20070119

El pozo


Claro que me hubiera gustado dejar mi imagen en un espejo, verme y sentir mi vaho nublándolo. Pero no fue así, la descubrí temblorosa en el fondo del pozo que está al final del huerto, tan hondo y húmedo que apenas se adivinaba el fondo. Lo mejor de los pozos es su eco, sientes algo muy raro al oírte y adivinarte entre los círculos del fondo. Pero hoy, pues ya no son lo que eran. Ahora casi todos tienen una tapa de fierro que encierra el olor a barro y una bomba eléctrica que encima de ellos, pues mata su encanto.

Qué bonitos que son los ecos, se retuercen mientras avanzan, te llegan, los escuchas y ya no eres tú quien habla, se vuelven otra vez a su lugar y ya no regresan, entonces se escapan volando, algunos se pegan en los húmedos muros, uno los aspira y exhala, todo esto en un instante; anhelar y rechazar. Un pozo sin eco es solo un agujero en el que simplemente no te puedes confesar.

Que duro sobrevivir en el pueblo, tratar de explicar lo que pasó en tanto de lo que deseaba para hoy… pero ya no, no queda ningún niño descalzo en las mañanas en las calles. Solo las sombras van de un lado a otro sin ir a ninguna parte, como arrastrando su pasado; mientras al atardecer la silueta del campanario se alarga en la plaza hasta llegar al portalillo, como presagiando su caída. Veo como llega un perro y se agazapa contra el muro tibio, tratando de rescatar un poco del sol de la tarde que ya está bien secó y siento con mi mano como se queda pegado el calorcito a la pared blanca, seca, igual que el agua del pozo. Y que, si ya nadie bebe agua que escurre de sus labios tan partidos por el sol.

Ahora los días tendrían que ser más cortos, lo pienso mientras enciendo el fuego para calentarme y dejo pasar los recuerdos en las calles desocupadas que dejo de caminar en el día. Ya estaba bien escaldado por el sol y solo me curó el ardor el recuerdo de su mirada. Eso era todo ver como corría el tiempo que no pasa por sus ojos ¿Cómo puedes morir o quitar la vida si el reloj se paró hace tantas tardes en el campanario? Adónde vamos si los arenales de las afueras ya invaden las últimas parcelas del campo, esas que ya ni se acuerdan de la lluvia. Sin descubrirte junto a mí desde los últimos fríos, solo prendo un cigarrito y veo como sube el humo hasta el cielo haciéndose bolitas cuando le doy otra chupada y te adivino obsesionada en sus vueltas.

Y fue hace tanto que ya ni me acuerdo, y parece tanto que no sé si fue ayer o hoy en la mañana cuando me fui a descansar, ni siquiera sé si llego el calor después de amanecer para plantarse de lleno y quitarme el frío húmedo impregnado en el olor de los zarapes, viejos de colgar en la cama sobre las tablas duras que ya pedí me guarden para mi caja, flaquitas y bien duras, como el sueño que esconden en el que veo hoy como se hacía ayer la vida. ¿Y si ya no estás?, ¿No sientes el dolor igual que yo? Pues como dejar de pensar palabras viejas para recordarte cuando mis manos se revelan para ponerse inquietas buscándote más dentro de mí. Donde antes andaban tus travesuras y alegrías, hoy no están más que las sombras que te adivinan en el atardecer y las oraciones en Castilla que me rezabas quedito antes de dormir y se quedan zumbándome en los oídos como queriendo sonar más fuerte.

Ahora quiero tirarlo todo, olvidarme hasta de mí y dejar todos los días completos de tu recuerdo sacudido del polvo enamorado que se me pego en el camino a tu casa, para que se caiga todito a los pies de mi cama y se escurra entre las rendijas del piso. Mientras, el peor desconcierto, el no romperme en la línea que te adivina en el fondo del cielo y siento vergüenza de seguir aquí, pero si quiero que me entiendan, hoy necesito aprender a escuchar mi tierra.

Veo como das la vuelta y regresas, yo sin saber para donde irme, ni siquiera quedo seguro de lo que soy pero todo está bien. Cuando adivino quien me inquirirá la verdad ¿O será que soy yo mismo quien me juzgue y condene? Quizás es como culpa sin consumar, como inconcluso paso de ayer al hoy que no hay recuerdo de lo malo ni de cómo me abrazaba el sol cuando regresaba después de la faena al descanso de tu sombra y solo me duermo aterrado porque soy al único a quien le importa y le va en este desierto en que me dejaste atado. Pues que si ya te eché de menos mucho tiempo mientras todas las memorias se dejan caer en la noche.

Otoño de luz en un brusco adeudo entre hojas secas en que estoy destinado a recorrer tu cuerpo vacío en vanos pasos que no me llevan a ningún lado. El pozo está seco pero siempre hay algo más que quiero alcanzar, quizás un eco de algo que ya pasó y aun lo siento al frente.

