insólita e increíble lágrima hasta cuando el tiempo dejó de tener razón, cuando vio su INRI al levantar la vista y solo ora por sanar a los demás, mientras veía a una mujer que se deja venir, que se abre para recibirme severa e impredecible y yo sin querer salir, oyendo los perros aullar a lo lejos y bien cercanos.

Soy de esos que no les gusta creer, que se duermen esperando y no les queda tiempo para matarse porque tienen mucho que hacer y por desvivirse. Soy un niño que se hizo viejo y ahí se enconcho con la burdelera mientras pastoreaba semillas para sembrar cataclismos lejos de la mano de Dios y enganchado en la obcecación con tanta la tranquilidad en que se veía una sola línea que cada vez se acercaba más de lo necesario, o quizás en lo adecuado de la calma en que se escondía la tormenta. Había sido amante de mis soledades cuando no había de otra y me dejaba querer, cuando ahora solo es compañía y buena plática. Recordé su enorme sexo cuando se abrió, estaba roto por dentro, había cambiado la mano por ella y ya no era de noche. Era el caso del que apagaba la luz para comer y que nadie le dijera tragón y solo saldría de ahí hasta que la tranquilidad de ya no estar fuera suficiente, pero no, regresó y estaba seguro que era en vano, que tantos afanes tendrían solo respuesta más tarde, sabía que escribir es fácil cuando llega la hora. Yo entro justo cuando la viga del techo se desprende y ya está lívida del espanto.

-No solo has hecho una novela, me has transportado en ella a acompañarte- lo decía mientras me miraba intensamente y ponía su mejor cara, la de antes, la de cuando casi nadie se atrevía a visitar su concha.
-¿Y qué pretendes?- pasión o afecto

Pensé que el final iba a ser dormir en una silla para esperar una conexión de una línea que solo regresa sin ir a ningún lado. No se lo deseo a nadie, el saber que vienes pero ignorar de donde regresas. Abrió la puerta y sintió un golpe de aire y luz en la cara y solo pensó en darle sentido al cumulo de sensaciones que me recorría, en asignarle un lugar a la experiencia y clasificarla entre el antes y después. Cada cosa tenía sentido ahora, era un alma ausente, lejana a todo y descuartizada (¿Se puede disgregar un alma?).

Primero tengo que contar esto: Se tiene lo que se tiene, tras esa mirada indolente y esos destellos de ira en su sonrisa que se explican en el movimiento de sus dedos tamborileando en su antebrazo al ritmo de una yegua al paso que me hacen sentir un intruso indolente viendo su muslamen y sintiéndose metido entre sus costillas.

Para algunos, es solo el enredo de las quimeras en que el tiempo no existe y engañar es olvidar a un pasado que arruina un presente en que el gusto es mío, limpio mis manos y limpio mis chamagosos dedos, uno a uno, para dejar constancia en la toalla que solo hay agua en ellos y los miro desenfadado y tranquilo, todo en mi está limpio. Salgo y me quedo observando, la gente pasa y yo ciego de tanto verla; cada quien cargando sus muertos, no los veo pasar, no los conozco. Estoy hipnotizado por la luz. Mientras, el mal de amores se ahoga en el mar de humores en que siento que alguien me dicta una sola línea que es toda una vida, que no soy yo quien escribe y a más, no puede tener un final feliz, quizás ni siquiera un final aplaudible o sincero, solo el desamor. Y cualquier cosa desde romper en llanto o reír la acusa de inexperta.

Después sonó un cohete y las ramas de los árboles que ven a mi ventana se sacudieron mientras las urracas lo abandonaban para quedarse en una quietud inaudita mientras la tarde terminaba de caer, era la ventana de junto y el primer silencio de la tarde de ayer, era feria en algún lugar cercano. Y salimos, ella por delante y yo… cerré la puerta ya sin prisas para dejarla irse. Detrás de cada cuento está un crimen de envidia sin compartir entre fiestas y jardines. La vida es corta y pasa rápido, a menos que sea una tarde de domingo que no termina. Y después, una oración fúnebre porque para entrar al cielo solo hay dos puertas validas, la de los fervorosos y la de los ingenuos. Esas, en que se comercia con tinieblas y se paga con sentencias que nadie quiere escuchar porque solo pagan infortunios y debilidades.

¡Y ahora qué más da, si los recuerdos siempre son ficción!, Si la ilusión del sexo es mejor que este, si solo pongo cara de estar en una banca de parque esperando, pero sé que me encuentro cercano, en el kiosco del jardín, y veo muchos insectos muertos sobre una banca que no me permiten sentarme para esconder mi miedo, que digo, de ese terror íntimo. Y si pasaste, no lo recuerdo, en verdad, lo dijiste todo sin decir nada y las palabras se materializaron y empezaron a pesarme como una angustia de lunes en la cama. Solo estaba entretenido, jame que jame, lame que lame, lo que quedó de nuestro afecto. Sentado en el borde de la cama para poder después ponerme a rumiar que solo cuando fallo doy en el blanco y el premio… se va al sumidero, lleno de ideas inconcretas e imposturas que sí son. Al fin, alguien muy normal se queda en mí, muy dentro. Estíticamente aplaudido y desgarrado camina, devorando palabras, quitándoles el tuétano y escupiendo razones para no ser, y va dejando marcas que se quedan manchando el piso donde caen para ahí quedarse acechando a quien pase y las pise.

Deseaba no decir nada para no contaminar, ni siquiera pensar en agotar culpas para despilfarrar el cariño que se encuentra cuando se deja de buscar. Se va, tambaleándose mientras avanza por calles cada vez más anchas en donde sus huellas se pierden fácilmente dejando pasar el tiempo para seguirla y por un vedado instante disfrutarla más cerca, ceñirla con pensamientos que lo exponen y no pueden ser, como imponer el respeto a algo que ya no es. Caminar como yendo de fiesta en día de muertos, perseguido por todos sus perros, para cubrir con sus aúllos los silencios del fuego obscuro que consume la noche mientras se vuelve fría y sola. Inclina la cabeza, apenan se nota que evade la soledad de la calle y piensa a que se refiere cuando habla de huir, de dejarse ir, de acobardarse y dejarse llevar por su instinto. Abandonarse por una serie de errores que se encajonan a sí mismos. Y al fin, en sucesiones entre el miedo y dudas que solo en la almohada resuelven su destino cuando siente que la vida le habla al oído. Pero en fin ¿A quién le va a importar si fue un chantaje o una traición de un malqueriente? que sobrevive agravios desde la fosa que los guarda sin saber quién manda o en que chamizo se esconden. Todo esto ante un Dios renuente que nos descobija al grito de “solo hay que atreverse”.

Una mañana de noviembre, el tiempo y yo seguimos ahí apostados, yo perdiéndolo y el ganándome mientras sucede y ella tan contenta en su cuerpo que pasa deleitoso frente a mí, aunque ella se defina como triste. Para eso estoy aquí, abro la ventana, el sol queda enfrente y ahí está, porque todos somos el mismo ¿Y este aire de dónde viene? Las caricias soñadas, son como un beso sin viento que se desliza en la nada de una soledad demasiada callada, soñada para estar vacía. Caricias imaginadas que se quedan vacías, solas, arrancadas de cuajo y desterradas sin poder medir el tiempo. Roces ultimados de diferentes cuerpos, que sin lloro ni risa agonizan en un paraíso que sucumbe de aburrición de entre las nubes que esperan para trastornarse en una sola gota. Pero ese esbozo solo ésta en lo que idealizo, la verdad pasa de lado, te cruzas con ella y esperas que regresen sin prisas como la sagrada espuma del mar al romper con la intuición de que era real. Prohibiendo los gustos y castigando las satisfacciones, ¡Caos! Indivisiblemente es algo rencoroso y malo. Se me queda viendo, me observa detenidamente y toma el tiempo en que reacciono, para dejarse caer con todo el peso en una estocada mágica y a ritmo de los siseos de su silencio de si o no, en una cornada limpia de atroz silencio.

A escaldarse con leche y batir huevos, antes de que las cucharas de palo se dejen caer sobre el hervor que sube del cementerio y envuelve la arboleda mientras hablan con la voz de Dios que regresa simbólica desde una resurrección que se deja venir en hebras y de a poquitos, me llenan de mierda. Primero viene un olor a dulce muerte y después se descompone en azucares y alcoholes se van fermentando en podredumbre en las afueras del pueblo, amarrados como amantes celosos a las nubes que ya no caen y se van prontas hacia el horizonte con las rodillas sangrando entre los cerros con rallas rojas y rayos blancos, esos cabrones que siempre truenan y me levantan. Y nos va, se nos va el tiempo sin paralelo y en esdrújulas que acaba al final ¿Sabes qué?; Y en silencio se quedó parada, esperando para que, despacio, me alcanzaran las tentaciones, porque, no sé por qué.

Pringado de ese desdén genético que la hace voluble y cosquilluda en que decide perder infinitamente y para siempre lo que tenía que hacer y solo se acompaña de aullidos y sombras, rompiendo lozas para dejar pasar los cuervos a su mítica vitalidad, porque si había un reloj al principio esto tiene que tratar del tiempo en el inri con una levedad tan inocua que parece fingida en la irremediable fascinación de su parte femenina, que se acaba en cuanto despierta del sexo. Se levantó y me enfrento con los brazos caídos, o quizás solo esperaba mi reacción de ¿Impulsos?