20070117

El malestar al alcance de todos


La silla estaba cerca de la puerta de entrada, por ahí se alcanzaba a ver la ventana que da al puerto. Por ratos, en el atardecer, se sentaba a esperar alguna ráfaga de viento caliente y con el olor de las aguas del mar que se quedaban estancadas en el malecón, como esperando salir con algún barco que partiera a esa hora. Y esto era como una experiencia épica para ella, ver y soñar mientras el sol dejaba un rastro que caminaba cada vez más rápido mientras se apagaba sobre la pared blanca del fondo de la casa.

Cuando acordó, ya era muy tarde, se paró para empezar a explorar a tientas el camino a la puerta, le puso doble cerrojo y se dispuso a descansar pero un súbito impulso la obligó a volver sus pasos, abrir la puerta y salir a caminar la calzada que lleva al centro del pueblo. Unos hombres que están en una esquina se la quedaron observando curiosos y ella sintió la premura de llegar a algún lado que aún no identifica y solo siente como sus vísceras protestan de hambre. Ahí, junto al mercado, el olor se hizo inconfundible y así fue como su instinto la guió al puesto de fritangas donde se empacó los tacos que esa noche no la dejaron dormir.

20070110

Ahí cayó el rayo


Pa que te digo, si me clareé bien cansado y para cuando alboreo otra vez pues yo seguía bien reventado, y eso era lo de todos los días. Llego a la casa y nomás me quedo quietecito en el petate esperando que pegue el frío de la madrugada para salir de nuevo a lo mismo, esperando que lleguen las aguas, pero mientras pos adelantarle al surco, que se hace largo como el camino al horizonte. Ya vas llegando y apenas estas encomenzando.

Endenantes me dio por salir a trabajar fueras, en el pueblo solo estaba la plata gastada de los que se fueron y ya ninguno quiere regresar, que ya ni construir quieren aquí. Cuando regresé solo tenía una intención, y bien oscura, siempre habrá tiempo para arrepentirte después y quien sepa oírme, claro que lo entenderá bien, pero bien clarito. ¿Qué podía esperar fuera que no tuviera aquí?

Contarlo es lo que hago ahora que ya no fue, un día te preguntas que ya pasó todo y lo puedes platicar sin tener a quien perjudicar, el rayo se los llevo completitos, ahí se quedaron tendidos y chamuscados a medio campo, como si el arado lo hubiera jalado.


Qué me dices ¿que ellos no sienten nada allá debajo de la cañada? Que ni se dieron cuenta de la lluvia en la tarde ¿qué no vieron las ráfagas de viento tirar los nogales de la calzada y no saben adónde llegan los caminos? ¿Qué mayo no les dice nada?

Pues entonces deben estar tan bien pero bien muertos que ya ni el más pequeño espanto se les nota. Ya no lo sé con certeza pero no creo que todos estén bien difuntos, todavía los siento aquí juntito y además ¿para qué celebrarlos si ya no sienten? No estaría bueno ¿pos a poco no es lo mismo venir que irse? Y no será cierto saber que las primeras aguas mojan más sabroso y el porqué aplaca el polvo tan bonito el agua. Y si el sol ya no les regala su calor, pues su razón tendrá para que no sea así.

20070106

Rodeado de cipreses, nogales y sin agua ni corriente, recordada a medias entre una realidad medio inventada. Pero al final todo era real, el hambre, la sed, las carencias que nos sacaron a casi todos del pueblo. Las lapidas que se quedaron sin nombre en un destartalado cementerio que ya no tiene puertas. ¡Y qué! esto es la confesión de alguien que ya no logra memoria y sabe que sus días están contados, el descanso no le revelara nada que no conozca y ya sabe que la única manera de vencer la muerte es viviéndola.

Entro a la casa y ahí está, colgada en la cocina con todos sus años encima y cada vez más descolorida. La tomo y me siento en la penumbra del atardecer a observarla, me estremezco de ver como cobra vida la fotografía en mi recuerdo. Mis dedos como almiares que ya no están sobre el campo se recrean sobre el papel mientras yo estoy tieso, pensando en ella mientras veo como ya nadie me observa.

Vestida toda de blanco y sobre lo obscuro del paisaje, irónicamente contrastada con mí figura tan opaca que se diluye a su lado, luciendo ese traje que aun cuelga amarillento atrás de la puerta del cuarto y pienso que ella es lo que le falta a mi vida. Al final todas las respuestas solo me sirven a mí y solo me generan más preguntas que expectaciones. Salgo al jardín y me encuentro con las plantas que la recuerdan pidiendo agua a gritos, pero las lluvias aún no llegan.

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