Mejor un buen empujón que haberse volteado y ¿Para qué? Para hacernos más carnales, mas egoístas ¿Para qué fingir? Si ahí estábamos tan cerca, tan calcados de una pose en que nos sentábamos, exhalábamos y empezábamos a tocarnos para un futuro que ya no es incierto de esa realidad que tiene un sótano obscuro. ¡Que viva el cuento! Estaba boqueada por tanta idea que solo inspira la monotonía y la seguridad cotidiana de quien todo tiene y nada posee, “Lo sé” y pensó en escribirlo para que quedara constancia de lo que fue.

¿No sientes que en esta vida tan acelerada necesitamos un cuento diario para sobrevivir? El resto de tu vida está esperando pero, terminan las palabras porque para cuando me vaya, quiere que todos sonrían y ella sea la única que llore una carta de náufrago llena de cariños y achaques de una oquedad carcomida por la gula que es escondrijo de pares. Si quieres a paz, encuéntrala aquí, lo cuento todo porque sé que alguien escucha. En este vecindario ambulante, que es un mundo incompleto, complejo y deliberado. ¿Algún día? Eso no existe, será nunca o quizás, porque hay cosas que de tan grandes o bonitas, nos dejan lelos, estupefactos. Y también bien turulatos.

Generalmente son cosas que no se contienen de golpe en los sentidos, y mientras las captamos y analizamos, ¡pues quedamos estupefactos!
Así me dejó la luna anoche. ¿Bien tarolas?
¡Qué maravilla de inmediato y tan cercana! Mientras la pausa dura toda la obscuridad.

Así es, a la realidad otra vez porque ¿Ausentarnos es como morir un poco a los demás? ¿O será como recapitular y ser nosotros mismos un tiempo? Y si ahora soy yo mañana seré otro entre infortunios que se dejan caer uno tras otro en su cuerpo, pero ¿Cómo aceptar que ya no somos uno? Que será de la mitad de mis pertenencias que ya no tengo y que hago con lo tuyo que, ahora, me sobra.

Virguería, ¡Para qué! ¿Solo para sincerarse? ¡Que saben de sorber sopa quienes no han calentado el caldo en una mañana fría, y solo se han quemado con jocoque! Todo con un mínimo de siesos para sentarse a disfrutar lo que no abraza atascado libando el culo del vaso hasta que solo queden las heces, mientras deyectas dando a fondo con lo que no imaginaste que pedias tener dentro de tu demencia, en la que te sientes camino que no vehículo. Ahí no queda ningún misterio que haga valer la pena la espera, el oficio ha muerto y no queda nada para sobrevivir sin sobrellevarla.

Llego con una mezcla paradójica de dudas y creencias que ya no querían decir nada y solo estaban por estar, para destrabar nudos y amarrar querencias. Le quito ruidos a la puerta y se deja caer sobre la mesa de la cocina, inocuo y buscando sentido, el tiempo se había detenido, entre dulce y salado.

El fuego sobre la estufa hizo hervir el agua para el té y se aprovechó el líquido aún caliente para verterlo sobre el trapo que tenía a la mano, se enjuagó la cara y el cuello antes que a mí me limpiara también, con la misma agua. Sus manos quedaron con una sensación de pequeñas muertes y resurrecciones que lo obligaron a tomar la taza y cubrirla. Hay una luz al fondo de la casa y se para a investigar. El espejo en el baño lo identifica con él mismo. Pone atención y se escucha hacer ruido. Aun anticipándose a sí mismo se apresura a salir, porque su vaho no deja rastro en el espejo

Se imagina frotándose contra otro cuerpo mientras abraza la puerta del cuarto, la que se cerró súbitamente mientras lo penetraba y poco a poco empezó a recordar que tenía algo que contar. Fue claro para él que el terminar sería una clara y sutil forma de aprender, era más fuerte y lo aniquilaría. Uno no quiere esconder nada, menos los sentimientos.

-Debería de llover en estas tardes- pero ya no tengo las llaves y no puedo entrar, ya está aquí pero le pesa- pensó que era algo terrible el estar ahí. Todos se quedaron callados, nuestro silencio les atenía atados a la conversación. Y ese silencio se hizo constante y testarudo. Que mejor lugar para estar solo que con esa compañía que a fuerza de recontar historias las hace míticas y enormes.

-No me gusta estar aquí, me conformo con haber estado-
Y después dijo que arrepentirse era su mejor acción para estar trastornado y blasfemar solo cuando ya no había de otra y estaba sinmigo apencando. Minimalista y tímido sabía de la quietud del rezo y lo ferocidad de la tormenta. Ella abrió la puerta y solo yo entré. Aupado en ella y abierto como el mismísimo diablo.

¿Eso es lo que le dicen mal gusto?, ¿Será cierto que los perros están con los muertos en las noches y caminan acompañándolos mientras aúllan?, ¡Yo creo que sí! Nos acompañan aquí y allá, nos visitan y nos hablan al oído para decirnos lo de siempre.

Hay muerte, tan querida muerte.
















































20101102

"Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido
Polvo serán, mas polvo enamorado."

Francisco Gómez de Quevedo (1580-1645)

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